22 mayo 2014

El otoño de la realidad

"... siempre he creído que el poder absoluto es la realización más alta y más compleja del ser humano, y que por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria". Gabriel García Márquez. “El olor de la guayaba". 
Algo inevitable sucede cuando se produce la muerte de un escritor. Es como si su ausencia nos invitase al mismo rito que provocan ciertos homenajes: a leer alguna obra que nos habrían recomendado sus críticos o a releer algo que nos había recreado en el pasado. Entonces optamos por acudir a nuestro librero, e intentamos una somera indagación de algo que pudiese animarnos a una nueva lectura.

Así encuentro un buen número de textos pertenecientes a García Márquez. Satisfecha esa breve exploración, escojo una olvidada novela identificada por una carátula de color anaranjado; al ojearla, compruebo la presencia de esa pátina amarillenta y difuminada que fue pintando el tiempo. Barajo las páginas queriendo encontrar algún testimonio de una lectura anterior y no dejó de sorprenderme al comprobar la existencia de subrayados que no insinúan un indicio de lo que fueron sus previas motivaciones o de lo que pudieron haber sido mis ya olvidadas impresiones. Así, transijo y sucumbo ante la repetida lectura de “El otoño del patriarca”.

La inminente despedida del escritor, me había inclinado hace poco a la lectura  de aquellas conversaciones que -referentes a su obra- mantuvo con el periodista Plinio Apuleyo Mendoza. En esos diálogos, recogidos en “El olor de la guayaba”, el premio Nobel hace reflexiones inesperadas y sorprendentes; ahí se refiere a la obra que juzga como su trabajo más importante: justamente la novela mencionada anteriormente (según él, la "que pudiera salvarlo del olvido"). Considera que dicha novela es la que lo habría hecho más feliz, pues en ella habría "llevado más lejos sus confesiones personales".

Ilustra García Márquez que esa obra habría sido escrita usando la misma técnica con que se escriben los versos: palabra por palabra. Reconoce, además, que se trata de una novela difícil. Explica que la novela está escrita utilizando el alambicado recurso del monólogo múltiple (una suerte de monólogo interior expresado por distintos narradores), como si se tratase de comentarios superpuestos y simultáneos o del trasunto de un "secreto a voces"; admite que en ella utilizó una serie de giros y formas de hablar que sólo podrían entender quienes han tenido contacto con el uso del idioma en el Caribe. Confiesa que en aquella apología de "la soledad del poder" utiliza expresiones que solo podría entender un chofer de taxi de Barranquilla...

Considera el laureado escritor que el mejor recurso que pudiera tener una novela ("la mejor fórmula literaria", dice él) "es la verdad". Sin embargo, es complicado advertir, en “El otoño del patriarca”, dónde se encuentra la realidad y dónde está la fantasía. Más bien dicho, la trama está construida de tal modo que la novela no parece sino un largo cuento fabulado donde el personaje central fallece más de una ocasión, donde se distorsiona la relación objetiva del tiempo, donde el protagonista principal, un autoritario y caprichoso déspota, llega a observar desde su ventana algo tan anacrónico como las tres carabelas del Almirante de la Mar Océano...

Uno tiene la impresión, al leer la obra, que el autor está empeñado en ocultar unos códigos, en convertir la novela en una especie de acertijo. No se puede escapar a la sensación de que alguien trata de contarnos una repetitiva e imaginaria historia ubicada a medio camino entre la caricatura y la nostalgia. El texto, al más puro estilo del Ulises de Joyce, consiste en cinco o seis largos párrafos donde se exhibe un renuente desdén por los diálogos y la sintaxis. García Márquez produce largos párrafos donde omite caprichosamente la puntuación; en ellos no existe siquiera un solo punto aparte. Entonces, el encanto de la novela no lo rescata su abstrusa trama sino el uso prodigioso y artesanal que el genial escritor consigue con el lenguaje.

Quito

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