Como es conocido, se llamaron Cronistas de Indias a aquellos historiadores que relataron la conquista y los acontecimientos de la parte inicial de la colonia, durante los siglos XVI y XVII. El libro habría sido concluido hacia 1615; sin embargo, su manuscrito solo habría sido hallado, hace poco más de un siglo, en una biblioteca de Copenhagen. Aparte del natural interés que este tipo de crónicas despiertan por su propia naturaleza y el estilo que les ha sido característico –es el caso de las obras de Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Francisco López de Gómara o el Inca Garcilazo de la Vega-, el documento tiene un valor testimonial fabuloso. Su más importante distinción constituye, sin embargo, la serie de ilustraciones explicativas con que el cronista aborigen embellece su fundamental obra.
La Nueva Crónica es una referencia indispensable, no sólo porque el autor nos ofrece una relación de primera mano, sino porque la obra representa la visión del aborigen culto con relación al controvertido proceso que tuvo la conquista. Claro que, imbuido Guaman Poma por un novedoso celo religioso y por el influjo propio de las creencias que se tuvo en su época, trata de conciliar las leyendas de sus antepasados con el referente religioso de la nueva cultura europea. Así se entiende que la relación cronológica que nos ofrece el historiador, mitad halcón y mitad puma –de acuerdo con la traducción que él mismo hace de sus apellidos-, entre con frecuencia en conflicto con la realidad y excursione hacia el bello pero impreciso reino de la especulación, la imaginación y la fantasía.
El bilingüe cronista declara tener ochenta años a la fecha de composición de su historia, lo cual debe tratarse más bien de una edad simbólica –la del anciano sabio y venerable-. Parece que Guaman Poma se inició como escribano auxiliar del clérigo Cristóbal de Albornoz, encargado de reprimir uno de los primeros movimientos de rebelión andina. Más tarde, habría tenido una tormentosa relación con el fraile Martín de Murúa, a quien acusaría de haberle querido robar su esposa. Aquellos son los tiempos de las reformas del virrey Toledo, que dejarían el cuestionable legado de las encomiendas, las reducciones y las mitas. Frente a ello, surge la voz acre y corrosiva del perspicaz narrador indígena.
Quito, enero 9 de 2012

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