21 diciembre 2012

Mareo de tierra

Tengo una sensación rara; esa impresión persistente de que el bote aún se sigue bamboleando; que sigue tratando de mantenerse estable luego de caer en las fosas irregulares que las olas crean en su deambular marino…

Sin embargo, esa sensación, la producida por el “chocolateo” ocasional de la embarcación que me ha transportado estos últimos días de excursión, es algo más que una experiencia sensorial; es la seguridad íntima de que pronto voy a volver; es el convencimiento, en ese sentido, de que el viaje todavía no ha terminado. Y sé también que cuando en el futuro me pregunten si he conocido las Galápagos, que no sabré qué decir, pues hay tanto y tanto que ver, tanto y tanto por conocer, que uno puede decir que ha ido, pero no puede decir que “conoce” aunque allí ya haya estado…

Sugiero que hay tres maneras de visitar estas fascinantes islas que no dejan de deslumbrar a sus extasiados visitantes. Una es haciendo el viaje en avión, cubriendo así los mil kilómetros de distancia que las separan del continente para, una vez allí, movilizarse en pequeñas embarcaciones que habrán de conducir al viajero a lugares específicos, donde puede apreciar diversos ejemplares de su flora y de su fauna -en su mayoría endémicos-, o simplemente sobrecogerse ante las características mágicas de un proceso geológico continuo e inmemorial, que no es fácil de que se lo pueda encontrar en otras partes.

Una segunda alternativa es utilizar los grandes barcos o cruceros turísticos. Estos cómodos navíos realizan sus recorridos hacia los diferentes destinos en las islas durante la noche y echan anclas durante el día frente a puntos escogidos, donde el interés del visitante y su intrínseco atractivo son los predominantes. Desde allí, los ávidos viajeros son transportados en pequeñas barcas, para visitar en tierra, o junto a la playa, un número determinado de subyugantes lugares.

Una tercera opción es venir al Archipiélago de Colón por propia cuenta y luego realizar excursiones y recorridos puntuales. Esta última elección podría tener la ventaja de ir conociendo las islas de a poco, aprovechando las experiencias de los visitantes con quienes uno se encuentra y obteniendo ventaja de las sugerencias y conocimientos de los lugareños y de las facilidades locales. Esta opción tendría el indudable provecho de conocer Galápagos a ritmo propio y tener la favorable prerrogativa de descansar en tierra en medio de los diferentes viajes.

Porque si algo no reconocen los viajeros, hasta que han venido, es la enorme distancia que existe entre isla e isla, vale decir entre los lugares de atracción que son principales. El resultado es que gran parte de la visita a estas maravillosas formaciones marinas transcurre en desplazamientos y viajes. Hay ocasiones en que es preciso navegar por seis o siete horas durante el día para gastar solo un par de horas en estos alucinantes y encantadores lugares. Cuando el viajero cae en cuanta, reconoce que sólo ha captado fugaces instantáneas y que ni siquiera los propios guías podrían asegurar que conocen en forma exhaustiva y completa la inagotable geografía de estos sorprendentes parajes.

Lo que sí debe destacarse en Galápagos es el celoso cuidado de la naturaleza, la calidad de los servicios y la eficiente organización turística. Inclusive -y esto es algo que sobre todo a los nacionales ha de llamarnos la atención-, se observa por doquier un cuidado de los residentes por mantener bien presentadas sus moradas y, asimismo, limpias y bien cuidadas sus calles. Bien haría el habitante de los pueblos y villorrios del Ecuador continental en tratar de emular esta cuota de decoro y de celo por la presentación que el insular ha puesto para impulsar el atractivo de sus recursos y ofrecer una mejor imagen a los visitantes.

Puerto Ayora, 21 de diciembre de 2012
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