19 febrero 2013

Navegaciones cibernéticas

Tiene la lectura, hoy en día, un efecto y un beneficio casi mágicos. Pienso que la ventaja extraordinaria que tiene como añadidura nuestro tiempo es justamente la inapreciable comodidad de hacer averiguaciones; la de explorar y confirmar nuestros previos conocimientos con un artilugio que no tuvieron antes quienes nos precedieron en nuestra curiosidad -nuestros antepasados-. Me refiero a la gracia formidable e incalculable de poder acceder a un conocimiento de nivel enciclopédico, sin siquiera dejar nuestros asientos de escritura, sin necesidad de escoger y hojear un texto; y sin siquiera tener una enciclopedia a la mano!

Hoy parece necesario sólo tener un poco de curiosidad, saber utilizar un sistema organizado de investigación, contar con un ordenador y el socorro del Internet; y, desde luego, tener un conocimiento cultural básico, lo que en nuestros establecimientos educacionales daban en llamar “cultura general”. Creo que es tal el auxilio que nos puede proporcionar estos días el Internet, que el aporte que puede proporcionar a nuestro conocimiento resulta infinito e inagotable.

Ayer, para muestra de ejemplo, quise explorar algo respecto al personaje con cuyo nombre se había bautizado al colegio laico al que tuve que hacer referencia, sólo para descubrir que aquélla institución había funcionado originalmente en un local religioso –El Beaterio, de los Hermanos Cristianos-, que primero había tenido las características de un normal o liceo mixto; y que ahora, nuevamente albergaba en sus aulas a estudiantes de ambos sexos. Me enteré que José Mejía Lequerica había sido cuñado de Eugenio Espejo; que antes de ejercer el derecho, había estudiado para médico, título que habría tenido dificultades en obtener por una circunstancia alejada de lo académico: era hijo natural y debía purgar una indiscreción ajena… Mejía sería elegido para representar a la Audiencia de Quito en las Cortes de Cádiz. Se dice que sabía “callar y hablar” y que era él mismo un espíritu enciclopédico, un orador que se destacaba por su valor y elocuencia.

Ya metido en esos meandros investigativos, quise afirmar el porqué del nombre de la vía con la que linda el edificio en referencia; me refiero a la calle Vargas. Así confirmé que ese bautizo se debió al Coronel Luis Vargas Torres, un ilustre esmeraldeño que desde Panamá habría comandado la revolución alfarista; él había llegado a La Tola al mando de doscientos reclutas y con tan solo doscientos rifles de contrabando. Al llegar a Manabí habría pasado a poner a la cabeza de su rebelión al General Eloy Alfaro, proclamándolo Jefe Supremo. Vargas sería más tarde deportado al Perú y regresaría al país para combatir a Caamaño. En ese esfuerzo, habría sido apresado en Loja y llevado a Cuenca para ser fusilado.

Estos días estoy leyendo la biografía escrita por Vincent Cronin de ese genio precoz que fuera Napoleón Bonaparte. De la misma manera -por medio de esos mis escarceos cibernéticos- he descubierto que Luis XVI de Francia, que luego de la revolución, pasó a ser llamado simplemente Luis Cateto, fue un joven monarca amigo de la lectura. Luis XVI había sido un hombre de carácter pusilánime, sin la requerida energía para implementar en su reinado las reformas necesarias. Este rey había sido un ávido lector de Horace Walpole, un noble inglés de orientación sexual un tanto discutida. Luis XVI gustaba también la lectura de “La declinación y caída del Imperio Romano” de Edward Gibbon, autor que había sufrido de una extraña afección conocida como “hidrocele testis”, enfermedad consistente en una exudación, en cantidades exageradas, de fluido en las partes pudendas…

El mismo Luis XV, padre de Luis Augusto, habría fallecido de una enfermedad que antes producía un índice de mortandad cercano al treinta por ciento: la terrible e infame, y casi incurable, viruela negra. De acuerdo a las exploraciones que comento, el monarca que estaba destinado a morir en la guillotina, padecía él mismo de una inaudita enfermedad que habría retrasado hasta por siete años la consumación de su matrimonio con María Antonieta: una “fimosis”, dolencia genital consistente en la incapacidad de que el glande pudiese descubrirse, debido a una absurda estrechez del prepucio… Pobre Luis de Francia! Como para darse contra las paredes de Versalles o del palacio llamado de las Tejerías, lugar que debe su nombre a que fuera edificado en un terreno donde fabricaban tejas…

Como notarán, yo también acudo a mi propio “rincón del vago”… Pero, claro, hay vagos y vagos! El mío quizá sea el caso de un haragán “un tanto aplicado”…

Quito, 19 de febrero de 2013
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