17 marzo 2013

Qué bestial es ser piloto! *

Mi amigo, el F, de quien ya les he hablado, me ha enviado una nota, referente al mundo de los aviadores. Me he permitido traducirla, para compartirla con mis lectores. No indica autor. La nota está escrita en inglés; responde a un título que bien pudiera traducirse como “Qué bestial es ser piloto”; y continúa con el subtítulo de: “No he cumplido con todo, pero lo suficiente como para apreciar la sensación”. Ahí les va:

“En cierto modo, todo ese jet-lag y los demás problemas tienen su balance compensatorio!

Los amaneceres que vemos desde las grandes alturas que ponen nuestro corazón a flotar.
La cobija de retazos de las grandes planicies de Kansas, desde 37.000 pies en un día que se puede mirar hasta el infinito.
Volar apenas unos metros sobre esa capa de nubes que parece una lisa mesa de billar, a Mach .86, con la quijada sobre el panel de instrumentos y el rostro apegado al parabrisas, tanto como sea posible.
Saber que se tiene que aterrizar un caza en una pista de siete mil pies, cubierta con nieve compacta y dura, y arrastrar un paracaídas.
Rotar a VR y sentir esas 800.000 libras de peso cobrar vida cuando se despega.
Los hilos delicados del fuego de San Elmo danzando en el parabrisas en la noche.
El titileo de las luces de la flota de los barcos pesqueros japoneses, allá abajo, una noche mientras se cruza sobre el Pacífico Norte.
Esas formaciones de nubes tan hermosas que desbordan toda descripción.
La neblina helada en Anchorage en un mañana fría de invierno.
Ver aparecer las luces intermitentes de la pista, a través de la neblina, en una aproximación cero-cero, que se tiene que completar “a la fuerza”, porque no hay otro lugar a donde ir.
Ver formaciones geológicas que ningún otro terrícola jamás ha de ver.
El caótico, no interrumpido balbuceo de las transmisiones radiales en O’Hare durante las horas pico de la tarde.
El silencio en la frecuencia en la noche durante un “vuelo transcontinental”… o sobre el Amazonas a cualquier hora del día.
Observar el fuego de San Elmo sobre todo el parabrisas en las noches de invierno sobre Alaska.
Aterrizar en la noche en una plataforma oscura luego de completar una misión.
La luz de bienvenida de las luces de aproximación, que asoman tras la niebla, justo cuando se va llegando a mínimos.
Tormentas de truenos sobre el Midwest.
Escoger una línea entre enormes tormentas que parecen no acabar entre Chicago y Nueva Orleans.
El brillo delicado del panel de instrumentos en la cabina oscura.
Las cortinas danzantes de la Aurora Boreal una noche mientras se cruza el Atlántico Norte.
Cruzar 30 Oeste.
Los nombres de las calles de rodaje en O’Hare antes de ser rebautizadas: “El Puente”, “El Paseo del Lago”, “ El Camino Escénico”, “El Exterior”, “El Bypass”, “El Interior”, “El Cargo”, El Sur-Norte”, “El Zaguán del Hangar”!
El majestuoso panorama de toda una cordillera extendida más allá del horizonte.
Nubes lenticulares sobre las Sierras.
El breve, aunque tentador, destello de las luces de la pista, justo luego de haber decidido la aproximación frustrada.
Los Alpes en invierno.
El mar Meridional de la China, tan tranquilo que se deja olas cuando se lo sobrevuela a pocos metros.
Las luces de Londres o de París cuando se las sobrevuela desde 35.000 pies.
Líneas de presagio de tormenta que asoman hasta tan lejos como uno alcanza a ver.
Tierras exóticas con comida exótica.
Ver las luces nocturnas de Tokyo extendiéndose de un lado al otro del horizonte.
Maniobrar el avión a través de cañones luminosos entre las torres de los cúmulos.
El profundo azul acerado del cielo a 43.000 pies de altitud.
El ritmo y bullicio del puerto de Hong Kong.
La suavidad del aterrizaje en una pista cubierta por la nieve.
Escuchar el roce de la rueda de nariz al entrar en su hornacina luego del despegue. Un sonido maravilloso que anuncia que se ha emprendido el viaje!
El viejo Chinatown de Singapur antes de ser demolido, modernizado y esterilizado.
Mirar el show de los truenos mientras se cruzan los monzones.
Los botes de colas largas acelerando en los “klongs” de Tailandia.
Los tranquilos ventiladores de vaivén en el Raffles de Singapur.
El toreo a los manchones rojos y amarillos en la pantalla del radar en la noche.
