14 enero 2011

Babieca odia las mariposas

Es como si entre nosotros hubiésemos hablado siempre un lenguaje secreto: el clandestino e indescifrable método de las silabas intercaladas que empiezan con la letra “pe”. Ella me dice tío Papo y yo la he rebautizado de Pupa; esa ha sido mi forma de reciprocidad. Utilizo el nombre, para premiar la dulzura de su actitud, la simpatía de su gracia. Su nombre es Emilie. Hoy, a su edad, es toda una mujer y una cautivadora amazona, experta en jinetear ágiles corceles, a los que dedica su pasión y los mejores momentos de su juvenil holganza. Su alazana obedece al nombre de Babieca, en recuerdo del legendario caballo de El Cid Campeador, que con Bucéfalo y Rocinante forman la tríada de corceles de más antigua prosapia.

Su ejemplar no es blanco ni fecundo semental, como el rocín andaluz de Rodrigo Díaz de Vivar. Un estremecimiento ocasional, un inquieto escalofrío, cual reflejo nervioso, denuncia su brío y manifiesta su traviesa vivacidad. Al igual que el jamelgo del personaje medieval, su peyorativo y derogatorio nombre no hace justicia, ni a su linaje, ni a su temperamento, ni a su elegancia. Tiene la yegua un paso altivo e impetuoso y un alegre trotecito de cadencia liberada. Para evitar el contagio de una epidémica enfermedad, la Pupa la cuida en el jardín de su propia casa. Los ojos en alerta de la potra buscan la compañía gregaria a la que la han acostumbrado en un vecino recinto de régimen militar. En casa han adecuado un garaje, a manera de establo, para acomodar y proteger al corcel de la inusitada fiebre que ha alterado la tranquilidad de la comarca.

Babieca se incomoda con los intrusos que intranquilizan su estancia. Un espasmo muscular, cual temblorosa o eléctrica vibración, expresa su malestar porque un amplio parasol ha sido desplegado en el medio de la huerta arbolada. Cuando las mariposas revolotean, un agitado relincho de disgusto avisa su reacción enojada. Babieca odia los multicolores insectos: son como fastidiosos moscardones que importunan y entorpecen el equilibrado retrato de su altiva elegancia. Ellas son, para la potranca, como flores ambulantes cuyo impertinente aleteo, la fastidian y la cansan. Con su crin, convertida en abanico, las ahuyenta y las espanta.

Pienso en Babieca mientras estoy paralizado en un aeropuerto de tránsito y, uno a uno, se van cancelando todos mis vuelos de conexión por culpa del mal tiempo. Acostumbrado a tener el control sobre mis propios viajes, siento en carne propia, lo que viven los confundidos pasajeros en los saturados terminales aéreos… Me siento como montado a horcajadas en un brioso corcel, desprovisto de bridas, montura y estribos. Descubro que nadie me ofrece información; no sé cuándo, ni cómo voy a salir; mientras otro corcel, el del tiempo, cabalga a galope tendido; y yo, inútil como siempre para el arte de la improvisación, siento que mis opciones se convierten en elusivas mariposas que, tan pronto como se posan, parece que intentarían empezar un nuevo vuelo hacia un destino impredecible e incierto…

Han cancelado también los vuelos de la tarde. Cansado ya de esperar y reclamar por un equipaje que nadie sabe donde está extraviado, termino en un cercano hotel a medianoche. No tengo ropa limpia, ni tampoco ningún implemento. Es ya muy tarde para pedir algo de merendar; y muy temprano para salir a comprar algo de vestir que yo lo sienta fresco. Pienso en los que no tienen qué comer, ni dónde ir a dormir; en los que trabajan por las noches; en los que vigilan en medio de la oscuridad; en los monjes que quizás rezan a estas horas; mientras que yo, al hacerlo, no lo hago por devoción, sino por interesado y ansioso requerimiento…. Pienso en los absurdos procedimientos de seguridad que impiden llevar lo necesario. Tomo un baño y ya, limpio y fresco, pero desnudo, me dejo ganar otra vez por el sueño… Pienso en Babieca que odia las mariposas; mientras descubro que tampoco me gustan los errantes, imprevistos y forzados desplazamientos.

Me hacen madrugar al día siguiente: estoy optimista y orgulloso porque me han ofrecido una inesperada prioridad para el primer vuelo. Mi vanidad pronto se convierte en humilde aceptación de la ironía: me han escogido para madrugar sin necesidad, porque también han cancelado los primeros vuelos! Debo acudir entonces al centro de reservaciones para conseguir que me enlisten de nuevo. Ahora voy al anca de quienes no tuvieron que madrugar; y en la tarde tendré que hacer otros nuevos intentos. Los desconocidos ya empiezan a serme familiares; ahora, gente ajena y cansada quiere contarme sus confidencias y sus secretos… Una sensación extraña redefine la ansiedad de la víspera, hay ahora una suerte de solidaridad mezclada con conformismo; nadie quiere ya reclamar, ni esgrimir sus razones y argumentos. Me siento cual Babieca y sus mariposas; siento que odio algo que no tiene responsabilidad: los vuelos, los aviones y los aeropuertos!

Pero… no hay más que ser paciente y ponerse a esperar. Hay una cierta filosofía reinventada en esas nuevas sonrisas que vuelvo a encontrar; nadie parece sentir ansiedad; la gente se prepara para pasar una nueva noche en el terminal. Me veo en el reflejo de los cristales, compruebo en mi rostro esa mueca bondadosa que identifica a la resignación. Abrigo la secreta alegría que ahora sí tengo prendas nuevas para poderme cambiar… No me han entregado la maleta, pero me he dado modos para adquirir esas sencillas cosas que descubro que modifican el sentido de términos relativos como “urgencia”, “necesidad”, “estar fresco”...

Sacudo entonces el impetuoso espasmo de mis inconformidades; doy gracias de que revoloteen las inquietas mariposas y de que existan esos paradójicos lugares que los hombres llamamos aeropuertos! Miro a Babieca y le acaricio para calmar su agitado estremecimiento… Sé que me estoy mirando yo mismo en el espejo…!

Atlanta, Enero 11 de 2011
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