05 diciembre 2012

El destino de los juguetes…

No me gustan los cementerios. Ni tampoco me gustan las despedidas. Estoy sin embargo en Roswell, Nuevo México, cuyo aeropuerto es realmente una suerte de bodega enorme o, si prefiere, de gran camposanto de aviones. Claro que a estos animalitos no se les ha tenido que “enterrar” en la forma tradicional, es decir que no se ha tenido que ocultarlos o enterrarlos bajo tierra, pues para el trámite solo ha bastado con dejarlos a la buena de Dios y abandonarlos en la intemperie luego de que se ha obliterado su número de matrícula y se ha borrado cualquier indicio que diera cuenta de la aerolínea para la que alguna vez volaron o sirvieron.

Roswell resulta, sin embargo, pequeño comparado con otros lugares especiales que existen para el retiro provisional de aviones. Esos lugares son en la realidad como enormes aparcamientos ubicados en el desierto, donde las aeronaves esperan con paciencia y humildad su turno para reincorporarse a la actividad aeronáutica comercial o hasta que alguien decrete su desahucio definitivo.

Por ello, llegar a este pequeño pueblo ubicado en medio de ninguna parte, es como llegar a un pueblo polvoriento y olvidado de una película de vaqueros -en este caso, un pueblo también polvoriento aunque estuviese pavimentado-. Me ha correspondido realizar el último vuelo de uno de los aviones de mi compañía (TF-AMZ), porque se me ha encargado venir a hacer entrega de dicho aparato para que, luego de desmontar sus motores y aquellos equipos que pudiesen ser utilizados o conservados todavía, sea desbaratado y -oh, triste tragedia!- para que sea convertido en aluminio reciclable… Sí, poco romántico y patético como suena, los aviones terminan convertidos en ollas de cocina o en latas de cerveza!

Sin embargo, hablar de Roswell, resulta algo más que hablar de un sitio para desguazar (deshuesar?) aviones caducados (no sé por qué la Academia no admite todavía la voz “desguazadero”); este es un pueblo que se hizo famoso poco antes de mi nacimiento por un pretendido accidente de una nave extraterrestre. Pronto el Departamento de Defensa de los Estados Unidos habría de negar y desvirtuar estas insinuaciones, argumentando que se había tratado realmente de un globo aerostático, de esos usados para meteorología, que se habría desintegrado.

Sin embargo, las  llamadas “teorías conspiratorias” (o conspirativas) que nunca faltan, habrían de resucitar más tarde, para insinuar que dicho accidente habría realmente sucedido en este pueblo aislado de la geografía; y que no solo que el infortunado -o afortunado- siniestro habría ocurrido efectivamente, sino que inclusive la Fuerza Aérea habría realizado la autopsia de los pretendidos seres de otros mundos y que habría tratado de mantener el secreto y de ocultar los restos de la supuesta nave y, sobre todo, los cadáveres de sus desventurados ocupantes!

Cuando detengo el avión y apago por última vez sus rendidos motores, en este que será el postrer y temporal estacionamiento “del que en vida fue” Tango Foxtrot Alfa Mike Zulu, no puedo sino dejar escapar una sonrisa de nostalgia y de melancolía. Bajo del avión y no me siento como un comandante que ha concluido una más de sus misiones de rutina. No me siento, desde luego ni tampoco, como el sumo sacerdote que ha de pronunciar la exégesis fúnebre en una inesperada despedida; me siento sólo como el apesadumbrado jinete que está persuadido del valor transitorio que pueden tener las cosas, de “las contingencias que tiene lo contingente”… Y que sabe, ante todo, que se está despidiendo para siempre de un compañero leal y confiable; despidiéndose de quien fuera su callado y bondadoso amigo…

Roswell, Nuevo México, 5 de diciembre de 2012
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