28 octubre 2012

Hidalgos de bragueta

Manda huevos! Es sorprendente como aún en pleno Siglo XXI, con todo el influjo democrático de la modernidad, y con vigencia en todos los rincones del mundo, se sigue imponiendo todavía el disparate de los títulos nobiliarios. Peregrino y extraño como suena, lo cierto es que, lejos de que se hubiesen abolido, parecería que cada día se consolidan más; a la vez que se estratifican las clases sociales…

Existen en el mundo lugares como la India, donde las castas se heredan, están definitivamente marcadas, condicionan los oficios, determinan las aspiraciones sociales y definen las relaciones familiares. Constituyen un hecho genético, una imborrable marca hereditaria. A diferencia de las clases sociales en el resto del mundo, las castas indias son irredimibles; y, cual si se tratasen de un defecto de fabrica, no se las puede ocultar y se convierten en un factor social determinante. Allí, el “estatus social” es ineludible; de hecho -y aunque digan lo opuesto, tanto la propia Constitución, como el entramado legal- la desigualdad se ha erigido en un principio regulador de las relaciones sociales.

El sistema es denigrante y absurdo; a más de inequitativo. Sin embargo, estos prejuicios están tan arraigados en el concepto religioso de la reencarnación, que hacen que esta incomprensible forma de discriminación sea una costumbre sacramentada por la conformidad, si no por el beneplácito, de quienes se avienen a vivir aplastados por el yugo de esta insólita lacra; a deambular como si fuesen leprosos o apestados, condenados a perpetuidad por esta forma injusta e irredimible de desgracia. Ahí, en la India, los “dálits” o “intocables”, los llamados “niños de Dios”, están sentenciados a ejercer solo los oficios más indignos y denigrantes; y están sometidos al escarnio de los “más nobles”, quienes les imponen su aberrante segregación sin más artilugio que el látigo de su mirada.

Pero castas no solo existen en el subcontinente índico; castas, segregación y estratificación hay realmente en todas partes. No debe olvidarse que “casta” solo quiere decir “color”; y es justamente el color de la piel lo que alrededor del mundo ha definido esta costumbre discriminatoria. En el caso hindú se presume que la llegada de los arios fue creando una forma de segregación, en base a la claridad de la piel, propiciada por los propios invasores. Esto es lo mismo que sucedió en América, luego de la venida de los españoles. En este caso, fueron las apariencias físicas, que resultaron de la mezcla racial, las que definieron los distintos niveles de mestizaje. Así fue apareciendo un verdadero arco iris en esa forma de mixtura que fue, desde el comienzo, la colonización, que dio origen a una serie innumerable de términos como mulato, zambo, chamizo, cambujo, cholo, longo o zambaigo; amén de muchos otros que ahora se me escapan…

Parecería sin embargo -ironías con que sorprende la modernidad- que un nuevo elemento se ha venido a sumar a los relacionados con los factores relativos a la raza. En cierto sentido es también hereditario… A veces es silencioso y discreto; pero otras tiene ese tintineo seductor que a muchos embruja, obliga a regresar a ver, y que llaman con el nombre de un metal: la plata! Resulta una burla y un sarcasmo, para quienes presumen de linaje, que haya sido justamente el capital - ni siquiera la cultura-, el que ha venido a alterar (distorsionar?) ese continuo y permanente proceso que es el de los cruces sociales y los intercambios genéticos. Es incuestionable ya que unas y otras formas de mestizaje han ido contribuyendo a la evidente mistificación de las diferentes razas…

En el otro lado del espectro social persiste todavía esa forma de anacronía que es la de la nobleza; con sus reyes, príncipes, duques, marqueses, condes, barones y más hidalgos. Muchos de ellos todavía ejercitan sus desplantes y contorsiones burlescas, cuando tienen que interactuar con las otras clases; así, el pueblo llano, los villanos y plebeyos, tienen todavía que soportar su desdén y aspirar a ser tomados en cuenta, para acceder a un mundo donde puedan disfrutar de nuevas oportunidades. No hace mucho tiempo la gente común podía merecer, e incluso comprar, títulos nobiliarios que le permitirían disfrutar de aquellos privilegios que antes estuvieron reservados a la nobleza. Inclusive -no parecería cierto, aunque puede causar hilaridad- el solo hecho de engendrar siete hijos varones seguidos, siempre y cuando fuesen legítimos, otorgaba el derecho para alcanzar el nunca disputado abolengo de “hidalgo de bragueta”… Realmente, manda huevos!

Arabia, 27 de octubre de 2012
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