27 mayo 2014

Ejecuciones póstumas

Mientras progreso en mi lectura de "El viaje de Baldassare", de Amin Maalouf, encuentro una interesante referencia histórica. Tiene relación con Oliver Cromwell, líder político y militar inglés que llegó a ostentar el rancio título de Señor Protector de la Comunidad de Inglaterra. El ascenso de Lord Cromwell fue la inmediata consecuencia del enjuiciamiento y posterior ejecución del rey Carlos I, episodio que habría de dar lugar a rencillas y antagonismos entre dos facciones irreconciliables. Uno medita en lo distinta que resultaría la historia si no fuera por esas fuerzas que insisten en ser protagónicas: la ambición, la ignorancia, el fanatismo…

Pero los hombres no siempre aprendemos las lecciones de esa historia; sobre todo referente a aquello de que "todo pasa y nada queda", como dice por ahí una canción. Y, quienes están ensimismados por el embrujo del poder, con mucha frecuencia olvidan de las secuelas del juicio posterior que habrá de hacerles esa misma historia. Esto cuenta en especial para todos aquellos que se sienten indispensables e irremplazables en la vida de sus pueblos, que están persuadidos que la opción que proponen es el único camino, y que sus críticos y adversarios sólo merecen el escarnio y la persecución. Como si ese poder transitorio que detentan no habría también de tener un límite en esa condición tan natural que representa el tiempo.

Cromwell padecía de una rara enfermedad. Para colmo, habría contraído malaria mientras enfrentaba los efectos de esa forma de dolencia renal que finalmente le habría provocado septicemia, desarreglo de la salud que consiste en una infección general del organismo. Así, nueve años después del proceso y del regicidio del soberano inglés, Cromwell fallecía en medio del odio y la animosidad de quienes probablemente lo habían promovido y adulado. Entonces, como sucede casi siempre, lo que tenía que ocurrir ocurrió y el poder volvió a manos de los realistas que soñaban con vengar la afrenta endosada a su soberano...

Los monárquicos, un vez restituidos en el poder, aprovecharon de la conmemoración de los primeros doce años de la ejecución de Carlos I para dar rienda suelta a su rencor, juzgando y ejecutando al desaparecido líder en forma póstuma. Entonces exhumaron el cadáver de Cromwell, lo colgaron y decapitaron, y arrojaron sus calcinados restos a una mugrienta fosa mientras empalaban su cráneo descompuesto y lo exhibían en una plaza pública... Mas -como siempre se repite-, la historia nunca está exenta de ironía, y jamás se supo a ciencia cierta si aquel cadáver profanado realmente correspondía al Lord Protector inglés; aunque, claro, lo que perseguían sus encarnizados victimarios era dar curso a tan macabra ignominia.

Hoy, tres y medio siglos después, Cromwell sigue siendo un personaje controvertido. Los británicos lo siguen considerando como a uno de sus más importantes hijos; sin embargo, sus posturas radicales en materia de religión influyeron en las decisiones políticas y dejarían una indeleble impronta en los siglos venideros. Resulta anecdótico aquel intransigente convencimiento suyo imbuido de "providencialismo": la persuasión de que era Dios quien le inspiraba, guiaba, y aprobaba sus acciones. La misma ejecución del rey la habría respaldado Cromwell en un versículo de la Escritura que le hacía interpretar la muerte del soberano como la más adecuada manera de dar fin a las intestinas guerras fratricidas.

Pero la ejecución póstuma de Cromwell no es la única que ha reseñado la historia. En apariencia, esta forma tan bárbara de proceder con los restos de un difunto estaría basada, a su vez, en una creencia religiosa, como una forma de negar al occiso la posibilidad de que asista al juicio universal... Encuentro en mis consultas, múltiples ejemplos de este tipo de rito que utiliza la mutilación de un cadáver como esencial a dicha ceremonia. Decapitar, castrar y descuartizar los despojos parece constituir uno de sus métodos preferidos. Se ha dado el insólito caso de personajes exhumados casi medio siglo luego de fallecidos, para ser quemados en la hoguera luego de ser desenterrados… todo sólo para satisfacer la insaciable crueldad de fanáticos y enemigos. Similar fortuna habría corrido Rasputín, el monje maldito.

Quito

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