30 mayo 2014

Perennidad e hipocresía

Con razón la ayuda ortográfica del ordenador se resiste a aceptarme el verbo "perennizar"! Y no porque nada incorrecto exista con el terminajo, sino que algo arcano y recóndito en su programación ha de intuir -conjeturo yo- que, en términos de política, aquello de eternizarse en el poder resulta algo antinatural, algo profundamente anacrónico, un burdo e inexplicable contrasentido... Hablo de democracia desde luego, porque aquello de propiciar o proponer un gobierno sin alternancia es sólo privativa característica de regímenes antidemocráticos.

Que el principal abanderado del grupo político que hoy nos gobierna haya dado finalmente luz verde a sus coidearios legislativos para proceder a una espuria "enmienda" constitucional; la misma que facilitaría la reelección indefinida de todo funcionario escogido por votación popular, refleja no solamente el carácter intolerante, exclusivista y mezquino de su postura, sino que denuncia la evidente inseguridad que vive puertas adentro su movimiento político y la desvergüenza para proponer algo que pudiese convertirlo en su eventual favorecido.

Digo "eventual" y no "probable", sin esconder mi intención, pues sólo han pasado tres meses desde que la propuesta política de quienes -por ahora- ostentan el poder sufriera un serio revés electoral en los sufragios de febrero. En aquellas lides cívicas los candidatos del grupo afín al gobierno recibieron un tipo de apoyo tan inferior al esperado, que era evidente que, con tales resultados, habían dejado de gozar del apoyo y la confianza mayoritaria de la ciudadanía. Aquellos resultados fueron un claro rechazo a una forma de manipulación, a una abusiva manera de confundir a la opinión pública y a un estilo prepotente de hacer política.

Esos resultados electorales, más allá de un apoyo o rechazo coyuntural a unos candidatos, lo primero que dejaron traslucir -y así pudimos interpretar- fue que la gente se cansó de la intolerancia, del insulto y de la palabrería. El pueblo manifestó su discrepancia y desafecto hacia una manera sectaria de gobernar al país, dijo que estaba cansado de que -a cuento de la búsqueda de su bienestar- se proclame el odio y el rencor, se desuna a la nación y se quiera escindir a una comunidad que, hoy más que nunca, resulta perentorio que se encuentre unida. Y es que esa debe ser hoy la más importante prioridad de nuestros gobernantes: la de incentivar y fortalecer nuestro endeble sentido de comunidad, nuestro escuálido sentido colectivo!

Pero, además, esta cínica iniciativa ha desbordado los límites de la vergüenza. No sólo que con esta propuesta se va en contra de elementales principios, sino que quienes la promueven incumplen con un recto y aconsejado procedimiento: el de reformar la constitución con la participación de ese mismo pueblo al que dicen representar y no con una simple “enmienda”, gozando de la circunstancial mayoría legislativa de la que gozan sus adeptos. Situación cómica, además, ya que es un secreto a voces su obsecuente y sumisa connivencia.

La cereza del pastel se inscribe en la identidad de quienes serían los beneficiarios directos de este amañado procedimiento: los mismos legisladores que propondrían esta inconveniente enmienda, pues ellos serían los directos favorecidos con tal bastarda acción. Resulta sorprendente cómo se quiere desarticular la estructura del estado a efecto de satisfacer una ambición exclusivista de claro tinte personal.

Ese mismo pueblo al que no se le quiere ahora consultar sobre tan disparatada "reelección indefinida", se ha de encargar de darles su oportuna respuesta a quienes quieren perennizar sus sinecuras y prerrogativas, a quienes sueñan con instaurar un sistema de partido único y con perpetuar tan anacrónico caudillismo. Aquello de que, por ahora, consigan saltarse a la garrocha un indispensable referéndum solo conseguirá prolongar los estertores de una agonía que ellos mismos han presentido!

Quito

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