27 marzo 2011

Eso de quedarse con la boca abierta

Hay veces que encuentro cosas que me maravillan y sorprenden; y entonces, en testimonio de mi sorpresa, admiración o aprecio, me quedo lo que se dice con la boca abierta; mas, hubo episodios y experiencias en las que también me quedé con la boca abierta y, la verdad sea dicha, no fueron circunstancias de mi agrado, ni conjugué el verbo disfrutar como consecuencia de la tristemente recordada experiencia. Y aquí tengo que hacer referencia a mis traumáticas citas dentales cuando era niño. Los dentistas tienen la potestad arbitraria de dejarnos literalmente con la boca abierta; esto lo he soportado con gusto en un par de ocasiones; aquí se trató de doctorcitas de buen ver e innegables atractivos que se metieron con mis piezas dentales y, claro, mientras preparaban sus ingredientes para calzarme, me dejaron por largo tiempo con la boca abierta…

Tengo lo que los ortodoncistas llaman “maloclusión” o “mordedura traumática”, que es la condición que se presenta cuando la mandíbula inferior no logra calzar con la superior. Pero, ojo, no hay que confundir con la quijada prognática -del griego pro (adelante) y gnothos (quijada)- que es una condición que identificó a los Austrias y caracterizó a los Borbones. En su caso, la mandíbula inferior se muestra prominente. Quienes no reclaman sangre real, pero exhiben de todas formas una pronunciada quijada, no son Borbones; son simple y llanamente jetones. Ahora bien, quienes como yo, presentan el caso contrario, no tienen sino que dejarse crecer la barba, en forma de chiva o de candado, para así disimular la carencia de una barbilla agresiva. De esta manera, puede decirse que existen tres tipos distintos de quijadas por su forma y apariencia: la prognática, la traumática (tu mismo), y la neutra o típica propiamente dicha.

Los dos primeros casos constituyen la delicia de los odontólogos (o de los cirujanos máxilo-faciales, como prefieren y exigen ser llamados ahora). Vienen a ser como las operaciones cesáreas para los ginecólogos o los aterrizajes con viento cruzado para los pilotos comerciales. Ahí es cuando estos distinguidos facultativos dejan cualquier asunto importante, inclusive otros pacientes, a quienes no tienen pena ni vergüenza de dejarlos esperando (y también con la boca abierta) para dedicar todo el tiempo del mundo a explorar los síntomas y particularidades que para su especialización son motivo de admiración, hallazgo enriquecedor y, como no, expectativa promisoria de jugosas rentas.

Dicen por ahí que no hay nada más insoportable y tortuoso que un dolor de muela. Yo tengo que dar de esto rendido aval pues, aunque he escuchado idénticos comentarios respecto al dolor de parto, mi condición de género ha impedido que haya sentido semejante dolencia. Solo puedo decir que, así como nos puede volver locos el dolor de oído, algo similar podríamos decir con el dolor de muela. Podría decirse que en casos como estos “nos duele la muela en todo el cuerpo”. Sí, no hay dolor más agudo y torturante como el de aquella molestosa dolencia. Mas, una vez que lo registro y comparo, concluyo y resuelvo que todos los dolores agudos son insoportables, son dolores que nos hincan y marcan por uno o múltiples instantes. Son cuotas indeseables de martirio, otorgadas a plazos o de contado; dolor al fin y punto! Compadezco a quien los padezca!

Cuando estos achaques sobrevienen no hay nada mejor que tener un dentista a la mano; en forma preferente, lo ideal sería tenerlo en casa, o por lo menos estar en condición de hallar uno que se encuentre cerca. Pero, no era este el sentimiento que yo sentía de niño en casa, pues fue entonces justamente que fui creciendo en la repulsión de saber que había alguien que había decidido en forma permanente hurgar dentro de mi boca, para investigar en mis dientes y explorar en mis muelas.

Y es que en casa teníamos un meticuloso (metibocoso?) tío que fungía entonces de estudiante universitario en la rama de la odontología. Tengo la sospecha que él encontraba muy conveniente y adecuado realizar en forma doméstica sus obligadas prácticas y universitarias tareas. Así es como pasé a convertirme en su conejillo de indias. Yo trataba sin éxito de escabullirme cual ágil conejito; pero, una vez atrapado, volvía a ser embutido con unas substancias pastosas que el tío mencionado colocaba en mi boca y hasta que consiguiesen endurarse, dentro de las molduras metálicas que me había introducido en la cavidad bucal, había que esperar por horas con un censurado espíritu de reclamo y además con la boca abierta!

Desde entonces aprendí a tratar a los dentistas, si no con desconfianza y aprehensión, por lo menos con suspicacia. Y esto, con este puntilloso y consagrado pariente en particular, quien al parecer optó por los hábitos de la ortodoncia solo para conseguir desquitarse del segundo nombre con el que le habían castigado sus padres y que por traviesa casualidad sus sobrinos habíamos descubierto. Y es que si bien se ve, no se puede entender como unos progenitores normales pueden ceder a la crueldad y bautizar como Rosesbindo a un bebe recién nacido, frágil, inocente e indefenso! Y es que, para adicionar insulto a la injuria –o injuria a la herida-, o como quiera que se diga, encuentro que no hay en el santoral español un santo que ostente el estandarte de aquel oprobioso nombre; y, es más, cuando busco referencias cibernéticas, las únicas notas que hallo se encuentran en Latacunga y tienen que ver con unos litigios de tierras.

No he vuelto a encontrar nadie con ese nombre. Cuando lo escucho lo asocio con moldes de yeso que se ponían a cuajar mientras me exigían mantener por más de una hora la boca abierta, contradiciendo así el aforismo de que en boca cerrada no entran moscas, ni vivas ni muertas. Lo más cercano y parecido que alguna vez hallé fue un mecánico de aviación que se llamaba Rosendo, y que por delicadeza, y conmiseración, nadie le llamaba por su nombre. Su apellido era Guerrero y preferían llamarle como “Guerrerito”. Es que, no hay derecho! Cuando al prójimo le han castigado con un nombre así… es como para quedarse con la boca abierta!

Shanghai, 27 de marzo de 2011
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