15 febrero 2013

Casa tomada

Hay algo de sorprendente, y apasionante, en el mundo de los sueños. Se sugiere que ellos representan un conjunto de expresiones que explican, a su vez, los anhelos, los temores, las ansiedades, las frustraciones de la gente. En ellos habría mucha tela para cortar en ese variopinto almacén de venta de casimires, sedas y otros géneros que es el consultorio de diagnóstico de los psicólogos médicos…

Alguna vez me comentaron que todas las personas soñamos todos los días y que lo único que nos diferencia es que no siempre recordamos los de nuestra particular pertenencia. Recordar los sueños parece requerir de una inmediata reflexión y la recopilación de los episodios de lo que recién hemos soñado, antes de que nuestra propia memoria deseche “esos disparates” en el tacho de basura de las cosas superfluas o insignificantes, aquellas que es mejor dejarlas en el olvido.

En lo personal, tengo que confesar que muy pocas veces, realmente casi nunca, recuerdo lo que produce mi imaginación, durante las noches, en esa macilenta patria de lo onírico. Pero, una que otra vez, cuando despierto temprano y estoy a punto de someterme a una deliciosa y empecinada duermevela, recuerdo con relativa claridad el incoherente argumento de su desfigurado contenido. Me es fácil -en cierta manera- rememorar los personajes, los escenarios, los sucesos; y esto ha de ser lo que probablemente me lleve al convencimiento de que soñamos en colores naturales, ajenos a la técnica cinematográfica del blanco y negro.

Anoche soñé (o al menos así recuerdo) que compartía un momento de ocio con un buen amigo. Estábamos, los dos, sentados alrededor de una mesa, ocupados con nuestros individuales pasatiempos. Tratábase de un sencillo mueble de madera, que estaba ubicado en medio de una terraza cubierta por tablillas que dejaban traslucir las irregularidades producidas por su envejecimiento. La terraza, a modo de azotea, servía de patio de entrada a una residencia, de mi probable propiedad, que estaba separada de la calzada por un portón construido con alfajías de madera, ordenadas en tal forma que trazaban un semicírculo. Tomando por mano derecha, como quien entraba a la casa, existía un antepecho medianero que servía de pretil, o más bien de resguardo; si uno en él se apoyaba podía disfrutar de la bondad de un amplio como peregrino paisaje; a la vez que quedaba en condición de observar un círculo, destinado a menesteres taurinos, que quedaba contiguo a la casa y se ubicaba a un nivel inferior al de la azotea.

En medio de nuestras tranquilas ocupaciones, y en forma imprevista e inusitada, un grupo numeroso de gente empezó a tratar de forzar el portón de entrada, invadiendo en pocos minutos el, hasta hace poco, pacífico y sosegado aposento. Gente de diversa condición y acicalada con misceláneos atuendos se había apoderado del blancuzco antepecho y trataba de conquistar los mejores lugares para poder disfrutar de algún taurino acontecimiento… La plataforma había perdido de pronto su carácter bucólico, privado y encantador; una curiosa y abusiva algarabía se había apoderado ahora de los antes calmosos aposentos…

Es probable que sean nuestras preocupaciones las que, de algún modo, ejerzan un determinado influjo en nuestros nocturnales ensueños. Pienso que no debemos buscar necesariamente una interpretación o un significado a nuestros sueños. A veces me pregunto si eso de soñar es una forma de atributo, una suerte de habilidad que, alimentada por las fantasías de nuestra imaginación, convierte en más interesantes, sazonados, ricos o confusos a esos incongruentes sueños.

En “Descanso de Caminantes”, Bioy Casares hace alusión a sus experiencias, a sus memorias, a sus disquisiciones acerca del idioma, y también relata acerca de sus cotidianos sueños. A veces me pregunto si aquello que llamamos “memorias” o “diarios íntimos”, no es a su vez un recuerdo distorsionado, al que -al igual que nos pasa con los sueños- le añadimos otros elementos de nuestra imaginación para justificarnos o para convertir esos episodios en más atractivos y suculentos.

Un mundo misterioso es el de las quimeras, el de nuestros extravagantes sueños!

Quito, 15 de febrero de 2013
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