08 marzo 2013

Sombras en la hierba

Desde que ocurrió aquella hazaña pedestre, propiciada por un soldado griego, llamado Filípides (con ese nombre corre cualquiera!); gesta acaecida unos cinco siglos antes de nuestra era, el hombre ha inventado una carrera olímpica de cuarenta y dos kilómetros, denominada “maratón”, para rememorar la proeza. Mas, como a menudo sucede con las principales epopeyas, mucho de la historia se distorsiona y termina por convertirse en leyenda, y aun por transformarse en mito. Heródoto no contó la hazaña de Filípides pero sí la carrera del ejército ateniense que, luego de vencer en Maratón a los persas, tuvo que raudo regresar para proteger Atenas, evitando así que sus enemigos dieran la vuelta a la península ática en sus navíos y tomaran la ciudad desguarnecida.

En aviación también cumplimos ocasionalmente con gestas de este jaez. La única diferencia es que no siempre las relacionamos con referencia a la distancia que recorremos, sino en atención al tiempo que dedicamos a nuestros extraños e itinerantes desplazamientos, a nuestros programados vagabundeos… Y así, hay veces que ellos se cuentan -protocolos legales y reglamentos mediante- en horas interminables que, no es improbable, pueden llegar a similar guarismo: cuarenta y dos horas, tratando de cumplir viajes que… “no pueden cancelarse”!

Así es como salgo de mi sesión noctámbula (duró toda la noche) de chequeo de competencia semestral en el simulador, para ser trasladado en la madrugada -y en forma inmediata- al aeropuerto de Jeddah, para viajar en calidad de pasajero hacia Riyadh; para, una vez ahí, tomar mi descanso mínimo, antes de cumplir con un itinerario tan novedoso como sugerente: Riyadh – Lagos (Nigeria) – Nairobi (Kenia). Como era de esperarse, llego al hotel casi a mediodía y cuando trato de dormir por unas pocas horas, parte de ese agitado ambiente que impera en las sesiones de aquella caja sorprendente y mágica, que es el simulador, se me ha quedado como un rezago nervioso y ya me resulta imposible conciliar el sueño…

Me levanto entonces. Tengo que salir a buscar algo de comer, antes de que sea la hora vespertina del “salat” y la rigurosidad ajena convierta mi insomnio en un ayuno forzado por una piedad regimentada que poco entiendo… Y, lo que tenía que suceder, sucede: pocos segundos luego de que me sirven a la mesa, un grácil y atento dependiente se excusa, me solicita que me apresure y me recuerda que en pocos minutos el local debe cerrar para atender la cláusula de la oración…

Es, mientras medito en esta circunstancia de estar obligado a comer y dormir con prisa (“al apuro”, como decimos en América), que un sonido telúrico y gutural empieza a repartirse desde los parlantes y megáfonos de los miles de mezquitas que existen en la capital saudita. Ya está allí; es un quejido de tono funeral que insta a la contrita reverencia. Cual gemido sostenido, recuerda aquel nombre de tres letras que la fe musulmana inventara para adorar a su dios omnipresente.

Porque, a nada se procede en el mundo islámico sin antes satisfacer al requisito de la plegaria. En los mismos vuelos comerciales, un registro de sonido, grave y estentóreo -emitido aun antes de recordar los procedimientos de evacuación y emergencia- recuerda a los impasibles pasajeros aquel “Aiseih e mussafirim” (damas y caballeros): “el texto que están a punto de escuchar, es una súplica que solía efectuar el profeta Mahoma cuando salía de viaje”… Es una voz recóndita, ronca, cual un susurro, nasal y desafinada. La plegaria es emulada con devoción; implica la promesa del Paraíso, aun a expensas de los cinturones de seguridad…

Mi vuelo se conduce a lo largo de la noche oscura y silenciosa. Es un zigzagueo a través de la garganta del África; el dócil aparato sobrevuela tierras de Sudán, Chad y Nigeria -en el vuelo de ida-; de Camerún, Congo, Zaire y Uganda -antes de ingresar, en el tramo de regreso, al territorio keniano- previo al aterrizaje en el ventoso aeropuerto. No puedo dejar de reconocer que he estado expuesto a cuarenta y dos horas de vigilia; que me he privado de satisfacer la necesidad biológica del sueño por dos noches consecutivas…El paisaje consiste en una enorme e infructuosa pradera. Hacia meridión, unos alejados promontorios presagian la soberbia de la corona del continente, la del paradojal Kilimanjaro!

Nairobi, 8 de marzo de 2013


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