02 febrero 2013

El aeropuerto nonato

Cierto sábado por la mañana, en el ánimo de abreviar mi camino, tomé la vía Inter Valles, sólo para caer en cuenta que mi estrategia se había convertido en contraproducente. El camino se encontraba bloqueado en forma temporal, dando preferencia a un pequeño cortejo nupcial que salía de una modesta iglesita que allí existe, en uno de esos pintorescos pueblitos que se encuentran en el camino. Pero hubo una curiosa imagen que se me quedó grabada en la retina; el novio lucía un traje impecable, aunque algo en su traza y apariencia denunciaba algo de ridículo: calzaba unos botines deslustrados de cordón, en estado tan precario que el mozo daba la impresión que había optado por usar zapatos deportivos.

Esta misma imagen ha vuelto a mi memoria al meditar, luego de mi lectura de un artículo de opinión publicado en días pasados (Óscar Vela Descalzo, El Comercio, domingo 27 de enero), acerca del guirigay del que pronto vamos a ser testigos los quiteños, cuando se realicen las inesperadas gestiones de trasteo de los equipos y más enseres desde Cotocollao hacia el nuevo aeropuerto capitalino.

Y es sólo ahora que caigo en cuenta de la razón para la empecinada reticencia de la corporación que tiene a cargo la administración del aeropuerto, para realizar una transición que obedezca a un proceso de operación paulatino: se van a aprovechar la mayoría de las instalaciones ya usadas y viejas -si no obsoletas- para reutilizarlas en el “nuevo” terminal aéreo! No solo que esto es inaceptable e inconveniente, sino que explica uno de los principales motivos para que se haya “logrado” renegociar aquel contrato de construcción del aeropuerto quiteño.

Sin tomar en cuenta los insufribles inconvenientes que se van a producir como consecuencia de tan improcedente traslado, es inaudito pensar que en una obra que debía caracterizarse por su modernidad se vaya a utilizar muebles y equipos que ya debían ser reemplazados. Se le ocurre a usted, querido lector, acudir a un distribuidor de vehículos, con la intención de comprar un auto nuevo, sólo para que el vendedor le ofrezca una atractiva rebaja con la condición de que el carro que va a adquirir le sea entregado con los asientos y neumáticos del viejo…?

Por lo comentado, da grima y coraje tener que aceptar que este sea el aeropuerto que se nos quiere meter por los ojos como “el más moderno de Sudamérica”. Un aeródromo con una pista que no llegó siquiera a los cinco kilómetros de largo; que tampoco fue diseñado con las técnicas más modernas (no tiene siquiera zonas cubiertas de parqueo); que a duras penas igualó al anterior en el número de mangas de embarque; que -como conoce todo el mundo- no cuenta todavía con vías de acceso; y que además -como sólo ahora trasluce- va también a usar instalaciones que ya debieron haberse desechado por precarias y obsoletas, no merece el ambicioso calificativo de “más moderno”. No solo va a convertirse en un fiasco inevitable, sino también en una lamentable tomadura de pelo!

Ahora vemos en qué ha consistido una “renegociación” por medio de la cual no vamos a adquirir el producto que los quiteños esperábamos, que va a terminar costándonos más, no solo porque se retrasó en casi dos años su entrega; sino además porque lo que estamos a punto de recibir no es lo que estaba supuesto. Este va ser un aeropuerto nonato. No va a ser “el aeropuerto que queremos”!

Solo falta preguntar a los responsables de la administración corporativa: ¿de qué maniobras de “simulacro” nos estuvieron hablando cuando hacían las “pruebas” del nuevo terminal aéreo? ¿Cómo pudieron hacerse esas evaluaciones, ensayos y experimentos, si no se contaba todavía con los necesarios implementos? ¿Se realizaron efectiva y concienzudamente dichas maniobras? O es que talvez lo único que se cumplió fue con un “simulacro de simulacro”. Tan solo un camelo!

Sydney, 3 de febrero de 2013
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