05 enero 2012

Rubores borbónicos

El año que acaba de terminar se encargó de colocar en las tarimas noticiosas del llamado “Jet Set” peninsular a una matrona que, según se observa, ha venido resistiéndose a envejecer; la pronunciación de su solo nombre parecía espolear esa morbosa curiosidad que despierta la supuesta nobleza de sangre –de existir semejante contrasentido subrayado en las reclamaciones de una pretendida prosapia-. Todo parecía indicar que su titular, una dama nonagenaria conocida como Doña María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, Décimo Octava Duquesa de Alba de Tormes, Grande de España, había resuelto contraer nuevas nupcias con un apuesto y nada pudoroso caballero, cinco lustros menor que ella.

La duquesa no solo que ostenta una infinidad de auténticos –léase reconocidos- títulos nobiliarios, sino que se sabe que desciende de un rey británico (aunque por vía bastarda) y sería descendiente de una reina española. La muy famosa aristócrata había quedado viuda en sus anteriores compromisos, el último de los cuales le había relacionado con un conspicuo doctor en teología que, a más de ser hijo ilegítimo, había abandonado los hábitos de sacerdote jesuita. La señora de Alba llevaba como diez años de sentirse desamparada, tiempo en el cual pasaron a parecer cada vez más evidentes las huellas de sus continuas cirugías estéticas.

Para los españoles el acontecimiento había resultado el sucedáneo de un verdadero culebrón, toda vez que muchas voces se habían levantado para desanimarla de sus tardíos propósitos afectivos. No obstante, la ceremonia de la boda se ha celebrado con pompa y circunstancia, como reclamaban las costumbres de la realeza, las exigencias de la moda y las debilidades de la novelería. El nuevo consorte, por su parte, aparece a su lado de tarde en tarde con gesto huraño y un tanto esquivo. Queda por dilucidarse si doña Cayetana habrá de preparase a un nuevo y ominoso desenlace, por tercera ocasión, o si la fortuna querrá ahorrarle de tan trágicos trasiegos que habrían de despertar comentarios más antojadizos.

Pero, ha sido la mismísima casa del rey Juan Carlos, la que hacia el final del año ha venido a soportar las críticas y comentarios por culpa de las indiscreciones de uno de sus hijos políticos. En este caso, ha sido Iñaki Urdangarín, Duque de Palma, esposo de la infanta Cristina, quien ha creado un enorme revuelo al conocerse sus turbios movimientos financieros al frente de una institución que no tenía fines de lucro. Las evidencias apuntan a que el enjuto y altivo personaje sea imputado de fraude y malversación de fondos. Pobre familia real, que se ha visto obligada a hacer públicas sus cuentas y presupuestos; y que ha sido puesta en la mira de quienes cuestionan la necesidad de la monarquía.

Volveremos luego de la pausa. Estén atentos al nuevo capítulo!

Quito, 6 de enero de 2012
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