15 agosto 2023

Tres hombres extraordinarios

Dice Montaigne en sus Ensayos (Capítulo 36) que, en su criterio, han existido tres hombres excepcionales en el mundo. No nos dice únicamente que habrían sido admirables sino que se destacaron sobre todos los demás.

 

El primero sería Homero: Aristóteles no lo habría alcanzado en erudición ni Virgilio entraría en su nivel. Es admirable, dice Montaigne, que habiéndonos presentado tantas deidades y haciéndonos creer en ellas, no se le haya dado un trato divino. Era ciego y pobre, le tocó vivir antes que las ciencias pudieran ser reducidas a reglas y observaciones; desde que vivió, todos –no importa a qué se dedicaran– lo tomaron como modelo para sus empeños. Puede ser considerado el primero y el último de los poetas: no tuvo a quién imitar y tampoco hubo nadie que lograra imitarlo. ¿Quién no sabe de Troya, Helena, o las guerras de las que escribió, aunque nunca estaremos seguros si realmente existieron… Siete ciudades se disputan su cuna: Esmirna, Rodas, Colophón, Salamina, Chíos, Argos y Atenas.

 

Luego vendría Alejandro Magno. Habría que darle crédito por la inconcebible edad a la que el joven macedonio inició sus empresas, por la autoridad que tan temprano exhibió, actuando como los más grandes y experimentados capitanes del mundo. He acertado en preferirlo sobre Julio César –medita Montaigne– quien fue capaz de hacerme dudar al respecto. A sus 33 años se paseó victorioso por todo el mundo conocido, habiendo conquistado tanto, en tan poco tiempo, que jamás podríamos ni imaginar lo que pudiera haber más tarde conseguido. Había inspirado tal lealtad entre sus soldados, que a su muerte dejó cuatro sucesores –eran capitanes ordinarios de su ejército– cuyos descendientes no tuvieron problema en conservar sus posesiones.

 

“Debemos considerar sus extraordinarias virtudes –continúa el escritor francés–: justicia, templanza, generosidad, fidelidad a su patria, amor a su gente, compasión ante los vencidos”… Sin embargo, decían –se lamenta Montaigne con ironía– que sus virtudes le venían de la naturaleza y sus vicios de la fortunaSi a eso añadimos tantas virtudes militares –diligencia, anticipación, paciencia, disciplina, sutiliza, magnanimidad, decisión y hasta fortuna”, ni siquiera la autoridad de un Aníbal pudiera habernos enseñado tanto, porque fue el primero entre los hombres. Su belleza y atributos, se sumaron a su actitud e inspiradora audacia”.

 

“El tercero, y más destacado, en mi criterio –señala Montaigne– fue Epaminondas. Aunque su gloria no esté cerca de la de los otros. Porque su resolución y valor, nunca estuvieron anclados en la ambición, pues tuvieron lo que solo la sabiduría y la razón pueden implantar en un alma tan ordenada. En cuanto a sus virtudes, las tuvo tantas como Alejandro y César. Los griegos lo honraron sin discusión, nombrándolo el mejor entre los suyos; y ser el mejor en Grecia equivale a ser el primero en todo el mundo. En cuanto a sus conocimientos y habilidades, por lo que ha llegado hasta nosotros, nunca alguien que sabía tanto hablaba tan poquito... Porque siendo un pitagórico, lo que comunicaba nadie lo podía expresar mejor. Era un extraordinario orador, admirable y persuasivo”.

 

“Solo si a Escipión Emiliano (se refiere a Escipión el Africano), pudiéramos reconocerle una muerte algo más digna, además de un tipo de erudición algo más profundo y universal, creo que aquello pudiera hacerme dudar en mi selección”, dice el ensayista francés. “Por algo fueron ambos escogidos por Plutarco (se refiere a su Vidas Paralelas), con la aquiescencia del mundo antiguo; el uno perteneciente a Roma y el otro a Grecia”. “A pesar de ello, hubo también un hombre que no era ningún santo, pero que era todo ‘un hombre de mundo’, en el sentido más amplio de lo civil; de moderada eminencia, tuvo la vida más exuberante que alguien jamás pudo haber tenido, poseía las virtudes más fecundas que pudieran alguna vez desearse. Ese, en mi opinión, no fue otro que Alcibíades”.

 

Epaminondas fue un formidable general beocio. Nacido en Tebas, se distinguió como un prodigioso estratega, descubrió una formación que le daba ventaja respecto a los ejércitos que enfrentaba. Había descubierto que como se llevaba el escudo en la izquierda y la espada en la diestra, los batallones se desplazaban hacia la derecha a medida que sucedían las bajas. Cansado de ver luchar entre sí a las ciudades griegas y de soportar la tiranía de Esparta, inspiró a sus hombres para que lograran su independencia. Tuvo la sabiduría de advertir lo costosas e infructíferas que eran las guerras entre las polis griegas, persuadido como estaba de que se debía encontrar una fórmula pacífica, similar al federalismo. La Historia no lo quiso ver con simpatía pues no se había casado ni había engendrado hijos…


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