02 octubre 2012

El cordonazo del Santo

Difícil no recordar los aguaceros torrenciales de los primeros días de escuela; los truenos fulminantes y el ruido atronador de las granizadas de octubre. Imposible no recordar nuestras salidas al centro para adquirir las botas de caucho en los almacenes “El Globo”, o los carriles de la Pedro Fermín Cevallos, cuando no los útiles escolares de Artes Gráficas o de alguna otra de las papelerías del viejo Quito. Quizá fue entonces que fui testigo de una formidable y, para mí, inolvidable borrasca de granizo. Las huellas y vestigios de las pepitas de hielo habían convertido en un paisaje de invierno a la enorme plaza de San Francisco.

Eran los tiempos en que las principales actividades extracurriculares, aparte de las deportivas, eran el ensayo de “la comedia” y la práctica de una disciplina que llamaban “la recitación”. Una de esas interminables poesías que nos pidieron aprender, fue precisamente una que llevaba por título “Los motivos del lobo”. Tratábase de un poema endecasílabo de un nicaragüense que se llamaba Félix Rubén García Sarmiento, quien había preferido utilizar como apellido el primer nombre de su abuelo para llamarse Rubén Darío. Era un poeta que reconocía la influencia de un escritor ambateño llamado Juan Montalvo…

El sentido poema hacía apología de la pobreza y de la vida de renunciaciones del llamado “Pobrecillo de Asís”, mejor conocido como San Francisco. Este había nacido Giovanni di Bernardone, en Assisi, una ciudad de Perugia; era hijo de un rico y próspero comerciante, pero en su juventud había decidido apartarse de las comodidades ofrecidas por su padre y había optado por una vida de pobreza y renunciamientos, a la usanza de las congregaciones mendicantes. En un tiempo que las comunidades religiosas eran seriamente cuestionadas, por el caso de las herejías cátaras que dieron origen a las cruzadas albigenses, iniciativas como la de Francisco fueron autorizadas e impulsadas desde Roma, ya que propiciaban una vida de privaciones, frente a la cuestionada de supuesto fasto y riqueza con que se atacaba a la Iglesia Católica en esos controversiales tiempos.

Giovanni (o Francisco) había optado por vestir una sencilla prenda: una burda vestimenta construida con retazos de sayal. Tratábase de un frugal ropaje de color ceniciento, que se completaba con una cuerda de tosca lana, a manera de cinturón, que servía para sujetar el hábito. Cuando Francisco de Asís fundó la orden franciscana, estableció para sus seguidores la costumbre de usar aquella humilde y encapuchada indumentaria, siguiendo así los preceptos evangélicos de Mateo 10: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón”.

Pasados los años, el “mínimo y dulce Francisco de Asís” fue elevado a los altares. La Iglesia habría de decretar como fecha de su onomástico religioso, o de su santoral, el cuatro de octubre. Francisco es uno de los santos más insignes de la cristiandad; uno al que se acogen, en busca de intermediación, muchos gremios de obreros y artesanos. De hecho, cuando empiezan los temporales que asolan en las tardes de octubre, los fieles buscan la protección del santo del sayal. Mas, el fenómeno del clima no ocurre solo en la serranía del Ecuador; al contrario, en muchas latitudes se asocia el rigor de esos terribles aguaceros con la fuerza de látigo que podría generar el castigo propinado por el austero cordón del santo. Por eso, el diccionario define así al llamado Cordonazo: “Entre marineros, temporal o borrasca que suele experimentarse hacia el equinoccio de otoño”.

Cuántas veces repetí hasta la saciedad la música de aquellos versos. Hoy, pasado el tiempo, trato de repetir lo que la memoria ya casi abandonó en el olvido:

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal.

Bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo…

Perdonen, pero aunque ya no rime... me olvidé de lo demás!

Quito, 3 de octubre de 2012
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