28 febrero 2013

Mezquindad de mezquindades

"Todo tiene su momento, todo cuanto se hace bajo del sol tiene su tiempo. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para cosechar; …tiempo para callar y tiempo para hablar…". Libro del Eclesiastés.

Inicio esta entrada con una cita bíblica, del llamado “Libro del Predicador”; el mismo que también contiene una sentencia a la que, en forma indirecta, hago referencia con el título del presente artículo; aquella que advierte: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Esta expresión, que meditada y dicha al apuro solo quisiera expresar que “todo es efímero”, realmente es una frase atribuida al rey Salomón para relacionar el insignificante valor de lo mundano en comparación con lo divino. Es válida e importante la aclaración, pues hay asuntos “aquí abajo en la tierra” a los que sí es necesario darles valor y asignarles importancia.

Tengo que comentar como antecedente una anécdota personal: hace algo más de un año, encontrándome en Beijing, compartí en forma casual con el actual alcalde de Quito la transportación que habría de conducirnos a la Ciudad Prohibida. Ahí en medio de nuestro saludo inicial, él me consultó de mi opinión acerca del nuevo aeropuerto. Ante su inquietud respondí, sin merodeos, que no tenía todavía elementos de juicio que respalden mi opinión, pero que me daba la impresión que la discusión no se la había circunscrito a un plano técnico, sino que se la había politizado en forma innecesaria.

Más tarde, y mientras observábamos una de las principales arterias de la urbe, el alcalde me preguntó que a qué atribuía el sorprendente desarrollo urbanístico de esa república socialista. Le respondí que indudablemente a la presencia vigorosa de nuevos capitales; pero sobre todo a otros dos factores adicionales: planificación a largo plazo y ausencia de mezquindad de espacios en el diseño y construcción de las obras públicas. Por algún motivo, que hasta ahora no comprendo, me dio la secreta impresión que, a partir de ese momento, mi contertulio adquirió de pronto un talante un tanto mohíno; como si hubiese tomado mi comentario como poseedor de una doble intención. Lo cierto es que me quedó la sensación que pudo haberlo tomado con carácter algo personal…

Hasta que ayer nomás tuve, por fin, oportunidad de conocer y utilizar el nuevo aeropuerto capitalino. Mi primera impresión ha sido la de que el nuevo edificio es exactamente como yo lo había anticipado: una construcción con espacios reducidos, donde es justamente la mezquindad de espacios su característica principal. Me ha quedado la sensación que tanto el vestíbulo de ingreso como la sala de trámites migratorios no cuentan con espacios generosos y adecuados, que las pantallas de información no pueden ser de tamaño más pequeño y que en el espacio asignado a recepción no existen siquiera sillas suficientes para que los pasajeros puedan sentarse a esperar o a descansar.

Pude observar, también, que el espacio asignado a estacionamiento vehicular está alejado del edificio principal, sin que cuente con corredores protegidos para los usuarios; y que ya, sobre la marcha, se habría reducido dicho espacio -lo recién planificado- para construir, en una parte de esas mismas premisas, un probable centro comercial… Satisfecho el paso migratorio, pude también darme cuenta que se había asignado un espacio insuficiente al área de ventas sin impuestos (“duty free”), la misma que ahora parece pertenecer a la misma entidad encargada de la administración y usufructo del nuevo terminal.

La parte mejor lograda, sin embargo, es la que se constituye en aledaña a las salas de espera de los aviones; hay allí mejores y más amplios espacios, y la iniciativa privada le ha dado un carácter más acogedor y alegre a esta sección del edificio terminal. Me ha quedado la reflexión de si fue la decisión más acertada aquella de convertir al concesionario en constructor del nuevo aeropuerto; y si esta extraña simbiosis era la más adecuada para los intereses de la ciudad…

No quiero insinuar que es responsabilidad del municipio aquello que bien pudo estar mejor; lo que debe revisarse es ese espíritu mezquino, que no nos permite asignar espacios adecuados para las obras que tienen que ver con la comodidad y beneficio de la comunidad. En cuanto a lo que vendrá después… no puedo sino anticipar que se ha circunscribir al mismo criterio... Lo dice el mismo Eclesiastés: “Lo que ya se hizo, eso es lo que se hará; no hay nada nuevo bajo el sol"…

Miami, febrero 28 de 2013
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