El sonido de los acentos extranjeros en la radio.
Los hoteles de lujo.
Para parafrasear al elocuente escritor aeronáutico Ernie Gann: “El embrujo del corte en la falda de las muchachas chinas”.
Ocasos de todo color imaginable.
El tranquilizador brillo de las luces de la pista justo al salir de nubes en final corto.
El valle de Yosemite desde arriba.
El brillo blanco y cegador de las torres de cúmulos en formación.
Una fría San Miguel en Los Ángeles luego de un largo día de vuelo.
El “Herradura de Diamante”  en Itazuke.
Cruces oceánicos y abastecimientos en el aire.
El centinela de la calle de rodaje (con su bandera y metralla) en el viejo aeropuerto del centro de Taipei.
Tormentas de setenta mil pies de altura en los trópicos.
Las carretas chinas en el muelle de Aberdeen.
El olor del “kimchee” en invierno en Corea.
Mirar como la latitud se acerca a cero en el INS y como cambia de “N” a “S” cuando se cruza el ecuador.
Wake Island en el amanecer.
El puerto de Oslo en la penumbra del atardecer.
Los icebergs en el Atlántico Norte.
La estela de los aviones.
El puerto de Pago, incendiado por cúmulos algodonosos en el atardecer.
La camaradería de una buena tripulación.
Las carreras de los ferrys en la marina de Sydney.
Vivir la letra de la vieja tonada de Jo Stafford:
"Ver las pirámides a lo largo del Nilo.
Ver el amanecer en una isla tropical.
Ver el mercado en el viejo Argel.
Mandar a casa fotos y recuerdos.
Volar sobre el océano en un aeroplano de plata.
Ver la selva cuando está húmeda por la lluvia”
Las blancas balaustradas de Auckland.
Los vientos alisios.
Las playas de arena blanca ornadas por palmeras ondulantes.
El blanco interminable en un cruce sobre el polo.
El “Star Ferry” en Hong Kong.
Bangkok después de una lluvia tropical.
El lago Mono y la escarpada muralla del macizo de la Sierra Nevada, cuando se llega desde oriente.
El recorrido del transporte a Stanley… en el asiento delantero desde el piso superior de un bus de dos pisos.
El “Long Bar” en el Raffles.
Despegues pesados desde la pista del “desfiladero” en Guam.
Aterrizajes en el B-767 cuando la única manera de saber que se ha tocado ruedas es cuando se mueve la manija de los “spoilers”.
La cocina de Jimmy.
El sonido ensordecedor de las lluvias tropicales estrellándose contra el parabrisas, con el apresurado “slap, slap, slap” de las plumas, mientras se aterriza en un aguacero torrencial en Manila.
Constantes ondulaciones en las dunas de arena en la infinitud del desierto del Sahara.
El Miller’s Pub en Chicago.
La cerveza alemana. El Oktoberfest.
La música de Oom-pa-pa en el Meyer Gustels en Frankfurt!
Los fiordos de Noruega.
El compás indeciso, que no sabe a dónde apuntar, cuando uno se acerca al cenit del mundo, en el cruce del polo.
La vieja aproximación NDB Charlie-Charlie en Kai Tak.
Maletines repletos de cartas de aproximación de lugares exóticos.
El tranvía que lleva al “Pico” en Hong Kong.
Rompiendo nubes en la aproximación IGS en la pista 13 de Kai Tak, y observando cómo el parabrisas se llena con la vista del “checkerboard”.
Un despegue sin peso en el B-757.
El bullicio de Nathan Road en un día de verano.
Resbalarse sobre el reservorio de Crystal Springs en la aproximación y aterrizaje a la 1R en San Francisco.
El olor de las floraciones tropicales al bajar del avión en Fiji.
El silencio de la cabina del DC-10.
El vértigo de un descenso con full speed-brakes al límite en el B-727.
Volar como supernumerario en primera clase.
El Canarsie Approach en JFK.
La torre Eiffel.
Despegues con pesos máximos.
Aterrizajes con vientos cruzados de 29 nudos a 90 grados en Lajes.
Buenos copilotos. Mejores ingenieros de vuelo.
Pedales de timón tamaño gigante, tan grandes como bandejas.
Refregarse los ojos lacrimosos luego de un largo vuelo nocturno.
Y, como de manera tan delicada un amigo lo expresó: “el día de pago”.
Además, ahí estuvo Venus, surgiendo antes que el sol en el cielo de levante, entregando al horizonte su show inimitable.

Hemos experimentado muchos de estos milagros de la Providencia, o sus variaciones. Hemos sido muy afortunados! Ninguno de nosotros lo ha visto todo, pero… me propongo de voluntario para hacerlo otra vez. Alguien más? Que levante la mano!”

Houston, 17 de marzo de 2013
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