18 octubre 2012

“Contraflujos” y contrasentidos

No encuentro la muy singular palabra en el diccionario de la lengua; ni siquiera en el que se nos ha legado con el título de “Diccionario de ecuatorianismos”. Sin embargo, parecería que los quiteños -y por extensión, los ecuatorianos- ya le hemos dado carta de naturalización y de ciudadanía. Cuando vamos en sentido opuesto o contrario a la dirección normal que debe tener el tránsito automotor, decimos que vamos “a contraflujo”, utilizando un término que ni siquiera es posible encontrarlo en los diccionarios. No solo que lo utilizamos en el lenguaje coloquial; sino que en apariencia ya lo habríamos patentado y registrado: los rótulos de señalización mencionan “contraflujo” en el sentido de contramano.

Esto del tránsito en sentido contrario (decir “en contrasentido” también constituiría otro contrasentido, a más de no resultar adecuado) habría venido a convertirse en un paliativo para los horribles y -en apariencia- insolubles inconvenientes de nuestro tránsito vehicular. Lo grave es que los "contraflujos" nacieron como alternativas de carácter provisional, mientras se buscaban soluciones definitivas para una problemática que se ha ido haciendo más fastidiosa y cada vez más grave. Así, de correctivos con un propósito temporal, se han ido convirtiendo en respuestas permanentes que han ido más bien postergando -si no haciendo olvidar- los correctivos definitivos que merecían las congestiones cuotidianas.

Cincuenta años atrás ya se habían detectado dos grandes embudos o cuellos de botella en la movilización del tránsito en la urbe. Yo vivía a pocos pasos del que se presentaba en la parte norte; este se producía porque varias vías confluían en la plaza de San Blas. En cierto modo, ese entrampamiento se solucionó por su propia cuenta: los quiteños decidieron casi por comunitario acuerdo, irse a vivir en los barrios del norte… El embudo quedó allí mismo; lo único que había sucedido es que los habitantes ya no necesitaron ir a realizar sus actividades en el tradicional centro histórico. Empero, lo que tenía que pasar pasó: el cuello, o los cuellos de botella, se multiplicaron y tan solo se fueron a vivir en otra parte…

En mis primeros viajes al exterior pude apreciar que además de disponer de una moderna y eficiente infraestructura -siempre la infraestructura, cuándo no!-, las ciudades populosas habían emprendido en otras políticas complementarias que se sumaban a las autopistas, pasos a desnivel y distribuidores de tránsito. Las comunidades, a muestra de ejemplo, habían incentivado el uso compartido de vehículos, estableciendo como estímulo para esas iniciativas, la designación de carriles exclusivos para su movilización. Recuerdo también, haber descubierto en la capital americana un novedoso sistema en que algunos viaductos y ciertas arterias principales cambiaban, a ciertas horas, el sentido normal del tránsito.

Nuestra capital tiene una circunstancia muy especial que es la que justamente exacerba sus problemas de congestión automotriz: está rodeada por dos grandes valles y por tres o cuatro populosos barrios que… únicamente tienen una sola y -a veces- estrecha vía para acceder a la parte medular del núcleo urbano! En estas circunstancias, es inevitable que se produzcan los embudos mencionados y que, más temprano que tarde, se propicien esos embotellamientos en ciertos puntos específicos. Por ello debe ser que “embudo” no solo se define como “artilugio en forma de cono que sirve para transvasar líquidos”, sino además como trampa, engaño o enredo… En suma un artificio para volver a lo mismo!

Tengo la impresión, por otra parte, que no solo que la implementación del flujo vehicular en sentido opuesto, o a contracorriente, ha aplazado la real y definitiva solución de los problemas de movilización, sino que por fuerza ha ido creando otros adicionales. Además, lo que parecería provocar un inconveniente de menor cuantía para propiciar la comodidad de la mayoría, ha creado más bien graves molestias de carácter permanente para un número importante de usuarios que tiene que lidiar, tanto de ida como de regreso, con la tediosa consecuencia de la alteración del sentido normal de las vías que deben utilizar en forma diaria.

El “contraflujo” tiene el inconveniente adicional de crear un sentido de desidia y complacencia: como resultado de su aplicación temporal se ha dado curso a una mayor presencia vehicular que deja insubsistente la intención para la que fue originalmente implementado. Por otra parte, y esto es lo más perjudicial, dicha aplicación hace olvidar que la única solución que habrá de enfrentar en forma adecuada el problema del tránsito es la urgente construcción de la necesaria infraestructura. Los grandes problemas requieren grandes soluciones; y no la presencia de cucuruchos o capirotes de colores llamativos para alterar en forma horaria el sentido normal del tránsito automotor.

No reconocerlo en forma urgente solo nos convierte en verdaderos “contreras” (sí está en el diccionario, en el sentido de: individuo que lleva la contraria en sus actos o en sus palabras) y nos hace vivir en una metrópoli como si viviésemos en un permanente día de feria pueblerina… Obviamente, un absurdo contrasentido!

Quito, octubre 18 de 2012
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