22 enero 2011

La Casa del Amor…

La nuestra es una amistad que dura ya más de cuarenta años. No recuerdo cómo empezó; pero imagino que habría comenzado con una fugaz tertulia de mutuo reconocimiento. Hubo, así, identidad desde nuestros primeros y lejanos vuelos. Entonces él estaba recién casado; yo era muy inexperto todavía para serlo (solo más tarde descubriría que en cuestiones maritales uno jamás llega a conseguir el titulo de experto). Fuimos “desde el hangar a su casa”: una caprichosa villa en la que uno sentía el vértigo del abismo y la comunión infinita con el cielo. Ahí hice migas también, y por primera vez, con ese sorprendente ser que siempre le ha sabido interpretar y acompañar: su mujer. Yo la había observado años atrás, paseando en el vecindario, siguiendo con paciencia a sus mastines inquietos…

Álvaro no se destaca por su altura; y, para decirlo sin circunloquios: es más bien un hombre pequeño. De hecho, muy pequeño, si en esa abreviada anatomía, ha de albergar al enorme corazón que parece latir con generosidad e inquietud todo el tiempo. Él ostenta el ducado de la novelería, el condado de la golosina, el marquesado de la planificación, todo al mismo tiempo. Su vida es como el cuadro de un renovado paisaje, cuyo marco está construido con las incorruptibles maderas del positivismo y la ilusión. Si alguien habría enunciado que no hay que hacer planes en la vida, sino que hay que vivir los planes, de hecho, se equivocó: su vida es testimonio de que la mejor manera de vivir con alegría y entusiasmo, es con la reinvención cotidiana de nuevos, frescos y renovados proyectos!

Optimista recalcitrante como solo él puede ser, dejó la práctica profesional de la aviación hace ya algún tiempo. Las ausencias continuas de la casa, las malas noches, las comidas irregulares y los desarreglos personales que se emparentan con las tareas del aviador, no podían conciliarse ya con su temperamento. Fue ésa, una delicada y difícil decisión; pero fue una opción que procuraba un sano balance con su salud, sus intereses, su realidad familiar y sus sentimientos. Estaba seguro que la valerosa alternativa le daría lo que él llama “mejor calidad de vida”. Él había empezado a comprender que para vivir los planes en la vida, es importante saber apreciar un factor que a veces amenaza con sernos elusivo, al mismo que llamamos con un término de valor desapercibido: el tiempo…!

Con Álvaro hemos compartido la inocente y ansiosa inexperiencia de nuestros primeros años de aviación. Disfrutamos de la amistad compartida con nuestras esposas, vimos crecer unos hijos de edades e intereses similares, fuimos muchas veces parte de una misma y bien equilibrada tripulación donde, mas allá del factor de la antigua amistad, contaron la responsabilidad y el profesionalismo como primordiales conceptos.

Mi hijo Felipe nunca se va a olvidar de un vuelo en el que Álvaro y yo compartíamos una cabina en el Boeing 707, regresando desde Chicago a Miami: yo venía al mando y tan pronto como aterrizamos, una espesa cortina de lluvia eliminó la visibilidad y el contacto visual con la pista en ese inesperado y crítico instante. Era muy tarde para volvernos a elevar y muy temprano para tratar de parar con las reversas y los frenos! Como no sabíamos si estábamos en el centro de la pista, optamos porque la inercia mantuviera centrado al avión en ese indescriptible y casi trágico momento. Después de los instantes de exaltación, los gritos y urgencias que se emitieron, salimos de esa barrera formada por el aguacero, para encontrar que luego de lo que pareció un trecho interminable, el aparato seguía sin desviarse del centro del pavimento…!

El me metió en esta tortura infinita que parece que alguna vez estuvo reservada solo a los caballeros y que llaman golf (gentlemen only, ladies forbidden). De él fui aprendiendo todas las etiquetas convenidas, los secretos del golpe, el uso de las maderas y otros implementos. Así aprendí esa parafernalia infernal y exclusiva de los convenidos términos. Son ya más de diez años que venimos compartiendo las vacaciones dando rienda suelta a nuestra deportiva ilusión; disfrutando de los paisajes madrugadores, las íntimas tertulias a que invitan las caminatas, las competencias a muerte, los sarcasmos amigables, la búsqueda compartida de las bolas desaparecidas; gozando los vaporosos saunas que abrigan con su calor y refrescan con la inefable brisa espiritual que suele regalar la confidencia…

Detrás de la traviesa picardía que reflejan sus ojos azules, hay un brillo extraño que delata un alma caprichosa e inquieta. Unas cejas alborotadas son el entorno adecuado para marcar la impronta de las embestidas de su natural irreverencia. Porque él sí sabe invadir y conquistar el país de la broma y la alegría. Su risa es sincera; su broma jamás es mordaz; y, por todos es compartida su inveterada picardía. Él es el embajador de la solidaridad, el adalid de la alegría. Heredó de sus inolvidables y maravillosos padres el respeto y la simpatía por los demás; la conciencia que lo mejor que podemos compartir es el disfrute de nuestros días.

Sus continuas y recurrentes batallas con la enfermedad, las suyas y las de su familia, solo han podido ser superadas con esas mismas armas: las formidables medicinas de la risa y la ilusión; la terapia genial de la compartida simpatía. Marcela, su dulce e inteligente compañera de cuarenta años, sabe que él es un antojadizo corcel, reacio a la montura pero dócil con la brida. Ella hace que él se sienta como un rey; lo cual es siempre justo: él se ha ganado en perseverantes y merecidas batallas, las extensas y fértiles comarcas del noble reino de la alegría.

Lástima que en días pasados, el balance de su tarjeta de crédito, ha reflejado que habría hecho un imprudente pago en “La Casa del Amor…”! Supuse que habría sido uno de esos sitios que han sido testigos de sus devaneos e indiscreciones… Pero, qué alivio: le salvó la campana! Solo había sido una de sus automotrices veleidades, un derroche costoso con sus vehículos de colección. El supuesto delito se había cometido en el centro de la ciudad y a plena luz del día. El cargo se habría registrado en “La Casa del Amortiguador”...! Sucede que en los estados de cuenta, por un límite en el número de caracteres, no siempre ponen el nombre completo de los establecimientos comerciales!

Chicago, 21 de Enero de 2011
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