06 abril 2014

Un perruno valor agregado

Hoy, mientras realizaba una abreviada caminata vespertina, me crucé con una pareja de aristocráticos caballeros que habían sacado a sus engreídos cachorros a dar un improvisado paseo. Mientras iba considerando si ellos habrían tomado aquella iniciativa, o si más bien habrían sido sus mascotas las que habrían sacado a pasear a sus dueños… pude escuchar que uno de ellos mencionaba esa fórmula omnipresente, hoy tan común y reiterada, aquella cantinela del “valor agregado”.

De pronto recordé que en los tiempos en que fungí como asesor municipal (“ad honorem” y “ad hoc”) en la alcaldía capitalina, escuchaba con relativa frecuencia otra parecida expresión, aquella de “la puesta en valor”, o de “poner en valor” tal o cual iniciativa o proyecto. Entonces me preguntaba si aquello tenía que ver con un novedoso y recién inventado concepto; o si se trataba, más bien, de una de esas expresiones que los burócratas ponían de moda para hacernos creer que estaban hablando de algo profundo y enjundioso, o para crearnos la impresión que habríamos quedado fuera de su privilegiado círculo, o que no habríamos asistido a una de esas clases exclusivas a las que parece que ellos sí asistieron.

Más tarde habría de caer en cuenta que aquello de “la puesta en valor” no era sino una manera de referirse a la intención de resaltar un determinado plan o asunto específico. Se trataba de impulsar, desarrollar y -además- promocionar una determinada empresa o proyecto. Así, se decía que había que trabajar para “poner en valor” la riqueza turística del centro histórico, por ejemplo, cuando lo que en términos más claros y sencillos pudo haberse expresado como que hacía falta desarrollar ciertos recursos a efecto de rehabilitar dicho lugar. Se me ha antojado, desde entonces, que se había puesto de moda una forma innecesaria, y talvez incorrecta, copiada de la locución francesa “mise -o mettre- en valeur”. Vale decir que se habría optado por “poner en valor” un superfluo galicismo.

Tal parecería que el término “valor” se presta para ese caprichoso juego que es el de los artificios. Basta hacer una breve consulta al diccionario para descubrir, o reconocer, que el mismo posee una rica variedad de acepciones, con significados siempre diversos y sugestivos. Valor puede representar precio, aunque también puede significar coraje o alto reconocimiento crematístico. Así se habla de caja o bolsa de valores, por ejemplo, o de valor añadido o agregado, y hasta de valor -en el sentido de arrojo o arresto- para enfrentar las circunstancias o el peligro.

Esto mismo del “valor agregado” parecería ser otra expresión que se utiliza en forma abusiva, tanto que daría la impresión que ha llegado a tener un sentido un tanto equívoco. Por doquiera que uno va escucha esa muletilla del valor añadido. Hoy se usa la expresión en forma tan indiscriminada que parecería tener una significación que trasciende ya su real contenido. Cuando uno viene a darse cuenta, el interlocutor solo quiere expresar la ventaja adicional que un producto tiene; o, si preferimos, se refiere exclusivamente a un beneficio subyacente que le otorga a ese mismo producto o negocio un motivo por el que debamos elegirlo.

Me he quedado pensando si no será que ya va siendo hora de que yo también adquiera una de esas mascotas que sirven -no sé muy bien- si de compañía o de pretexto. Quizá, antes de aventurarme a “poner en valor” semejante propósito, debería hacer ciertas consideraciones que me han de ayudar a reconocer su efectivo beneficio. Habré de asegurarme que mi contingente adquisición ha de tener un preeminente “valor agregado”. No vaya a ser que mis itinerantes escarceos se limiten a la mera satisfacción de ciertas urgencias mingitorias y escatológicas en los rincones y veredas que con tanto candor cuidan mis circunspectos vecinos…

Quito

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario