08 abril 2017

La noche triste

"Siempre pensé que la democracia era un caos provisto de urnas electorales, ese curioso abuso de la estadística”. Jorge Luis Borges.

Sin tomar en cuenta el ajuste de esos diez famosos días que el papa Gregorio XIII dispuso hacer desaparecer en 1582, el 30 de junio se celebrarían quinientos años de aquella insufrible Noche Triste que tuvieron que soportar las huestes de Hernán Cortez, en Tenochtitlán en 1520, cuando la conquista de México. Nadie sabría, ni siquiera el prolijo Bernal Díaz del Castillo, cuál habría sido el balance final de fallecidos ("casualidades" como dicen en inglés), pero la historia registraría la inenarrable congoja luego de aquella cruenta batalla.

Similar suerte sufrieron, la noche del pasado dos de abril, los partidarios y simpatizantes del candidato de oposición Guillermo Lasso, el día de las elecciones que determinarían quién sería ungido como ganador y que señalarían quién habría sido escogido por mayoría democrática como nuevo presidente del Ecuador. Esa sería para ellos -también- su inolvidable noche triste...

Mas, lo triste no fue que perdieron. Lo terrible fue que por unas pocas horas Lasso y sus simpatizantes estuvieron persuadidos de que eran los vencedores. Parecía incuestionable que Lasso se habría alzado con un triunfo definitivo. El "exit poll" de la encuestadora más independiente les otorgaba, tan pronto como a las cinco de la tarde, una cómoda y contundente ventaja. Parecía imposible que el otro contrincante pudiera revertir la superioridad porcentual que habían conseguido.

Fue cuando lo inaudito empezó a ocurrir: mientras Lasso se declaraba triunfador y compartía su alegría con sus enfervorizados partidarios, eh aquí que los llamados medios estatales -los que son públicos sumados a los incautados a la empresa privada- contaban una historia distinta, daban por triunfador al candidato gobiernista y publicaban escenas de júbilo y celebración de los grupos afines a un Gobierno que llevaba ya más de diez años en el poder... ¿Quién tenía la razón? ¿Quién mismo decía la verdad? En todo caso, ¿qué había sucedido?

Sucede que cualquier cosa podía pasar. Y eso... era previsible. Para nadie era un secreto que la cancha estaba inclinada. Ya en la primera vuelta electoral hubo indicios de irregularidades en el conteo y manejo de los sufragios. En esa ocasión, todo parecía haber estado previamente cocinado para que se dé un triunfo anticipado en favor del binomio apoyado por el gobierno, pero entonces algo les salió mal... Era esta una situación inevitable, pues el Consejo Nacional Electoral estaba conformado, en forma exclusiva, por simpatizantes del régimen. Vale decir que el CNE no era sino una dependencia más del nunca imparcial Poder Ejecutivo.

Como lo decimos más arriba, la cancha estaba diseñada para favorecer a unos y perjudicar a otros. La cancha estuvo siempre inclinada. Además, y para añadir insulto a la herida, los medios gobiernistas, de forma desvergonzada e ilegal, no sólo que promocionaron con total cinismo a los candidatos del gobierno, sino que emprendieron en un proselitismo adverso contra los candidatos de oposición, sin tomar en cuenta -y sin importarles- que estaban llevando adelante tan aviesa y siniestra campaña haciendo uso de fondos públicos, es decir con el mismo dinero que había sido aportado con el esfuerzo de todos los contribuyentes.

Era inaudito, pero eso era lo que había estado sucediendo: aquellos medios estatales, los que se constituían en mayoría, habían manipulado la información y se habían concertado -en ridículo conciliábulo- para favorecer al binomio auspiciado por el gobierno. Se estaba así incumpliendo con la Ley Electoral y, además, se estaba haciendo caso omiso de las restricciones en cuanto al uso de fondos públicos. Ante esto, el CNE jamás expresó su desacuerdo, jamás amonestó a nadie ni lo exhortó, nunca advirtió ni reclamó a los medios públicos, a nadie le llamó la atención. No hay duda: la cancha estaba inclinada!

Así las cosas, participar en una contienda electoral se convertía en un acto de candidez, en un gesto de ingenuidad. Pero... ¿Qué otra alternativa existía en una pseudo democracia, cuando se proponía ofrecer un proyecto diferente? Por ello, el resultado ha causado desilusión pero nunca sorpresa, pues la manipulación era probable y hasta previsible. Era también imaginable que si hubiera existido un margen estrecho, cualquier mínima intervención podía haber alterarado el desenlace definitivo. Ha sido una horrible noche para quienes querían un cambio, y también para nuestra débil democracia: ha sufrido una de sus noches más tristes. No, así no vale ("no se vale" dicen mis hijos). El juego debe ser limpio y en buena ley. No vale si se hace trampa!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario