01 abril 2014

Fútbol 0 - Cinismo 5

No se lo puede tildar de histrionismo; allí no hay arte ni dramaturgia. Lo que hay es una serie de actos infames, burdos, donde afloran el desparpajo y el cinismo. Es una pena, pero en eso se ha ido convirtiendo el fútbol, el deporte de multitudes. Esto, a pesar de la moderna tecnología, que está allí pero que no se la utiliza, porque unos cuanto románticos dicen que le quitaría el ritmo que tiene el juego. A pesar de todos esos recursos disponibles, se siguen aceptando resultados espurios e injustos, que hacen que los que ganan no siempre sean los mejores, sino los que mejor trampean.

Y, por una extraña coincidencia, esto parece ocurrir en los partidos más relevantes, donde se enfrentan los mejores equipos, los que más seguidores llevan a los estadios; cuando esos mismos partidos son los que determinan las más importantes posiciones, y los que deberían ser justamente los que rescaten y promuevan el valor primordial que debería tener el fútbol: un sentido básico de equidad y de justicia.

Cierto que los hombres tenemos nuestros favoritismos y preferencias; a pesar de ello -y aunque con obstinación- aceptamos los resultados cuando somos testigos de que quien ha triunfado ha sido el mejor. Por eso, nada hay que perturbe tanto como perder cuando ha existido de por medio la trampa y la triquiñuela, el embuste y la sórdida simulación. Ahí es cuando comprendemos que se ha dado mérito no a las virtudes y al desempeño deportivo, sino al desparpajo y a la desvergüenza.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo solucionar este -aquí si, dramático- dilema? Creo que no queda más que utilizar la tecnología disponible, la que se usa en otros deportes. Aun a riesgo de interrumpir ocasionalmente el ritmo natural del juego, es necesario que se tenga que suspender su desarrollo, en el interés de revisar ciertos episodios que despiertan incertidumbre; para, luego de analizarlos, sancionar lo que se tenga que sancionar y devolverle al juego ese elemental, aunque perdido, sentido de justicia.

Cierto es que el fútbol es solo un deporte, solo un entretenimiento; mas, esto no quiere decir que no importa que en él no campeen los valores que queremos ver triunfar en la vida, aunque solo tengan que ver con unas capacidades, habilidades y estrategias de orden deportivo. El fútbol, en términos ideales, debería ser una moraleja de la vida, una oportunidad para reconocer y premiar unas virtudes y, desde luego, para reprimir o castigar la mala fe, las artimañas, los hechos fraudulentos que no queremos condonar ni aceptar nunca, ni en la cancha ni en la vida.

Sólo hace una semana se jugaba uno de los enfrentamientos que más interés y expectativa despierta este apasionante deporte, uno de los llamados "clásicos". Todo iba bastante bien hasta que se produjo una jugada susceptible de polémica. Se trataba de una pena máxima controversial (la repetición televisada de la jugada daba testimonio que tal pena era inapropiada, pues la falta realmente había sucedido fuera de la zona establecida); este simple error comprometía el resultado, aunque era comprensible la decisión arbitral dada la dinámica que tiene el juego.

Lo más ridículo sobrevino después, cuando un jugador del equipo contrario "se dejó caer" más tarde en esa misma zona, simulando una falta que nadie había cometido. El resultado de la sanción no solo que vino a premiar una burda trampa, sino que, a más de castigar con la penalidad, produjo la expulsión del aparente infractor; y con ello, se distorsionó ya para siempre el equilibrio elemental en el que debía estar basado el resultado de un justo evento deportivo… Es hora de castigar de manera firme y drástica la simulación. Solamente cuando se condene la trampa cínica y la mañosa afectación se ha de romper esa vergonzosa tendencia y se le dará al llamado “deporte de multitudes” el escenario de equidad que parece haber perdido.

Quito

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