24 enero 2012

Prolapsos y adenomas

Es probable que a nadie le guste someterse a chequeos o evaluaciones; y es factible que esto obedezca a que a nadie le gusta sentirse observado. Por ello, en el caso particular de los aviadores, a más de las evaluaciones periódicas para comprobar su aptitud o idoneidad –es lo que se llama “proeficiencia”, a falta de mejor traducción y a sabiendas de que se trata de un anglicismo-, ellos deben someterse a una serie de pruebas médicas semestrales que han de respaldar la periódica renovación de los privilegios contenidos en sus licencias aeronáuticas.

Contrario a lo que puede sugerirse, cualquier “sorpresa” en la detección de alguna dolencia o anomalía, no produce en los examinados la natural satisfacción de que se haya detectado una enfermedad con oportunidad; por el contrario, como estos resultados pudieran generar la automática suspensión de la licencia aeronáutica que poseen, además de las reiteradas comprobaciones y adicionales chequeos, ponen a los profesionales de la aviación, en casos ocasionales, frente a una serie de circunstancias que echan al traste con su tranquilidad y distensión. Todo esto, sin tomar en cuenta la temporal o definitiva suspensión de su medio de ingreso económico y de su método de supervivencia.

Quizás por ello, y debido a la ausencia de medios compensatorios que aseguren la actividad de los profesionales de la aviación, no es raro encontrar cuando uno acude a tales comprobaciones y chequeos, un cierto aire, si no de ansiedad por lo menos de nerviosa expectativa. Es que cualquier desmán o exceso en los días previos a la prueba fisiológica, puede crear de pronto una condición que no se la había previsto. Entonces, a más de los incómodos re-chequeos y de los nuevos desplazamientos requeridos, se suma la posibilidad de que se alteren y aún suspendan los programas de vuelo individual que habrían estado planificados. De allí que, tal chequeo nunca deja de afincarse en ese movedizo terreno que constituye, si no el de lo inesperado, por lo menos el de lo imprevisto.

En mi caso personal, llevo cuarenta y dos años sometiéndome a estas pruebas de carácter médico. Durante los primeros quince años tuve que acudir a una base de la Fuerza Aérea donde, luego de los procedimientos de seguridad e identificación respectivos, debía guardar la necesaria secuencia a objeto de recibir la atención requerida, mientras se ofrecía –como resulta lógico- servicio prioritario al personal militar que acudía a aquel departamento especializado en medicina de aviación. Allí, en ese ambiente caracterizado por la sobriedad, la obediencia y la disciplina, esperábamos nuestro turno los aviadores civiles, confundidos con los oficiales, el personal de tropa, e incluso con los conscriptos y los aspirantes que pugnaban por ingresar en aquella institución aérea.

Así, unos cinco años después de haber iniciado este tipo de exámenes médicos, un buen día se me detectó una de esas anormalidades que uno está persuadido que solo se las encuentra a los demás. Como siempre procuré hacer deporte y tuve la preocupación de no abusar de mi cuerpo; y como además, por precaución, había sido nuestra costumbre evitar el alcohol y cuidar de la dieta, sobre todo durante los últimos quince días anteriores al chequeo, jamás esperábamos que las imprevistas sorpresas se pudieran presentar. A lo sumo y debido también a nuestra juventud, lo que ocasionalmente se nos recomendaba era: controlar el colesterol, cuidar los triglicéridos o dejar de fumar. A veces se nos requería un cambio en la medida de los anteojos de lectura o se nos daba alguna prescripción para controlar alguna condición fácil de curar o de controlar.

Aquella tarde, sin embargo, me llamaron a sus oficinas los facultativos y en lugar de entregarme el certificado de mi aptitud médica, me pidieron que acudiese a realizarme nuevas comprobaciones en una clínica cardiológica de la ciudad, pues se sospechaba que cierta arritmia que habían detectado, podía obedecer a una desviación o prolapso de la válvula mitral. Esta válvula, que como su nombre lo indica tiene la apariencia de una mitra de obispo, es la que permite el flujo de la sangre entre la aurícula y el ventrículo del lado izquierdo del corazón.

Pude enterarme entonces que esta anomalía aquejaba a la séptima parte de la población mundial; el defecto venía muchas veces desde el nacimiento y en algunos casos desaparecía, en parte de los afectados, en el transcurso de la vida. Es más, la mayoría de los aquejados, ni siquiera se enteraba de poseer la dolencia y llevaba una vida saludable y sin complicaciones relativas. En mi caso particular, se presentaba con una leve arritmia ocasional, la misma que parecía estimularse con ciertos medicamentos, la ingestión de alcohol o la cafeína. Años más tarde habría de descubrir que el síntoma se exacerbaba con los afectos del cambio de hora (jet lag) y con la privación de sueño adecuado y reparador.

Ayer, con el ánimo de actualizar mi licencia de piloto, he vuelto después de casi quince años al Centro de Evaluación Médica de la Aviación Civil. Al no existir, o no encontrarse mi ficha médica, he tenido que relatar y hacer referencia a mis anteriores diagnósticos y novedades del pasado. Esta vez me han aclarado que tal condición no representa lo que los cardiólogos llaman una “miocardiopatía” y que para respaldar la otorgación del certificado habría de realizar un par de pequeñas pruebas que confirmarían el diagnóstico referente a mi declaración.

Lo que sí he tenido que “ir a traer de la casa” ha sido el resultado de unos exámenes que me había efectuado por mi cuenta el año pasado, los mismos que habían dado como resultado la presencia de un pólipo intestinal con apariencia de adenoma; uno de esos tumorcillos de carácter benigno que por su aspecto, despiertan la inconclusa sospecha de que pudiera tratarse de una condición abierta a futuras complicaciones. Las comprobaciones y pruebas que conducen a estos diagnósticos no son exigidas por la autoridad aeronáutica; pero cuando los síntomas se han presentado, ella quiere tener el aval y respaldo que deje en claro cualquier tipo de duda o incertidumbre. Es que… como yo, nadie es perfecto!

Quito, enero 24 de 2012
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