Paris fue amamantado por una osa y luego rescatado y criado por unos humildes campesinos. El joven creció fuerte y hermoso, a tal punto que fue objeto de la preferencia sentimental de una de las ninfas, con la que habría de desposarse. Mas, tal habría sido la naturaleza de sus irresistibles y arrebatadores encantos que produjo la rivalidad entre las diosas del Olimpo, quienes pronto pasarían a disputarse sus favores y atractivos. Fue cuando intervino la diosa de la Discordia, quien aprovechándose de una boda entre los residentes del paraíso, hizo circular una manzana con una inscripción en la que se leía: “para la más bella”…
Como se puede suponer, la leyenda dio margen a una endemoniada polémica entre las engreídas deidades, quienes resolvieron acudir al bello Paris para resolver su porfiado desacuerdo. Temiendo que el apuesto joven pudiese ceder al influjo de sobornos, cada una optó por seducirlo usando similares métodos: una le ofreció un reino, otra le propuso fama ilimitada y una tercera le prometió que se haría acreedor a poseer “la mujer más hermosa de la tierra”. El héroe se quedó con esta última promesa; pero, para ejercitar su reclamo, tuvo que acudir a un insólito secuestro, artificio que no sólo le llenaría de fama, sino que daría origen a una prolongada guerra… Y todo por una disputa entre quienes querían ser declaradas como la única, como la incomparable, como “la más bella”…
A veces leemos estas historias, pero pasamos por alto su moraleja. Cuánto dolor causan en el mundo los que se niegan a ser disputados, los que creen que sus atributos obliteran el valor de los méritos ajenos. Respecto a eso no puede existir desacuerdo, discrepancia o controversia… Un día, caminando por las calles de Barcelona descubrí una cuadra a la que se había dado por llamar “La manzana de la discordia”, tratábase de una zona de la ciudad donde altivos y orgullosos se erguían sendos edificios diseñados por sus cuatro más famosos arquitectos modernistas. Allí, por lo menos, el observador contaba con el beneficio de ejercer su libre albedrío. Las diosas intransigentes, sin embargo, nos niegan el favor de tal ejercicio. Imposible, si lo que quieren es ser las únicas, no sólo las más bellas!
Quito, enero 7 de 2012

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