18 agosto 2023

Terra incognita

Soy un hombre tímido. Algo de esa aparente presunción que me achacan, pudiera ser mi manera de disimular aquella condición que –entre otras cosas– me impele a no expresar en público opiniones que pudieran resultar controversiales o generar un indeseado malestar. En mi juventud llamaban “respeto humano” a ese temor al “qué dirán”, a lo que pudieran pensar o decir los demás. “Si es así, ¿por qué es que no te importa hablar en público?”, a veces me preguntan. No, no es que no me importe –les digo–, ni que no sienta un cierto “recelo” (ustedes saben a qué me refiero) sino que ese temor es a veces superado por otra pulsión: mi afán de confesión, que me hace sentir obligado a interpretar y traducir los sentimientos que me identifican con los demás.

 

Hoy nomás, que salí a completar ciertos encargos, redescubrí una particularidad que no siempre es bien vista por mis hijos, a quienes les incomoda esa “tendencia” que parece que tengo, la misma que me impulsa en ocasiones a tomar la iniciativa y empezar, de la nada, una conversación con personas desconocidas. Es una forma de intuir que, por reservada que cualquier otra persona parezca, siempre estará dispuesta a participar en un inusitado diálogo o conversación, ajena como puede estar esa persona –como también lo estoy yo– a entrar en un terreno desconocido, participando en el viaje a través de un sendero que nunca sabemos a dónde nos llevará.

 

Es que no estamos solos en el mundo. Sí, sé bien que todos somos “un mundo aparte”, pero ese jefe de relaciones públicas, asistente de protocolo o comoquiera que lo queramos llamar, y que es ese niño-que-quiere-un-poco-de-atención que llevamos dentro, a veces nos impulsa a decir a otros lo que nos sucede, preocupa o interesa, y nos hace también sospechar que, así como estamos dispuestos a expresarnos, hay otros dispuestos a expresar lo suyo y también escuchar… No es que no seamos discretos o no nos importe parecer inoportunos, es que algunos tienen (¿tenemos?) una especie de predisposición para iniciar una conversación, aun a riesgo de importunar, e incluso de interferir, la tranquila –y a veces buscada– soledad, o aislamiento, de los demás.

 

Es esa bifurcación perenne de aquellos caminos la que define nuestras vidas, tanto por lo que hacemos cuanto por lo que optamos no hacer, tanto por acción como por omisión. Y son esas decisiones inconscientes las que definen nuestro “libre” albedrío (no tan libre puesto que si son inconscientes no hubo influjo de nuestra voluntad). Y es bueno que así sea, porque eso nos hace distintos y hace también distinta, diversa –y única– nuestra respectiva experiencia vital. Es quizá ese deseo de expresar nuestras opiniones el que nos impulsa en forma constante a comunicarnos con gente diversa, de desconocida condición y disímil actividad.

 

Paul Claudel, un poeta y filósofo francés del siglo pasado dejó una frase para la antología. “Cuando no se vive como se piensa se acaba por pensar como se vive”, decía. Esta frase es, en sí, una apología en favor de la coherencia y una invitación a actuar con integridad. Si admitimos que no estamos solos en el mundo, que no estamos aislados ni somos “un mundo aparte”, lo deseable sería salir del cascarón de nuestra individualidad y comunicarnos, conversar y dialogar con los otros, sin otro interés que hacerlo por el simple interés de hacerlo.

 

Una conversación inocente y amigable con alguien desconocido no pone en riesgo nuestra comodidad, y mucho menos nuestra seguridad; esto, a pesar de que pudiera ser Terra Incognita, ignota. Al contrario, precisamente por serlo, es –o pudiera ser– terreno fértil para nuevos e insospechados descubrimientos. Algo así como un libro abierto –pienso yo– que nada malo puede hacernos si, con la venia de su dueño, solo nos proponemos explorar…

 

Hay veces que nos tomamos muy en serio o, lo que es lo mismo, nos basamos en nuestra propia experiencia para querer juzgar las intenciones ajenas. He pensado en ello al leer un artículo que comentaba la letra que puso Sting a su canción “Every breath you take”; decía que su propósito habría sido un mensaje celoso y hasta controlador. Pensé que la intención pudo, más bien, haber sido una promesa, una promesa de protección. Se me ocurrió que el sentido que quiso darle Sting a aquel “I will be watching you”, no fue un “ten cuidado, que te voy a estar vigilando”, un “voy a estar pendiente de lo que hagas”; sino un “me importas y siempre estaré para cuidar de ti”. Sería preferible ver el lado bueno. Ver el vaso como medio lleno…

 

De vuelta al tema: aquellos coloquios son “uncharted territory”. Terra incognita; para la que no hay mapas, portulanos o cartas de marear. Solo constituyen un sendero desconocido, listo para ser explorado y descubierto.


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