08 agosto 2023

De freires y freiles

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos había nacido en 1580 (difícil interpretar qué apellido perteneció a cada uno de sus padres); nació con los pies deformes, lo cual le produciría una notoria cojera, y sufría de una severa miopía. Sus padres estaban emparentados con la nobleza y ejercían funciones en la corte. Quevedo tuvo acceso a una educación privilegiada, asunto que no impidió, dadas sus imperfecciones físicas, ser objeto de burlas por parte de sus compañeros. Poeta y dramaturgo, conspicuo exponente del conceptismo, utilizaba la ironía para entretener con sus escritos; célebre fue su animosidad con Góngora que nunca dejó de ser recíproca.

 

Veinte años después de Quevedo, vería la luz otro insigne dramaturgo y sacerdote español, que nacería en los primeros días del Siglo de Oro –nacería con el siglo– lo conoceríamos como Pedro Calderón de la Barca; entre sus comedias destaca una que la llamó La vida es sueño. Tanto Quevedo como Calderón se refieren a la fugacidad de la vida, aunque injusto sería interpretar que su intención fue expresar que la existencia no era nada más que eso, “que eso era todo”... Al contrario, el mismo espíritu del siglo XVII convertiría a la literatura en soporte para ciertas creencias, como aquella de que, para superar esa brevedad, había que hacer méritos para aspirar a la trascendencia.

 

Existen varios aspectos que, de uno u otro modo, identificaron a estos dos escritores: ambos habían nacido en Madrid, habrían de destacarse en la literatura, vivieron en el Siglo de Oro y, entre otros asuntos, fueron miembros de la Orden de Santiago, institución de carácter militar y religioso que se habría fundado para enfrentar a los musulmanes y proteger a los peregrinos que viajaban a visitar Santiago de Compostela, lugar dedicado en España a la devoción de Santiago el Mayor quien, de acuerdo con la leyenda, habría predicado en la Península Ibérica luego del domingo de Pentecostés. Dice la leyenda que, aunque fuera martirizado y decapitado en Tierra Santa, sus restos habrían sido trasladados a Galicia y enterrados por sus discípulos.

 

La Orden de Santiago ha constituido, desde su fundación en el siglo XII, una organización religiosa y militar, con sus propiedades y jerarquía independientes. Esta, al igual que las otras tres que existen en España (Calatrava, Alcántara y Montesa) fueron parte del proceso de la Reconquista (las luchas territoriales para recuperar los territorios que habían caído en manos de los sarracenos); hay que recordar que eran tiempos cuando todavía no existían ejércitos regulares. Estas instituciones llegaron a tener un gran prestigio y recibieron considerables concesiones territoriales por parte de la monarquía y, más tarde, fueron refrendadas y  favorecidas por el papado.

 

Estas órdenes tuvieron su propia estructura, adoptaron una insignia característica (una cruz griega con puntas “flordelisadas”), y tenían su particular jerarquía; las conducía un “maestre” vitalicio y tenían un consejo de notables (llamados “treces”) que escogía a sus miembros. Los “caballeros” tenían, por lo general, dos requisitos: mostrar su hidalguía por los cuatro lados de su linaje y probar que no eran “cristianos nuevos”. Los miembros seguían las reglas monásticas de las órdenes religiosas, ya sea la norma benedictina o la menos rigurosa de los agustinos. No solo hacían votos de obediencia y pobreza, sino que además –en algunos casos– se comprometían a cumplir con votos “conyugales” de castidad. Esto último era una forma especial de celibato que requería de dispensa religiosa…

 

Parece que no existía total uniformidad con respecto a las particularidades de las órdenes, tanto en lo religioso como en lo militar. Unos caballeros vivían en forma autónoma y otros en los espacios o instalaciones relacionados con los conventos. Algunos eran “caballeros casables” (los llamaban “freires”) y aun había caballeros–sacerdotes que no vivían, como los frailes, en el emplazamiento de los conventos; a estos, para diferenciarlos de los frailes, los conocían como “freiles” (o “freyles”). Con el tiempo, ambas designaciones dieron lugar a patronímicos diferentes. Esto no significó distinción en el abolengo; sin embargo, como muchas veces ocurre, unos y otros reclamaban no ser de “la otra estirpe”. Tampoco hubiese sorprendido que alguno decidiera cambiar la escritura de su apelativo por la del otro apellido… Hoy la Orden está incorporada a la Corona y solo es una institución nobiliaria con carácter honorífico.


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