07 julio 2014

Canales y más canales

... y un río con nombre de cerveza!
 

Hay ciudades a las que uno sabe que va a volver. Es como si un sino oculto nos las pusiera en el camino. Son ciudades que se han convertido en favoritas del mundo, y no tan sólo de sus esforzados hijos. Ahí están, como ejemplo, París, Buenos Aires, Roma, Hong Kong o Nueva York, focos de civilización y de cultura que se han ganado un lugar en la historia de la humanidad. Ámsterdam es uno de aquellos sitios, ciudad que debe su nombre a la represa (dam) que su gente construyó en el río Amstel. Hoy los viajeros descubren que existe un río cuyo nombre se escogió para  bautizar una bebida que hace honor al represado río.
 

La conocen como "la Venecia del norte", "la ciudad de los canales", o "la ciudad de los museos"; y aun como "la capital de la fiesta" o "la sucursal del pecado"… Ámsterdam es una ciudad que ha dado albergue desde siempre a la diversidad y al libre pensamiento, que se ha caracterizado en forma permanente por respetar las opciones diferentes, las distintas y más opuestas tendencias. De esta forma, la metrópoli se fue constituyendo en un símbolo de tolerancia, en el epítome mismo de la ciudad que no otorgaba socaire a la intransigencia, de la urbe donde podían convivir los diversos credos y las más variadas preferencias.
 

Y así prosperó la ciudad, así creció y se fue impregnando de tan admirable carácter. Más allá de sus canales omnipresentes, de sus fachadas enjutas e inclinadas, de sus callejas estrechas y del bullicio vibrante e inquieto de sus calzadas peatonales, la ciudad está ahí, para demostrar que hay alternativas que el hombre todavía puede escoger, aun a riesgo de los ocasionales abusos o de la probable distorsión cuando ejercita con libertad aquellas múltiples tendencias.
 

Fundada en el último cuarto del siglo XIII, la ciudad pronto floreció debido al intercambio comercial con sus vecinos europeos. Fue, justamente, aquella altiva independencia frente a las absurdas guerras de religión, la que otorgaría refugio a todos esos prósperos europeos que buscaban aislarse del encono, fanatismo e intolerancia que caracterizaron a una época. Volver a Ámsterdam es reconocer cómo los hombres vivimos encadenados a unos recuerdos y cómo estos nos atan a la nostalgia mientras nos sentamos a escanciar un frío vaso de cerveza!

* Publicado en la revista Summer EC
   Edición # 19. Junio - Julio de 2014


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