01 diciembre 2012

Los cuernos de Moisés

“Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano; al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios”. Éxodo, 34: 29-35

Si se camina junto a la parte baja del foro romano, hacia la parte opuesta donde hoy se encuentra la plaza del Campidoglio -o si prefiere, de donde hoy se levanta el monumento a Víctor Emmanuel-, el viajero encontrará una vía que desemboca en el Coliseo. Allí, cerca de ese inconspicuo vértice, existe una pequeña iglesita, que más bien debería merecer la categoría de capilla y que da la impresión de encontrarse siempre en trámites permanentes de restauración. El templo se llama “San Pietro in Vincoli”, que quiere decir San Pedro en Cadenas. Si el curioso se adentra en el recinto, se encontrará manos a boca con una de las esculturas más formidables que se han realizado en la historia de la humanidad.

Se trata de la estatua de Moisés atribuida a ese genio de las artes plásticas que fuera Miguel Ángel Buonarroti. La estatua en referencia tiene ya quinientos años. La obra sorprende no solo por su tamaño, sino sobre todo por su indescriptible fuerza artística. Pero hay algo más que llama la atención: la presencia de los apéndices óseos con los que el autor ha querido adornar al insigne profeta…

Un cierto día me propuse averiguar la razón para que de manera invariable se representara a Moisés con estos aditamentos infames. No me tardé en advertir que antiguamente los cuernos fueron considerados más bien como un símbolo viril de fecundidad (por ello quizá el toro era reconocido como el paradigma de la fertilidad). Además, en la cultura grecorromana siempre se representó con estas protuberancias a los faunos y a los sátiros; más tarde sería el cristianismo el que atribuiría los cachos, el rabo y las patas de cabra al ángel más perverso y rebelde entre todos los demonios: el incorregible Satanás.

Moisés (Moshé en hebreo, Musa en árabe) fue un patriarca reconocido en los libros sagrados como un legislador. La historia de su nacimiento en Egipto tiene una sorprendente analogía con la de Jesús. Fue milagrosamente rescatado de una cesta que flotaba en el río cuando un edicto general que ordenaba el sacrificio de los niños hebreos había sido ordenado por el faraón. Más tarde se convertiría en el líder de su pueblo y lo conduciría a la tierra que Dios habría prometido a los judíos, para liberarlos de la esclavitud. Moisés murió a los ciento veinte años!

Lo demás es parte de esos episodios con los que nos entretuvieron en las clases de “Historia Sagrada”, encomendadas en la escuela a ese octogenario bonachón que fuera el Hermano Fernando. Allí nos enteramos de las diez plagas egipcias, del cruce del mar Rojo y de la partición de las aguas, de la sorprendente zarza ardiente y del becerro de oro; y, por sobre todo, de las Tablas de la Ley -los Diez Mandamientos- que habrían de conservarse en el Tabernáculo. La historia de Moisés es la del periplo itinerante (el éxodo) de un pueblo esperanzado y sufrido, es la historia del maná que cayó del cielo y de otros fantásticos milagros.

Pero, no se encuentra por ninguna parte que Moisés hubiese tenido cuernos o que por motivos maritales se hubiese ruborizado. Su historia conyugal es un tanto confusa porque se sabe que tomó una esposa etíope cuando, asimismo, se conoce que ya era un hombre casado. Claro que Etiopía entonces, como ahora, era parte de lo que se conoce como “el cuerno de África”, pero no hay indicios de que ninguna de sus consortes le hubiese sido infiel o que lo hubiesen engañado. Lo que sí se testimonia es la reacción irascible de Moisés frente a las veleidades e idolatría de los hebreos, a quienes en forma repetida “les mandó a un cuerno”.

Sin embargo, y aunque a algunos les “importe un cuerno”, parece que la verdadera razón para esa representación antojadiza del profeta solo se debe a un problema de traducción. Efectivamente cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata, habría interpretado que al bajar Moisés del monte Sinaí “su rostro aparecía cornudo”, cuando lo que debía inferir era que “su rostro emanaba rayos de luz”. Pues parece que “karan”, en hebreo, significaría “rayo”, pero también “cuerno”…

Pobre Moisés! Si es para sonrojar a cualquiera… Cuernos!

Jeddah, 1 de diciembre de 2012
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