30 abril 2014

Canonizaciones

El diccionario reconoce tres acepciones al verbo canonizar. La primera tiene que ver con el proceso religioso de declarar la santidad de un individuo; aquella declaración solemne destinada a incluir a una persona en el catálogo de santos, una vez que ha sido beatificado. La segunda puede invitar a la meditación y no está exenta de cierta ironía, equivale a calificar de bueno a alguien o algo, "aun cuando no lo sea" (las comillas son mías). Y, la tercera, consiste en aprobar o aplaudir algo.

Las dos últimas canonizaciones decretadas por el Vaticano representan la primera de tales acepciones, pero dan también lugar a los otros significados reconocidos; esto debido a las reacciones que tales canonizaciones pudiesen haber provocado. En efecto, aunque muchos -algunos fieles católicos principalmente- las han aplaudido, otros han criticado tales reconocimientos, pues insinúan que se habría calificado de bueno a alguien aun cuando su "santidad" no tendría suficiente respaldo.

Dos de los últimos papas, tanto el papa Roncalli (Juan XXIII) como el papa Wojtila (Juan Pablo II) han sido encumbrados a los altares. El primero se caracterizó por un talante bondadoso y fue el promotor de la reinserción de la Iglesia en los aspectos sociales. El segundo fue un papa viajero, un símbolo de reconciliación, tuvo activa participación en la caída del régimen comunista en su país natal; se lo acusa de no haber actuado en forma decidida en varios escándalos de abuso sexual que involucraron a ciertos miembros del clero mientras él ejercía el encargo pontificio.

Es conveniente comentar que estos procesos tienen sentido y diversos grados de importancia para quienes son creyentes y forman parte activa de la iglesia católica. Para quienes no lo son, incluidos quienes respetan estas seculares costumbres y creencias, esto de "santificar" a un ser humano, por muy apreciables que fueren sus méritos, es visto como un trámite caprichoso y un tanto arbitrario, se preguntan: ¿cómo así unos hombres han de venerar a otros, por muy especiales que hayan sido sus cualidades morales, por muy extraordinarios que nos parezcan sus méritos?

Quienes consideran que uno de los motivos para reconocer la santidad de Juan Pablo II es la postura que exhibió frente al comunismo, a menudo olvidan que este último constituye tan solo una doctrina política, una forma distinta de conceptuar el estado, una visión no necesariamente atea y ni siquiera antirreligiosa. El comunismo constituye una forma distinta de interpretar la idea de cómo mejorar la distribución de riqueza, de cómo el estado debe participar en la gestión de ese proceso. Sería perfectamente factible ser católico practicante y, a la vez, un convencido comunista.

Aquel famoso postulado de que la religión (cualquiera) no es más que "el opio del pueblo" no tiene necesariamente un sentido antirreligioso. Propone una denuncia frente al fetichismo como ingrediente motivador y como acicate a la ignorancia de la gente, y como un rechazo a las formas de explotación que ciertas organizaciones de carácter religioso ejercen sobre esos auditorios a los que intentan guiar y proteger.

Muchos cristianos se preguntan si de verdad hace falta que se siga incrementando el santoral católico. Si esto de seguir declarando nuevos santos es -y va a seguir siendo- un proceso continuo y constante, ¿qué se va a hacer con tanto santo en la Iglesia? Son tantos, que ni siquiera van a tener cabida en el propio santoral, tantos que muchos han dejado ya de ser recordados, no se diga venerados...

Los críticos de la iglesia católica, entre los que destacan muchos de sus mismos fieles, esperan profundas reformas en su estructura. Ellos no ven con simpatía la ausencia de enérgicas acciones por parte del papado frente a las insistentes denuncias relacionadas con ciertos abusos por parte de algunos elementos del clero. Sostienen que no porque estos constituyen casos aislados, ha de insinuarse que tales abusos carecen de importancia o que no existen. Mientras tanto, la iglesia católica no puede seguir cruzada de brazos y mantener su silencio frente a tales excesos.

Quito

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