09 mayo 2014

Daños colaterales

Ayer, mientras ingresaba a la vía Occidental, pude apreciar un insólito episodio. Llame usted, si quiere, a esta relación: "crónica de un siniestro anunciado"... Para relatarlo, no necesito “especular”, entendiendo este verbo intransitivo como la condición de "perderse en sutilezas o hipótesis sin base real". Pues, lo que intento comentar tiene un real y efectivo sustento, aunque -para hacerlo- me adentre en el campo de la conjetura. Y es que, qué pudiera usted intuir o sospechar, si al ingresar a una vía principal, de pronto observa una caravana de varias decenas de vehículos policiales que se desplazan, uno tras otro, formando una interminable fila india?

Si la movilización comentada sólo involucraría a unas pocas unidades, habríamos concluido que se trataba de un operativo policial; quizá, que los miembros de la institución encargada de velar por la seguridad y el orden, se encontraban efectuando una persecución delincuencial o realizando una ocasional batida; que probablemente estarían escoltando a un alto funcionario oficial o a un conspicuo personaje. Pero habríamos sospechado que algo distinto estaba sucediendo, cuando se observaba cincuenta o sesenta vehículos, uno detrás del otro, en prolongada seguidilla.

Entonces no hacía falta elucubrar (léase, "imaginar con algo o poco de fundamento") que lo que parecía estar sucediendo no era otra cosa que la movilización coordinada de un grupo de unidades policiales desde su lugar original de almacenamiento a algún otro destino, donde -con alta probabilidad- habían de reunirse esas unidades para participar en una ceremonia de entrega o inauguración de servicio. Llego con usted a esa deducción, amigo lector, pues las unidades lucían idénticas y flamantes, y esa clase de desplazamiento representa un tipo de actividad que se observa ocasionalmente en nuestras carreteras.

Pero de pronto, y mientras eramos testigos de esta -en apariencia- preferente maniobra, detectamos (y para ello no se requiere de mucha suspicacia ni contar con un elevado espíritu de observación) que esos mismos vehículos no iban conducidos por personal policial, sino por ciudadanos comunes que vestían traje civil y que claramente podían identificarse como ciudadanos que realizaban una rutinaria tarea de transportación y entrega. Entonces, podíamos advertir claramente que no eran policías!

Así pudimos darnos cuenta, amigo lector, que la interminable caravana -que, insisto, no se encontraba realizando una misión de control o de seguridad- se moviliza haciendo ostensible su presencia con la activación estentórea de sus sirenas -como si tal desplazamiento constituiría una verdadera emergencia- y  poniendo en funcionamiento, además, sus luces estroboscópicas, con lo que parecería advertir de una acción de urgencia y prioridad inminentes... Aquella sirena y los faros rotativos no podían sino manifestar una inconfundible señal: la obligación para los demás conductores de ceder el paso a esos raudos elementos involucrados en tan inaplazable y apremiante actividad!

Es cuando percibimos y apreciamos que estabamos siendo testigos, una vez más, de una de esas abusivas movilizaciones que se han venido convirtiendo en suceso cotidiano. Hoy se trasladan por doquier ambulancias, carros policiales, vehículos oficiales (muchos sin contar siquiera con placas de identidad) que abusan de su condición y se desplazan utilizando luces rotativas y sirenas que advierten de una urgente e inaplazable misión, de un supuesto trámite perentorio, sea que se encuentren o no en medio del cumplimiento de una tarea imperiosa, oficial, y de verdad urgente!

Como yo venía en un carril paralelo y al mismo ritmo de la espuria caravana, fui testigo de que un vehículo policial -este sí conducido por un uniformado- detenía el tránsito en una intersección, ignorando el semáforo respectivo, para dar prioridad al falso operativo, convirtiendo en asunto prioritario a esta torpe fantochada. Fue entonces notorio que esos vehículos, que formaban parte de ese desplazamiento que nada tenía de oficial -mucho menos de urgente- realizaban continuas maniobras distinguidas por una actitud torpe y temeraria, y caracterizadas por una irresponsable impericia. Ahí fue cuando lo tenía que pasar pasó: dos de esas recién adquiridas unidades, flamantes y listas para ser entregadas para su inmediato servicio, colisionaron en forma estúpida y quedaron inutilizadas en la vía. Todo porque un grupo desaprensivo de imbéciles había decidido burlarse de los demás... Es que ellos habían resuelto jugar a los policías!

Quito

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario