28 diciembre 2011

De balances y artificios

Sabia resulta la costumbre que tiene el hombre de efectuar balances periódicos y esporádicos arqueos. Por ello, confundido entre la celebración y la nostalgia, entre la festividad y los fuegos de artificio, revisa cada fin de año lo que pudo haber sido y no fue, o lo que hizo y lo que dejó de hacer. Así, la humanidad aprovecha el giro que realiza el planeta en el que vive. Pero… será preciso que el calendario se renueve para que realicemos estos balances? Y, será necesario que efectuemos tales recuentos para que reflexionemos y apreciemos el mérito de valores como el bienestar, la prosperidad y el uso adecuado del tiempo?

Será preciso que convirtamos ese repetitivo tránsito sideral en indispensable artificio para provocar nuestras meditaciones y auditorias, para efectuar nuevos propósitos y promesas, para renovar nuestra fe durante los equinoccios y utilizar los solsticios para recordar los compromisos a que hemos accedido de voluntario acuerdo? Si bien ciertas fechas constituyen una oportunidad para la reflexión, quizás no resulte preciso que esperemos el cumplimiento de esos plazos para poder mirar el pasado y convertir los logros o los desengaños en referentes para enfrentar lo por venir. La vida debe consistir en un proceso permanente de introspección, de continua cavilación y de renovado juicio.

Alguien definió alguna vez a la juventud como una permanente actitud de reflexión, como una lucha contra el anquilosamiento de la costumbre, como un no aceptar nunca una obra como acabada y concluida, como una actitud de disponibilidad ante los acontecimientos, ante las circunstancias y ante los hombres, como un renovado propósito por resistirse a envejecer. Por ello, si queremos mantener una actitud fresca y positiva ante la vida, debemos ejercer un continuo replanteamiento, realizar un permanente análisis del pasado y efectuar una continua proyección hacia el futuro.

Son tres los aspectos que el hombre abarca en éste, su periódico reflexionar: el básico o personal, el relacionado con su actividad productiva o profesional y el comunitario o colectivo, aquel al que está obligado por su condición de animal social. Todos éstos, de alguna manera, están condicionados por la circunstancia convencional de lo cultural; el primero obedece, además, a un factor adicional: el influjo preponderante que ejerce la propia personalidad.

Los entendidos afirman que así como la personalidad individual no es susceptible de ser cambiada, también la cultura – llámese institucional o colectiva - es un elemento que no es susceptibles de alterarse o de modificarse. Podemos propiciar un cambio en ciertas actitudes de los hombres o de sus colectividades; mas, es muy difícil cambiar la cultura de las instituciones y de las empresas. Sin embargo de lo dicho, la costumbre tiende pronto a convertirse en norma; y así, de manera inadvertida, insospechada y espontánea, cambian los paradigmas y se alteran las referencias; los arquetipos y los ideales se transforman y se modifican.

Por ventaja, hay algo en la aspiración humana, en la tendencia natural del hombre, que lo impulsa hacia la superación permanente, hacia metas más altas, hacia objetivos cada vez más elevados. Así como el hombre busca instrumentos y medios para vivir mejor, para progresar y superarse, también las instituciones y sociedades van descubriendo otros métodos y formas de vida que son mejores. El hombre quiere vivir mejor, más cómodo y seguro, y con mayor tranquilidad. Y sabe que le hace falta compartir en sociedad esas mejoras, esos nuevos sistemas y procedimientos para a satisfacer sus metas y sus más preciados objetivos.

Pero… cómo conciliar esos objetivos y los esfuerzos que se ponen a su servicio? Si, en apariencia, las prioridades suelen ser diversas, si los intereses parecen ser conflictivos? Y si, además, hemos de partir de la contradictoria premisa de los distintos niveles sociales y de los diferentes grados de cultura que encontramos en la sociedad; si aun conceptos como libertad y progreso resultan valores poco meditados y no siempre bien comprendidos. ¿Cómo hacer para lograr identidad en esos esfuerzos y aspiraciones? Cómo coincidir en estrategias que consoliden esa pretendida identidad, para así propiciar un sentido de solidaridad y de fe en nuestro destino colectivo?

La respuesta remite a una indispensable toma general de conciencia que, como cualquier forma de sensibilidad, depende del nivel de educación de los actores, y de la seriedad y honradez con que se implementen las medidas para satisfacer esos pretendidos objetivos. El progreso colectivo no puede atropellar la libertad individual, ni el individuo puede propender a su propio bienestar sin dejar de considerar las libertades de los demás, ni las aspiraciones que tienen carácter colectivo. Hace falta una enorme dosis de pasión, pero, al mismo tiempo, una actitud permanente de sinceridad. Solamente con una actitud de profunda honestidad hemos de conseguir y consolidar nuestros más preciados objetivos.

En este contexto adquiere enorme importancia el papel del líder en la sociedad, ya que él está llamado a motivar y a inspirar; pero, su deber es, ante todo, el de orientar con ideas y proyectos responsables. La demagogia o la motivación del pueblo por medio del odio y del resentimiento son no solo improductivas, sino que conducen al estancamiento de las naciones. Es éste sentido de honradez y seriedad el que diferencia al verdadero líder del falso y mesiánico caudillo.

Casablanca, 30 de diciembre de 2011
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