07 octubre 2012

El cuento de nunca acabar

“A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles…".  Jorge Luis Borges. El puñal.

Auspiciantes y opositores, montubios y serranos, rojos y escuálidos, blancos y negros, creyentes y paganos… El mundo parece un cuento de nunca acabar! Sí, un cuento! “Una mecha”, como hubieran dicho mis tíos maternos. Y me pregunto si esto de buscar siempre posiciones antagónicas e irreconciliables está inscrito en el DNA de la naturaleza humana y ha de ser parte del destino contradictorio y demencial del hombre. Por qué esta tendencia nuestra por verlo todo como blanco y negro? De dónde surge este dualismo absurdo, excluyente y maniqueo, que nos impide ver que las posiciones que adoptamos están inspiradas en la intención (si es que no utilizamos un pretexto) de buscar el bienestar general?

Encuentro que para responder a estas preguntas con coherencia, hace falta primero basarse en la premisa de que existe autenticidad en los propósitos ajenos. Mal podríamos hacernos esta pregunta si no aceptaríamos como válida la supuesta sinceridad de las motivaciones ajenas, si no descartamos que pudiese existir una cierta cuota de cinismo en la evidente intransigencia con la que ciertos grupos o determinados individuos exponen sus posturas y puntos de vista. Por ello es que resulta tan confuso cuando asistimos a procesos de franco antagonismo y de permanente como insidiosa descalificación.

Por qué existe entonces este desprecio por la armonía social y la conciliación? No será que de forma consciente o inconsciente se están espoleando o acicateando los más primarios instintos de la acrimonia y el rencor? Será -me pregunto- que la ira y el odio producen y obtienen mejores resultados y réditos que la honesta y necesaria búsqueda de un punto intermedio de armonía y conciliación? Será que toda esa gente está realmente persuadida de que es más productivo vivir como lobos, hiriéndonos y despedazándonos a dentelladas, como si la aspiración más esencial del hombre no fuese otra que la venganza, la inquina y el desamor?

Es probable que ese juego, o mejor, esa vorágine de oscuras pasiones se alimenten y solivianten al socaire de escondidos intereses. Solo así podría entenderse que no sean la fraternidad y la concordia las que representen la aspiración más elevada de la condición humana, la vocación más excelsa que pueda tener el hombre. Cuando nuestras intenciones no son auténticas o cuando tratamos de esconder, enmascarar o disfrazar nuestros verdaderos intereses y nuestras reales motivaciones, destruimos el basamento de la conciliación; y, lo que es peor, insistimos en abonar la maleza del desencuentro y la hostilidad.

Por eso, cuando compruebo que subsisten estas actitudes, es que coincido que ellas constituyen “una verdadera mecha” y descubro que aunque “mecha” se define, en el Diccionario de Ecuatorianismos, de mi difunto amigo Carlos Joaquín, como “estorbo, obstáculo, rémora o incomodidad”, muy bien le cabe también la principal acepción que le reconoce el lenguaje coloquial, en el sentido de: cuerda que sirve para prender una carga o para transportar el fuego que ha de alimentar una explosión o provocar una catástrofe…

Será que alguien medita en estos temas? O será que nos hemos de empeñar siempre en que estos desencuentros se ahonden y repitan…? Al reconocimiento de esta perversa realidad llego a veces cuando oigo la letra de la vieja canción de Feliciano: “Se repite la historia, solo cambia el actor”. O, como hubiese expresado ese ciego genial que fuera Borges, en La trama: “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. O, como él mismo lo dice en la introducción de esta entrada: “… tanta soberbia, y los años pasan inútiles!”. Como si fuese un travieso puñal, digo yo.

Quito, 7 de octubre de 2012
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