27 diciembre 2012

El olor de la carroña…

La voz ‘carroña’ viene de carne, al igual que otras palabras como son carnívoro, cárnico o carnestolenda; y solo quiere decir carne en descomposición o, lo que es lo mismo, carne podrida. En idéntica forma, el término ‘carroñero’ hace relación a aquellas aves y más animales que se alimentan de carne putrefacta. Debido a esa pirámide que desde tiempos inmemoriales establece el equilibrio en el ambiente, los animales se clasifican en dos grandes grupos, de acuerdo con su manera de alimentarse y habitual preferencia: unos conocidos como predadores y otros como carroñeros. Desde tiempos remotos esa división se ha mantenido como una constante en la evolución de las especies que existen en la naturaleza.

Es muy común, asimismo, identificar a los buitres con la repulsiva carroña. Esto, sin embargo de que, muy probablemente, nunca hayamos visto un verdadero buitre en toda nuestra vida. En lo personal, y con la excepción de los que he podido ver alguna vez en los zoológicos, debo confesar que he observado buitres en solo dos ocasiones en mi vida. Si descuento los que observé en forma reciente en las islas Galápagos, puedo decir que el único buitre que pude ver en nuestro Ecuador continental, fue por obra de esas circunstancias con que nos premia la casualidad y que tal testimonio se produjo solo en forma excepcional y fortuita.

Lo que sí vemos con frecuencia, y casi únicamente disputando aquellos residuos cadavéricos que caracterizan a la carroña, son aquellas aves oscuras y más pequeñas que en nuestros países andinos llamamos ‘gallinazos’ y que en México y Centro América conocen como ‘zopilotes’. Es corriente, e incluso algo frecuente, encontrar esas repugnantes aves en quebradas y caminos, pugnando y riñendo con avidez por unos ensangrentados y corrompidos pedazos; o, simplemente, merodeando en el cielo, asegurándose de que ellas, a su vez, no han de ser más tarde, víctimas de otro predador que esté esperando su eventual acercamiento.

Si algo resulta evidente es que estos pequeños buitres de color magro y macilento encuentran en los retazos de carne podrida su dieta predilecta. Esto, muy a pesar de que su vuelo elegante y majestuoso no parezca siquiera insinuar que su debilidad por la carne en descomposición constituya la sórdida forma de alimentación que es la de su favoritismo y preferencia. Desconozco si la carroña es su exclusiva forma de sustento y nutrición; pero intuyo que mientras más descompuesta luzca su sabrosa provisión, mayor ha de ser su deleite y más disputado ha de ser el trámite de su ceremonioso conciliábulo.

Aunque repugnante, nada tiene de antinatural que los buitres y gallinazos tengan esta despreciable preferencia. Si bien se puede observar, ellos no hacen otra cosa que cumplir con una tarea necesaria para la purificación del ambiente, así como para el saneamiento y asepsia de la naturaleza. Solo cabe imaginar qué sucedería con las miasmas del ambiente, si los zopilotes no ofrecerían su contribución para erradicar la hediondez y limpiar los escombros de fetidez y pestilencia. Por eso, la presencia del gallinazo es señal de mal olor, pero también indicio de promesa.

De idéntico modo, la carroña existe (shit happens!) y esto es natural, porque todos los seres vivos tienen un ciclo que está definido por el tiempo; lo que no es normal es tratar de ignorarla como si no importara ni existiera; y, lo que sería peor, tratar de ocultarla sin reconocer que con semejante tipo de trámite lo único seguro es que el proceso de descomposición se acelera e incrementa. Visto de esta manera, no debe gastarse pólvora para ahuyentar o castigar a los gallinazos; a lo que realmente debe propenderse es a no tratar de ocultar aquello que emana desagradables efluvios y que después, y cada vez con más fuerza, apesta…

Casablanca, 24 de diciembre de 2012
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