19 febrero 2013

Fiesta en las calzadas

Esa debe haber sido la primera de las tres únicas veces que subí las escalinatas del frontispicio del Instituto Nacional Mejía (hubo una segunda, cuando traté de entrar sin invitación a su estadio a presenciar un poco significativo partido de futbol barrial; y aun una tercera, cuando participé en una abortada reunión de estudiantes secundarios). Nunca dejó de llamarme la atención el hecho de que aquél colegio que habría sido fundado por una de las figuras más relevantes de la historia del Ecuador, que había educado en sus aulas a tantos hombres insignes de la patria, ese mismo al que sus estudiantes tildaban de “patrón”, no habría alcanzado de ese mismo estado -del que dependía- una mínima asignación presupuestaria para terminar el enlucido completo de su centenario edificio.

En aquella casi olvidada ocasión lo hice sólo para acompañar a que depositase su voto a la más recordada y querida de mis tías maternas. Fue esa una elección popular de la que siempre recordaré el estribillo del contagioso eslogan cantado que animaba con su música a uno de sus principales actores, un guayaquileño que representaba al liberalismo y que era considerado como uno de los candidatos con mejores opciones de triunfo (“Raúl Clemente Huerta, el hombre popular… Y hasta el ‘négrito’ Mendoza, por él irá a votar…”). Ese mismo año, otro binomio con ideas renovadoras, aunque todavía consideradas irreverentes y desafectas a la religión, se hacía conocer con la insistente muletilla de “Parra - Carrión, revolución!”; su proclama parecía representar todo un desafío!

Eran tiempos en que las promociones políticas no estaban proscritas hasta el día mismo de las elecciones; unos tiempos en que no era todavía obligatorio el voto de las mujeres. Entonces, no se había concedido tampoco ese derecho a los analfabetos; y la historia habría de demostrar más tarde, que parte de la futura inestabilidad política habría de obedecer a la participación indiscriminada de un segmento social que había aportado a los guarismos electorales, sin que esa incipiente participación estuviese acompañada de un ingrediente cualitativo…

Y es que, tan tarde como el día mismo de los comicios, los entusiastas activistas hacían sus postreros esfuerzos por animar a los indecisos. Afiches, banderines, hojas volantes y multicolores escarapelas eran entregadas a los sufragantes, quienes no tenían inconveniente en coleccionar calendarios, folletos y otras muestras de propaganda política, cual si se tratase de promocionales regalitos. La música no dejaba de acompañar a las cantinelas de aquél proselitismo, dando así un raro carácter de fiesta callejera a algo que solo debía representar una muestra de fervor cívico. Las calles ofrecían una desacostumbrada imagen; ahora se habían convertido en espacios peatonales, debido a la ausencia de vehículos.

Esa es, quizá, la impresión más duradera que guardo de los eventos eleccionarios de cuando era todavía un niño; esa aparente ausencia, ese día y en la gente, de propósitos distintos; esa como indolencia ante el paso del tiempo, mientras en la misma calzada se habían improvisado negocios ambulantes que aportaban con sus anuncios a la general algarabía que propiciaba el ardor del proselitismo. Un callado rumor, no exento de ansiedad y de arrebato recordaba -con este su ambiente peatonal improvisado- a las callejas avecinadas a los escenarios que, en otras concurridas oportunidades, servían de marco a importantes encuentros de carácter deportivo. Tal parecía que minúsculos grupos de tres o cuatro personas, estuviesen acudiendo, más bien, a apoyar a sus equipos preferidos…

Si algo sorprende hoy en día es la inusitada presencia de tanta y tanta gente en estas expresiones de participación con carácter cívico. Pocos caemos en cuenta que esa masiva presencia popular en las calles se debe a que las personas deben por obligación ausentarse de sus hogares o de los lugares donde en forma natural, y durante los fines de semana, dedican su tiempo a sus entretenimientos favoritos. Tratándose de un fin de semana, tampoco han debido acudir a sus oficinas y más lugares de trabajo para atender  a sus laborales compromisos… La calzada luce entonces invadida por el desprevenido peatón, que se adueña de todos los espacios, indiferente al ocasional deambular de unos escasos vehículos.

Quito, 19 de febrero de 2013
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