02 mayo 2014

De la esquina al infinito

Aquella fue una forma primigenia de insertarnos en la geografía; una forma de ir de lo particular a lo general, de lo inmediato a lo universal, del barrio al concepto de infinito. Sus lecciones estaban constreñidas a una escueta cartilla cuyo título englobaba su dimensión y alcance. En su carátula podía leerse “Lugar natal”… 

Así es como aprendimos de las calles y las plazas de la urbe, de sus parroquias y barrios, de sus parques y monumentos, de sus principales iglesias y edificios, de los montes y ríos aledaños. Y así, también, fuimos aprendiendo a reconocer los sectores y rincones que se distinguían como los más emblemáticos, esos que le daban carácter a un sector o que facilitaban su reconocimiento. Fue ese estudio, -vale decir esa forma de discernimiento- el que nos fue otorgando identidad, el que nos fue imbuyendo de esa mágica percepción: la de saberse “quiteño”.

Más tarde, del estudio de la ciudad y su entorno, saltamos al de los cantones vecinos y al análisis de los sectores que complementaban la provincia; luego pasamos al estudio de las diferentes regiones con su división política, a la relación de esas entidades tan contradictorias y disímiles -en apariencia- que conformaban el país. Dimos entonces el salto hacia los países que eran parte del continente, con sus particularidades y asuntos característicos, aprendimos todas esas otras huellas que daban testimonio de los elementos que los diferenciaban.

Cruzamos entonces los océanos, saltamos a otros continentes, estudiamos sus cuencas hidrográficas, su orografía, sus relieves y más conspicuos aspectos naturales. Indagamos sus idiomas y sus razas, la vestimenta y las costumbres de su gente; aprendimos de otros tipos de suelo que nos eran ajenos, de extraños fenómenos naturales que desconocíamos; supimos de otras estaciones que nos eran ignotas; descubrimos otras formas de interpretar la vida, otras ideas y creencias; exploramos religiones misteriosas, otras formas de comunidad.

Todo ello era ya lo que NO constituía nuestro “lugar natal”, lo que estimulaba nuestra curiosidad con respecto a lo que nos era ajeno, ese descubrimiento de que el mundo no era sino una superposición de ambientes donde se había hecho posible el desarrollo de la civilización, donde habían ido adquiriendo forma esas culturas que fueron dando identidad a otros hombres, a los demás pueblos. Así fuimos reconociéndonos en hombres que al principio nos parecieron distintos. Nos fuimos haciendo otras preguntas. Insinuamos nuevas inquisiciones…

Aprendimos entonces a mirar las estrellas en la noche, descubrimos el nombre de las constelaciones. Esto nos hizo comprender la infinitud del universo y, por sobre todo, la humilde condición del hombre, a pesar de su necio engreimiento, y no obstante sus formidables realizaciones. Pero… esta misma contemplación del infinito convocó y promovió nuevas divagaciones, nos impulsó a reflexionar de nuevo en nuestro entorno inmediato, en el lugar natal, en el íntimo y pequeño sector de nuestro barrio, en esa pequeña postal a la que podríamos nombrar como nuestro espacio o lugar vital, esa esquina, ese árbol, la vereda, la calzada… Entonces descubrimos unos nombres, unos que no parecerían tener significado, unos que nunca supimos a quién hacían honor, unos que en ocasiones no nos sugerían nada: Jacinto Bejarano, Manuel Barreto, Coruña, Gonnessiat. A esos datos recurrimos para establecer una referencia, para “marcar terreno”, para identificar el lugar de nuestra vivienda, para establecer “nuestra dirección”.

Ese sitio es el mudo testigo de nuestras caminatas, de nuestros cotidianos paseos, es el mismo sitio donde reconocemos unos relieves y declives, donde vamos identificando a unas gentes que son nuestros vecinos, que coinciden con nosotros porque escuchan unos mismos rumores, comparten una misma vista, disfrutan de unos mismos servicios. Forman y toman parte de ese algo que nos resulta próximo y exclusivo… de ese algo que subestimamos de tanto verlo, ese que ya no cuidamos con suficiente esmero: nuestro privativo rincón vital.

Quito

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