11 marzo 2013

Del linaje de mi parroquia

Me han contado por ahí (“he oído”, como diría con ánimo socarrón uno de mis “primos”) que era tan alto el índice de mortalidad infantil en la antigua Roma, que a los recién nacidos no se los bautizaba hasta llegado el llamado “día de la purificación”, el mismo que no sucedía hasta diez días después de haber nacido. Sólo ahí se les asignaba una “bula” o amuleto protector y, junto con sus nombres escogidos, se les otorgaba una especie de apodo o nombre familiar que era conocido como “prenombre”. Dicho de otro modo, si el niño no había cumplido con esta fase, todavía era como si jamás hubiese existido…

Estos prenombres eran escogidos entre un número reducido de opciones; entre ellos estaban nombres como Agrippa, Tiberius, Lucius, Octavius o Titus. Uno de ellos fue Gaius o Caius que la traducción castellana habría de conservar para la posteridad como Cayo. Fue justamente ese nombre que habría sido utilizado por los romanos, cuando llegaron a la península ibérica, para denominar a una sierra de nieves perennes que se destacaba como uno de los montes más prominentes, ubicado en la parte occidental de Aragón. Así llamaron al cerro “Mons Caius” o, lo que es lo mismo, Moncayo, que es así como se lo conoce en la actualidad.

Habría que averiguar los motivos para que se hubiese optado por tal bautizo; mi intuición me hace barruntar que la selección de la mencionada denominación no obedeció a un deseo de honrar a uno de los Cayos insignes que se destacaron en la república y posterior imperio romanos. Recuérdese que Cayo fue también un ilustre historiador (Tácito); Cayo fue César Augusto y aun el mismo Julio César; Cayo fue uno de los más reconocidos juristas; y, entre otros, Cayo fue también el niño más malo y terrible de los emperadores romanos, uno cuyo apodo significaba “pequeños botines”, el infame Calígula, cuyo nombre completo había sido Cayo Julio César Augusto Germánico (todos ellos habrían sido bautizados después que el cerro ibérico). A menos, por supuesto, que con tal designación se haya querido -en forma probable- encomiar las hazañas de algún Cayo que se destacó con anterioridad.

El Moncayo, o la Sierra del Moncayo, queda a medio camino entre Zaragoza (Aragón) y Soria (Castilla y León); sin embargo, cuando busco en el Internet por la frecuencia del apellido en tales provincias, no encuentro dicho nombre entre los más repetidos. Donde aparece con más frecuencia -como es lógico- es en las ciudades de mayor población y, cosa curiosa, en las provincias andaluzas. Esto ha de explicar en buena manera la actual presencia de los Moncayo en América.

Como creo que ya he comentado, mi abuelo materno (otro Moncayo) era un individuo afable, muy querido y piadoso; un hombre que dedicaba sus mejores habilidades literarias a un casi místico fervor mariano. Aún se encuentran por ahí fragmentos de sus acrósticos y apologías, todos ellos constituyen testimonio de su bondad y escrúpulo religioso. El fue en su Riobamba natal una suerte de porta estandarte de una piedad que no se basaba en la apariencia, sino -como todavía se vivía en esa época- en la práctica sincera de las virtudes teologales. Imagino que gran parte de sus ratos de ocio, debe haberlos dedicado a preparar sus loas y panegíricos; y a asistir a aquellas convocatorias donde pudo compartir con otros ilustres coterráneos su condición de “Caballero de la Dolorosa”.

Todo esto pasaba en una época en la que todavía se confundían religión y política, y cuando -en forma lamentable- todavía se creía que ser liberal era una forma de impiedad y no una filosofía de respeto a las más íntimas libertades. Debe haber sido por ello que nunca se quiso relacionar a la familia con otros insignes Moncayo que se destacaron en la política del Ecuador, pero con el “pecado” de haber representado un pensamiento renovador de las proclamas liberales. Quizá por ello se comentaba, en las pláticas de familia, que nuestros Moncayo habían llegado a través de Colombia… De idéntica forma quizá a la escogida por otros, cuyos retoños habrían de distinguirse como liberales!

Lo cierto es que quienes deben su nombre a esa nívea sierra de la actual España, el soberbio y magnífico Monte Cayo, optaron por un tiempo por afincarse a la vera del imponente Chimborazo. Tal parece que el frío es una forma de querencia…

Jeddah, marzo 11 de 2013
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario