21 diciembre 2011

Negritudes y naufragios

He encontrado con frecuencia, cuando he ido por el mundo, la curiosidad de la gente respecto a mi lugar de procedencia. Es que hay rasgos que no pueden disimularse. Si la pregunta se efectuaría en Norte América, talvez no habría lugar para la duda; es probable que la inquietud me encasillaría en algún lugar situado hacia el sur del río Grande. Ahí, carecerían de valor todas las características que yo pudiera exhibir. Para los anglosajones sería un latino más, completarían su consulta con la apurada conclusión de que si no soy mexicano, he de ser, de todos modos, ciudadano de algún otro país latinoamericano.

Pero… no es esto lo que sucede en el resto del mundo. Mis rasgos fisonómicos parecen invitar a la averiguación; y, cuando me dirigen la pregunta, prefiero jugar con la ajena inquietud y opto por la estrategia de devolverles la pregunta. “Y, usted… de dónde cree que soy?”, les respondo. Es cuando, luego de una larga dubitación, sugieren con recelo un sinnúmero inesperado de nacionalidades. Que si soy árabe o español; incluso que si soy croata o francés; y algunas veces que si soy italiano. Casi siempre concluyen el acertijo con la impresión final de que provengo probablemente de un país mediterráneo. Entonces, confieso que soy del Ecuador, y que soy sudamericano.

Menciono que soy sudamericano con intención, pues mis interpelantes, por lo general, confunden Sudamérica con Sudáfrica y concluyen que el Ecuador se encuentra en el continente africano. Para colmo, los recientes campeonatos mundiales de futbol han dado importancia al Ecuador y, como la mayoría de los integrantes del equipo son de color, los que me preguntan deducen que nuestro país se ha de encontrar en algún lugar a medio camino entre el Sahara y el Kilimanjaro. Es cuando, el indagador continúa su conversación con la insólita pregunta de si por acá somos también muchos los que somos blancos…

En asuntos raciales, soy desafecto a referirme utilizando los colores; esto de la pigmentación conlleva un inevitable ingrediente discriminatorio. Es inevitable hablar de coloraciones sin caer en ese resbaladizo terreno de los prejuicios y la segregación. Sin embargo, el uso de eufemismos para representar los conceptos, solo conduce a similares malas interpretaciones, a confusiones y desencuentros. La única alternativa que queda, como recurso final, es evitar el uso innecesario de la clasificación, a menos que dicha referencia no pretenda una discriminatoria intención y constituya un recurso válido para referirse a episodios históricos.

Es, en esa línea de reflexión, que encuentro que la inquietud expresada tendría dos derivaciones: una relacionada con la razón para que los deportistas de raza negra se destaquen en ese tipo de manifestaciones; y, una segunda, relacionada con los motivos para que los primeros asentamientos de gente afroamericana se hayan concentrado en ciertas regiones. Es conocido que los primeros individuos de raza negra se asentaron con preferencia en la provincia de Esmeraldas; y más tarde en el valle del Chota, en la provincia de Imbabura. La gente intuye que tales asentamientos respondieron a la preferencia de sus actores por un tipo de clima y de naturaleza con la que estuvieron adaptados antes de llegar del África; pero pocos se han preguntado el porqué de esos procesos.

Hacia finales del Siglo XVIII, un presidente de la Real Audiencia de Quito, el Barón de Carondelet, se había empeñado en rehabilitar el llamado camino a Malbucho, que consistía en una ruta que se iniciaba en Ibarra y concluía en el puerto de La Tola, en Esmeraldas. Este camino debía su existencia tanto al entusiasmo, como a los recursos del sabio Pedro Vicente Maldonado. Cuando Carondelet se propuso rehabilitarlo, dispuso la adquisición de cincuenta esclavos negros para reforzar los trabajos necesarios. Más tarde, los morenos que se asentarían en esa región de la patria, no solo serían descendientes de aquellos esclavos, sino también de otros que habían llegado, a esta misma región, por culpa de la fortuna y de la casualidad, y en una época anterior en casi doscientos cincuenta años…

Cuenta la historia que tan temprano como en octubre de 1553 habría llegado a Esmeraldas el primer contingente africano. Se debió a un naufragio acaecido frente a las costas de esa provincia, donde se habría producido ese inesperado acontecimiento. Se cuenta que un barco que había partido desde el puerto de Panamá hacia la Ciudad de los Reyes (Lima), se había detenido frente a esas costas para aprovisionarse se alimentos. Como la situación se habría tornado desesperada, el comandante de la nave, un tal Alfonso Illescas, había dispuesto ayudarse en dicha búsqueda con el desembarco de un contingente de treinta esclavos negros que, a más de otros valores y vituallas, transportaba el barco.

Luego de concluida la breve operación que se había organizado, regresaron al barco los fugaces expedicionarios. Para su sorpresa, se encontraron con que, debido a una furiosa tempestad, el barco había naufragado. En una decisión desesperada la mayoría de los miembros de la expedición resolvieron continuar por la línea de costa, hasta llegar a un lugar seguro, donde pudieran notificar su situación precaria. La mayoría de los expedicionarios habría perecido después como consecuencia de las calamidades. Sin embargo, fue diferente la suerte de los treinta esclavos negros que optaron por establecerse en el sector, ya que el lugar les recordaba el clima y la vegetación del lugar de donde eran originarios.

Hoy, cinco siglos después de la llegada de los primeros habitantes de raza negra que poblaron el Ecuador, sus descendientes se han destacado en la práctica del deporte más popular que hay en el planeta; por ello, cuando otros ecuatorianos van por el mundo, la gente les averigua si su país está en el África; y, si la marimba y el tambor alegran también el ritmo de los demás ecuatorianos…

Quito, 20 de diciembre de 2011
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