15 abril 2017

Toda una vida...

No sé cómo es que pasó o desde cuándo sucedió; lo cierto es que, poco a poco, la balada y el bolero se fueron pareciendo. Cuando yo era niño (nací a mediados del siglo pasado) la radio ya daba preferencia a la balada. Eran nuestros padres quienes todavía cedían a ese impulso pegajoso, al ritmo más cadencioso y a la letra más romántica que caracterizaba al bolero; y, según recuerdo, fueron sólo boleros los que alguna vez escuché tararear en forma nostálgica a mis abuelos. Pero algo pasó de pronto y nos empezó a parecer que los cantantes empezaban a entonar como baladas lo que hasta entonces nos habían parecido solo boleros.

Balada y bolero se diferencian por su ritmo, sea de tres o cuatro tiempos. Pero no sólo el ritmo es el diferente, el bolero se distinguió desde siempre por su forma de interpretación y por el tipo de acompañamiento que le otorgaba la percusión. El apoyo de la guitarra fue siempre lo que identificó a los boleros más antiguos que recuerdo. Así, con guitarra, era como se interpretaban los boleros. En su tiempo, fueron entonados por un trío que le otorgó carta de identidad a su cadencia. El grupo se llamaba "Los Panchos";  sus voces cambiaban de cuando en cuando, pero mantenían ese estilo que siempre los identificó con el bolero.

Pero había algo, un cierto "no sé qué", que distinguía a ciertos boleros. No sé si era su letra o era, tal vez, cierto tono desesperado. Y era ese no sé qué, esa invitación a cortarse las venas, lo que quizás los convirtió en melodías preferidas de las humildes cantinas de barrio, lugar donde era infaltable aquel ya olvidado artilugio que reinyectaba vida a su melancólico ambiente: la popular “rockola”. Entre esas canciones, hubo algunas cuya letra muchos conocían, pero que en público declaraban que jamás las habían escuchado. De esos sitios algo clandestinos surgía la letra de melodías como "Réntame un cuartito" o "Cinco centavitos".

En mis fiestas de adolescencia (las matinales humoradas) la música que se prefería estaba integrada por sones más "modernos" (tipo rock) y por ocasionales cumbias de moda; pero había una cláusula que los enamorados esperaban para bailar un bolero sin separarse. Era lo que se llamaba "bailar pegado" y era cuando era posible darse la libertad discrecional de aprovechar el ritmo para ejercitar la intimidad (a eso llamaban "trenzarse")…

Y fueron boleros, principalmente, las canciones interpretadas en español, cuya letra era conocida en lugares insospechados alrededor del mundo. Recuerdo que en mis primeros años de estadía en el Asia, nunca faltó algún copiloto o compañero de tripulación que conocía, en su mal pronunciada manera, la letra de ciertos boleros que antes habían sido popularizadas por un cantante de color llamado Nat King Cole. Así escuché, al otro lado del mundo, boleros como: "Quizás, Quizás, Quizás" o "Bésame Mucho".

No dejo de recordar una noche en el terminal de tránsito en el aeropuerto de Miami, cuando, a la espera de que se haga una revisión técnica o mejoren las condiciones de tiempo en Nueva York, alguien sacó una guitarra y los pasajeros improvisaron una prolongada hora social. Poco a poco los tripulantes también nos fuimos integrando a la serenata. Ahí puse atención, quizá por primera vez, a la pringosa letra de un bolero compuesto por el cubano Osvaldo Farrés y que habría sido popularizado por Daniel Santos (aquel "inquieto anacobero"). Se trataba de "Toda una vida", conocido también por el título de: "Por una vida así".

En nuestros días, uno de los candidatos presidenciales (él mismo un no muy exitoso intérprete de tonadas populares) ha convertido al título del bolero de Farrés en lema de su "prometedora" campaña. "Toda una vida" es el prestado título de un programa de hueras promesas que no parecen tener sustento en la realidad de las finanzas públicas. Algo en la forma de expresarse del probable mandatario -posiblemente sea su tendencia al circunloquio y su incomprensible ambigüedad-, parece provocar una inevitable reacción que coincide con la parte final de la letra de la tonada. Sus entreveradas citas y confusas explicaciones, a más de desconfianza, parecen generar "ansiedad, angustia y desesperación"...

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