21 marzo 2011

Allá arriba, en el infierno…

Se supone que el infierno está ubicado bajo el subsuelo; abajo, mucho más abajo de lo que están los subterráneos más profundos y secretos. Sería esa oscura profundidad la que contendría los campos indescriptibles del averno. Siempre se creyó que los dominios de Satanás, el ángel revoltoso y soberbio, estarían localizados en un substrato geológico inferior, que apuntaba al centro de la tierra, relacionado con las masas incandescentes de lodo ígneo. Esa fue siempre la visión apocalíptica y mitológica con que la religión se encargó de retratarnos el infierno. Así supusimos que el Hades o el río Estigia, se hallaban allá abajo, en el inframundo. Porque “allá arriba”, en cambio, se encontraba el espacio reservado al Paraíso. Mas, eh aquí que un buen día descubrí que el infierno, que debía hallarse ubicado junto a la caldera de los volcanes, había tenido una sucursal itinerante establecida nada menos que en el mismo cielo…

Y es que, puestos a esperar en Pastaza para que se concretara un vuelo después de mediodía, por fin se nos confirmó una contratación para transportar combustible al campamento de Curaray, en el centro del Oriente. Era un vuelo típico de treinta minutos desde la base de Shell Mera, el aeropuerto que fuera por muchos años el paso obligado hacia los destacamentos militares y hacia los campamentos petroleros de la región oriental. Luego de despegar de Pastaza, un pequeño cambio de rumbo, enfrentaba al avión con un conspicuo arbolito que, cual auténtica baliza de navegación, definía la marcación necesaria para confirmar el derrotero. Entonces, y ya con altura de crucero, se seguía con rumbo Este, hacia los destinos selváticos entonces más frecuentes: Villano y Curaray.

Yo venía hecho cargo del pilotaje esa tarde. Luego de cruzar la cuadra de Canelos, el capitán decidió encargarme de la navegación en forma total; entonces, dejó la cabina de mando y se desplazó hacia la de pasajeros para cumplir con una travesura impublicable… Quince minutos luego del despegue y ya nivelados a cinco mil pies, confirmé la posición correcta, e hice el obligatorio reporte: “TAO Pastaza, del TAO 09. Villano 2-5, Curaray 5-0, cambio”. Pasados otros cortos minutos, y dado que el comandante se demoraba en regresar al puente de mando, decidí iniciar el requerido descenso, con el propósito de conseguir una altura de mil quinientos pies en tramo base, preparándome ya para el aterrizaje.

En estas instancias del episodio, pasé a persuadirme que el capitán había optado por probar el desarrollo de mi autónoma iniciativa y que había decidido retrasar su retorno para evaluar mi “criterio de vuelo” y la confiabilidad en mi incipiente pilotaje… Había ya iniciado mi descenso, atravesaba quizás tres mil pies de altura, cuando de pronto la lluvia empezó a arreciar y el tiempo meteorológico comenzó bruscamente a deteriorarse. El cielo se oscureció de golpe, casi fue como si en el día se hubiera hecho la noche. Unos rasgados y lánguidos estratos contrastaban con el azul acerado y mortecino que había pasado a adquirir el firmamento, denunciando la ominosa presencia de un cumulonimbo gigante. En la confianza que solo se trataría de condiciones de tiempo locales, continué con el descenso planificado, atento a mantener contacto visual con los meandros que ahí tiene el río, para asegurar así la necesaria ubicación, como era aconsejable.

De súbito, un ruido persistente y atronador dominó el ambiente en cuestión de cortos instantes; los relámpagos se hicieron más frecuentes; y la lluvia y la severa turbulencia se fueron combinando en apocalíptico maridaje. Todo pareció acontecer en forma vertiginosa e imprevista. Una extraña sensación de zozobra e impotencia empecé a percibir en la cabina de pilotaje. Mientras esperaba que el comandante regresara de su quehaceres para brindarme su invalorable soporte y apoyo, la turbulencia se fue haciendo más peligrosa e intolerable. El viejo DC-3 se sacudía y zarandeaba de arriba hacia abajo, y de un lado para el otro, en una condición demencial y crítica, la cual era cada vez menos controlable. Pronto comprobé que el pilotaje del avión era ya imposible de mantenerse dentro de parámetros aceptables. Aferrado a la columna de control, hacía más esfuerzos para no desprenderme del asiento que para convertir la situación en manejable.

Es que, volar “en instrumentos”, en medio del mal tiempo en la húmeda selva amazónica, y sin disponer de un radar meteorológico, implicaba el riesgo de encontrarse con estas “nubes con pepa”; es decir, no se estaba exento de la contingencia de enfrentarse con una tormenta aislada, embozada en cortinas de nubes que, por su apariencia inofensiva, podían contener la amenaza escondida de las formaciones verticales con las que los aviadores prefieren no enfrentarse. Era ésta una nube de dimensiones y efectos incalculables. Me había encontrado en el cielo con el mismo demonio; y ahora había tenido que batallar estando solo! Nada menos que frente a Lucifer, el ángel de los más perversos desplantes…

En medio del ruido insoportable producido por la lluvia torrencial que sacudía e importunaba; en medio de esas ráfagas de viento que convertían al aparato en una cometa indefensa a merced de los vientos huracanados, el tan extrañado tripulante logró reincorporarse por fin para completar la maniobra que yo había ya empezado a efectuar: la de suspender el rumbo a nuestro anterior destino y buscar proa opuesta para así abortar la operación del frustrado aterrizaje.

Mientras los motores seguían rugiendo como heridas fieras salvajes, poco a poco fuimos saliendo de nuestra precaria condición y conseguimos alejarnos del agrio y altanero cúmulo, para apreciar desde afuera aquello en lo que habíamos estado inmersos hasta hace tan pocos instantes. Una nube de portentosas dimensiones nos había amenazado con el brillo de sus inconfundibles fulgores, sus zigzagueos de muerte y sus fulminantes resplandores infernales. La obscena cresta de un yunque pertinaz anunciaba su perversa y pugnaz tendencia de combate.

Creo que no volví a meterme en ninguna clase de nube por largos meses… Había aprendido, sin querer, qué mismo era eso que llaman el miedo… Y, además, que aquello que llaman el infierno, puede hallarse escondido en muchas otras partes!

Shanghai, 20 de marzo de 2011
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario