22 julio 2014

60 años del Boeing 707

Si para algo no soy bueno es para recordar la fecha de los cumpleaños ajenos; tanto que, si no fuera por que cae justo un día antes de finados, inclusive me olvidaría de celebrar el mío. Esto pudiera llevarme a enfrentar situaciones embarazosas porque a veces no recuerdo ni las conmemoraciones de mis seres queridos. Por fortuna hay gente como mi mujer, que se sabe de memoria los números de teléfono de todas las personas que conoce o que, semana a semana, me recuerda los onomásticos de todos nuestros conocidos. O como el Efe, ese colega mío, entusiasta incorregible, con cuya novelería es capaz de estar atento a todas las celebraciones, a todos los hitos aeronáuticos...

Y así he recordado que la semana pasada ya ha cumplido sesenta años el Boeing 707... En otras palabras, yo he de haber tenido unos escasos dos años cuando le dieron a luz. Al principio le conocieron con otro nombre, y con un distinto apellido. Le conocieron como el “367-80" cuando recién lo concibieron, y aun mientras solo fue un proyecto. Y así lo conocieron, por lo menos al principio, mientras ya asombraba como jet comercial y ejercía de prototipo. Fue justamente el 15 de junio de 1954 cuando el B 367-80 -o simplemente el Dash 80- y más tarde conocido como Boeing 707, habría de realizar su vuelo inaugural. Ese día marcaría una fecha importante, no sólo para la compañía Boeing de Seattle, para la era del jet y la historia de la aviación comercial, sino también para los viajes intercontinentales y el desarrollo de la transportación aérea, como se la conoce hoy.

Creo que mi romance con los Boeing empieza un día de verano de 1968. Era la primera vez que me subía en un jet comercial, se trataba de un Boeing 727 de Avianca, era el mismo jet que había transportado al Papa en su visita a Colombia. Me llamó la atención la comodidad de sus asientos, el espacio interior, esas como hornacinas de lisa textura y color tan discreto que servían de marco a cada ventana. Cuando el vuelo pasó por Bogotá y también cuando llegamos a Caracas, pude echar un vistazo a la cabina de mando mientras desembarcaba de la nave. Jamás hubiese imaginado que los Boeing serían parte de mi vida profesional por casi treinta años...

Pocos años más tarde, y ya siendo piloto profesional, fui requerido para viajar a Bogotá para traer una avioneta Cessna que se había enviado para una inspección en el aeropuerto de Guaymaral. En esa ocasión me tocó en suerte volar en Lufthansa, se trataba esta vez de un Boeing 707-320 y, como todavía sucedía por aquellos tiempos, luego de identificarme como aviador, el comandante tuvo la bondad de invitarme para que despegara y aterrizara en el puente de mando. Esa fue una experiencia incomparable!

Antes de ese viaje, sólo había volado en aviones de hélice por espacio de tres años. Jamás había tenido oportunidad de ser testigo de la operación de un cuatrimotor a reacción, con tripulación de tres hombres y cinco asientos en la cabina de mando. Cuando aterrizamos en Bogotá, si algo me llamó la atención, y es un recuerdo que nunca voy a olvidar, fue aquel esfuerzo mancomunado de los miembros de la tripulación -ingeniero de vuelo, de por medio- en esa tarea sorprendente en que se convertía la aplicación de reversas luego del aterrizaje... Algo realmente traumático!

Tampoco me imaginé, en ese mismo vuelo, que tan sólo dos años más tarde habrían de llamarme de Ecuatoriana para que me incorporara a su nómina de tripulantes. Era el mismo día en que yo cumplía veinticinco años, entonces habría de desplazarme a San Francisco para recibir mi entrenamiento en los simuladores de vuelo de la desaparecida Western Airlines. Tampoco habría de imaginarme que volaría los siguientes quince años en los Boeing 707 y 720; que acumularía doce mil horas de vuelo en ese tipo de avión; y que, tan sólo dos años más tarde, estaría recibiendo mi entrenamiento en las instalaciones de Pan American en Miami, para volar como comandante en aquel aparato inolvidable.

El B-707 pasó a ser mi hermano y mi amigo. Es hasta hoy, el mejor entrenador que jamás haya volado. Con él aprendí cosas que eran nuevas para mí, como la operación de los motores a reacción, la cabina presurizada, las alas "swept-back", la meteorología de gran altitud, nuevos términos y fenómenos como el "dutch roll" o el "tuck under". El 707 me hizo madurar como aviador, me hizo convencer de las ventajas de ser disciplinado; me enseñó a tomar en cuenta los criterios de los demás miembros de la tripulación, a planificar, a ser precavido, a utilizar mejor los recursos de la cabina, a ser una mejor persona, a aprender a ser un mejor "comandante"...

Quito

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