02 marzo 2013

Encuentro con “mi otro yo”

Estaba yo a punto de salir del hotel; reconozco que me encontraba un tanto apresurado. En eso, me pareció ver mi figura como si estuviera reflejada en el azogue o, quién sabe, difuminada en uno de los cristalinos ventanales del lugar. De pronto, pude advertir que algo estaba incompleto en mi imagen, o que ella no se ajustaba a la realidad; era como si la vestimenta no hubiese sido la misma, o como si algo hubiese estado ausente en aquella faz que ahora me observaba como compartiendo mi asombro disimulado con aquella mirada de curiosidad…

No tardé en darme cuenta de que se trataba de otra persona, aunque algo en su apostura y talante me habían llevado a la impresión de que se trataba de mi propia imagen y no de esa persona desconocida que se había acercado ensayando una mueca, o quizá una improvisada sonrisa, como reciprocando mi asombro, como tratando de atenuar mi incómoda incredulidad. Pude advertir que me reflejaba en su rostro cual si se tratase de un retrato; sus facciones eran casi idénticas, solo hacía falta en su aspecto ese hirsuto bigote que me ayuda a ocultar ese labio superior tan delgado que debo de haberlo heredado de la catadura de papá.

El hombre estaba encargado de conducir el transporte regular desde el hotel hacia el aeropuerto; pronto se puso a mi disposición y se manifestó en forma solícita para ayudarme con mi equipaje. Algo en su inquisitiva mirada me hizo comprender que compartía una recíproca curiosidad. Ya sentado en el vehículo, y mientras me conducía hacia mi destino, pude advertir que de rato en rato me miraba por el espejo retrovisor, como procurando confirmar esta inusitada e inesperada identidad. Sí, él también sentía la misma intriga: había descubierto a su “otro yo”, a su imprevisto “alter ego”, a un candidato a futuro impostor, a un intruso vicario que pudiera suplantar su hasta ahora exclusiva identidad…

Es probable que en la vida uno se encuentre con “almas gemelas”, gente con una diferente apariencia y fisonomía, que tiene la virtud de persuadirnos que con nosotros comparte unos gustos y unos valores, que coincide con nuestras ideas y opiniones; por lo que uno enseguida advierte esa mutua, recíproca y espontánea aquiescencia que nos relaciona como personas y que nos regala identidad. Pero… cuando alguien aparece de pronto, con facciones y rasgos que solo puede otorgar la relación de parentesco, y en un lugar alejado e imprevisto de la geografía, uno sospecha que ha de tratarse de un proceso conspirativo, de una broma macabra inspirada en el afán de sorprender y fastidiar. No resulta fácil comprender de golpe que, a partir de ahora, ya nunca será exclusiva la íntima individualidad!

Nunca se me ocurrió que pudiera tratare de un “pariente pobre”, o de un familiar escondido e incógnito, suelto en algún recóndito rincón del mundo, a la espera de un familiar acucioso dispuesto a reclamar una improbable consanguinidad… Sin embargo, el parecido estaba allí, como una fehaciente prueba, con la fuerza de un testimonio que no requiere de evidencias para poderse demostrar.

Terminado el recorrido, nos despedimos como si nos hubiésemos conocido desde siempre, como si ya supiéramos nuestros nombres y apellidos, como si compartiésemos un subrepticio e indescifrable secreto, como si los dos antes ya hubiésemos sido advertidos de aquél velado desdoblamiento, de nuestra oculta, enigmática y misteriosa identidad. Su sonrisa quedó ahí, colgada como una advertencia, como un sarcasmo del destino, como un anuncio y una revelación, como la diabólica certeza de que ya nunca nos íbamos a volver a encontrar…

New York, 28 de febrero de 2013

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario