22 abril 2014

Un asunto insignificante

!A medias, ni a correr! Esto decía un desaparecido amigo, en medio del centenar de expresiones que a diario utilizaba, para manifestar, si no su desafecto, por lo menos su suspicacia cuando se trataba de "ir a medias", sea en el sentido de compartir un gasto o en el de asociarse en algún negocio o empresa. Claro que esto representaba un juego ingenioso de palabras, con el que él quería poner de relieve lo inconveniente que puede resultar, en un momento determinado, tratar de desplazarse con premura mientras se carece de calzado...

Hago esta reflexión a propósito de lo fácil que es, en la vida, que se distorsionen nuestras buenas intenciones.... Esto vale inclusive para cuando lo que intentamos es favorecer gratuitamente a los otros con una cuota de buena voluntad. Es justamente ahí cuando nos resulta más difícil entender la naturaleza de la incomprensión e ingratitud ajenas. ¿Cómo es posible que se tergiverse nuestro propósito cuando solo nos impulsa el buen ánimo, la generosidad o el sentido de altruismo? Nunca como entonces calza mejor aquel axioma popular, ese de que "ningún comedido sale con la bendición de Dios".

Pocos meses atrás fui a visitar a un pariente que convalecía luego de una intempestiva hospitalización. En medio de nuestro coloquio pude darme cuenta de algo que parecía constituir su mayor incomodidad: me confesó que lo que más le producía molestia era una extraña sensación de frío en los pies y en lo inefectivos que le resultaban los esfuerzos ajenos para proporcionarle algo de calor. "Tengo los pies helados", me confesó.

Recordé entonces que en el Japón había descubierto la existencia de unas como plantillas que estaban elaboradas con material coloidal (gel), las mismas que utilizaba la gente en el invierno y que, una vez calentadas, ayudaban a mantener el abrigo corporal. Sabido es que los pies constituyen la parte del cuerpo que primero se enfría y que una vez controlada la sensación térmica en los mismos, es más fácil experimentar un sentido de abrigo en el resto del organismo. Le ofrecí -por lo mismo- a este pariente, buscar aquel cálido adminículo en uno de mis próximos viajes y obsequiárselo la próxima vez que lo volviera a visitar.

Así, una lluviosa mañana entré en Ámsterdam en uno de esos locales donde se expenden artículos ortopédicos y de rehabilitación. Le comenté al dependiente acerca del aditamento térmico que buscaba, de su propósito y virtud. Me aseguró que no lo tenía disponible, ni que tampoco hubiera escuchado de la existencia de semejante artilugio, pero que sus clientes siempre iban en busca de un cierto tipo de prenda que producía aquella misma generosa sensación. Me recomendó un almacén de montañismo, especializado en atuendos de invierno, donde vendían unos calcetines, fabricados con un material especial, que a él se le antojaban adecuados y útiles para esa misma condición.

La lluvia y el desconocimiento del sector, que el vendedor supo referirme, no me facilitaron la pronta localización del sitio en cuestión. Sin embargo, pude dar con el lugar recomendado, donde en efecto disponían de aquellos calcetines. A pesar de su excesivo costo (mucho más alto de lo esperado), le pedí al encargado que buscara en la bodega unos tres pares de aquellas medias que parecían tener gran demanda dada su propiedad. Mas, por lástima, esa vez disponía de un solo par.

Con la pena de no haber conseguido las plantillas, ni las medias en la cantidad que hubiese preferido, fui a mi regreso a visitar a mi pariente. Tenía la ilusión de entregarle mi insignificante obsequio, más como una muestra de afecto y como un testimonio de mis deseos por su convalecencia y pronta recuperación. Para mi sorpresa, más tarde he venido a enterarme que alguien habría interpretado mi gesto como un acto de talante un tanto cicatero… Es que, “¿a quién se le pudo haber ocurrido venir a regalar un par de medias?”…

Ya debería yo haberlo sabido mejor! Es que... “con” medias, ni a correr!

Casablanca

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