19 abril 2014

Anuncio de tormenta

* Publicado en la revista Summer / EC
   Edición # 18. Abril de 2014
El día agoniza con el estertor de sus difuminados bermellones. Un resplandor oblicuo rasga, con su rúbrica de fuego, la terquedad crepuscular y anuncia la inminente llegada de la noche. Hacia la escondida cruz de meridión, como marcando idéntico rumbo al que persigue la derrota, una impronta intermitente emite sus sutiles y fugaces llamaradas. El cielo se empecina en enviar su borrascoso mensaje, el de su ira centelleante. El embravecido firmamento ha convertido en mensajero a su viejo y dócil escudero, el impávido horizonte.
Es una señal precoz pero inquietante. Los aviadores lo intuyen: es la proclama que anuncia la tormenta. Aquel testarudo mensaje disimula su advertencia con la intermitencia rutilante de una luminosa zarza ardiente. Ahí, alejados nubarrones, cual inocuos copos de algodón, exhiben su fulguroso brillo con terca y agorera persistencia. Es una inquieta sinfonía de destellos y colores: la travesura lúdica del trueno que corta con su escalpelo de luz en la callada cláusula de la noche.
Transcurridos unos minutos de expectativa e incertidumbre, la nave cabalga sobre el lomo de gigantescas formaciones. Con su cimbreante recorrido ha evitado, gracias a una elusiva estrategia, aún mayores espasmos y renovados sacudones. En breve, el destello fantasmal de los fuegos de San Telmo incendia con su fulgor los cristales del puente, mientras crepitantes llamaradas alumbran cual un rescoldo de fogariles y enceguecen con sus perdurables derroches.
Es aquél un espectáculo portentoso, de mágico y extraño magnetismo. En el instante proceloso, la impetuosa estática amenaza con incendiar la diminuta cabina con los últimos destellos de sus eléctricos resplandores. Ocurre entonces la agónica capitulación de la traviesa borrasca que, hacia el final de la tarde, va humillando su testuz ante el atrevido desplante de aquellos indómitos aviadores.

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