27 diciembre 2012

“Día de las Cajas”

“Se hace tan simple vivir con falsas fachadas y engañarse a uno mismo, en medio de una sociedad que vive y nos juzga solo por las apariencias”… Octavio Latorre. La maldición de la tortuga.

Lo he mencionado ya muchas veces. No estoy en el negocio fácil de dar consejos; primero, porque no me gusta ofrecerlos sin haber sido invitado para hacerlo; y, segundo, por una circunstancia fundamental: desde muchacho, y muy temprano en la vida, me dí cuenta que no tenía habilidad para los negocios… Sin embargo, y por ventaja, el propósito de este blog -o uno de sus objetivos- es el de provocar, el de invitar a otros a la reflexión. Insisto, no es mi intención dar ninguna clase de consejo, ni siquiera procuro o intento ofrecer ningún tipo de recomendación.

Por ello debe ser que en los últimos días del año procuro escribir un poco menos. Favorezco la intención de dedicar un poco más de tiempo a la lectura y a la meditación. Esa situación caprichosa y circunstancial que representa el curso cíclico del tiempo nos da la oportunidad de ponderar en el paso irremplazable de los días. Vivimos en forma tan irreflexiva durante las fechas previas a la Navidad, que año tras año me hago la misma reflexión y me veo abocado a hacerme las mismas preguntas. Y digo: ¿No hay en todo ese ansioso ajetreo algo de excesivo derroche y una cierta cuota de hipocresía? ¿No estamos viviendo parte de las preocupaciones que nos ocupan en estas fechas con el objeto de olvidar nuestras realidades, cuando no -también- para quedar bien con los otros o para satisfacer la deformada idea que de nosotros queremos que tengan los demás…?

Si tal motivación entrañaría algo de lo que queda dicho, si la generosidad que a veces exhibimos tendría que ver más bien con el deseo de ostentación y con el absurdo afán de alardear, es probable que hayamos confundido el sentido noble y magnánimo que debería tener la celebración navideña; si al espíritu pródigo habremos de rodearlo de aquel aparato jactancioso, carente de espiritualidad.

En Europa, y en forma especial en Gran Bretaña, se tiene la ya vieja costumbre de celebrar el “Día de las Cajas” (“Boxing Day”), un día después del de Navidad. Para muchos se convierte en un día más de compras de última hora; en un día para aprovechar las rebajas y gangas de los almacenes importantes. El “Día de las Cajas”, sin embargo, es una oportunidad para pensar en nuestros empleados y en las personas de menos recursos que viven a nuestro rededor; se convierte así en una oportunidad para practicar la más cristiana -y también la menos recordada- de las virtudes: la caridad con nuestro prójimo, el interés por la realidad ajena.

Nadie conoce el origen de esta filantrópica costumbre. Es factible que sea una tradición cristiana cuya celebración se remonta a la edad media y coincide con la fiesta de San Esteban, festividad que es conmemorada el 26 de diciembre. Se sugiere que en esa fecha, como los siervos y empleados han estado al servicio de sus patrones hasta el mismo día de la Navidad, es cuando estos les hacen entrega de sendas cajas conteniendo regalos; bonificaciones de carácter pecuniario o aguinaldos; e inclusive parte de los despojos del banquete de la noche previa.

Es probable que los vientos salinos de la hipocresía y del derroche vayan poco a poco corroyendo los debilitados metales de nuestra solidaridad social. Así, este “Día de las Cajas” nos da una oportunidad para pensar en que, por lo general, tenemos mucho más de lo que nos es necesario, mientras hay tanta y tanta gente, muy cerca nuestro, que sufre en silencio su verdadera y apremiante necesidad…

Casablanca, 26 de diciembre de 2012

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