14 marzo 2013

Annuntio vobis gaudium

Estoy en Bruselas -un lugar donde no es fácil encontrar “coles de Bruselas”- que es quizá la ciudad europea que más se ha transformado en la última década. Este cambio se debe, principalmente, a dos factores fundamentales: la presencia de los principales organismos de gestión de la comunidad europea; y la invasión, jamás antes imaginada, de migrantes (en especial africanos del norte y europeos del este) que se han tomado literalmente la ciudad, convirtiendo barrios enteros de la urbe -antes tranquilos y apacibles- en irreconocibles y marginados guetos.

Pero voy a recordar este viaje a Europa por tres razones principales: primero, porque nunca antes -en los centenares de veces que he visitado el continente- había visto tanta nieve acumulada; de hecho, ayer la temperatura era de cero grados centígrados (“ni frío, ni calor”, como con un humor no exento de cierta filosofía hubiera comentado uno de mis cuñados). Segundo, porque no hicimos un aterrizaje que pudiese llamarse “suave” (en un avión tan noble como el Boeing 747, esto es casi imposible conseguirlo); en el criterio de mi copiloto, la culpa había que echarle a la pista, porque estaba helado el concreto… Y, tercero, porque estando en esta -ahora cosmopolita- ciudad belga, he podido presenciar el resultado del cónclave que ha elegido al flamante papa Francisco.

Dicen los que saben (y no sé porqué lo saben, si los cónclaves se supone que son secretos) que el -ya actual- papa Bergoglio ya había quedado “vicecampeón” en la elección pasada, en la que eligieron al renunciante papa Benedicto XVI (hoy ya convertido en “papa emérito”). Pero esta vez sí se dio para el cardenal argentino, ya que “a la segunda, va la vencida”, como dice la llamada sabiduría popular. Esto porque, lograr tan solo el “vice-campeonato”, con frecuencia no sirve para nada, como bien lo saben los propios argentinos, que en la guerra de las Malvinas tuvieron que contentarse con un segundo puesto… Vaya forma de consuelo!

Los italianos, acostumbrados a la alta posibilidad de que uno de sus coterráneos sea elegido como “Vicario de Cristo”, también han tenido que consolarse con que el nuevo papa tuviera, por lo menos, un apellido italiano. Esto no deja de tener una cierta ironía pues es conocido el más clásico de los chistes endilgados a los argentinos: aquel del porteño que al hojear un directorio telefónico en Roma se sorprende y exclama “pero mirá, ché, qué cantidad de apellidos argentinos!”…

Este es, para mi, el séptimo papa del que tengo memoria. No puedo dejar de recordar que, siendo yo todavía un niño -tenía a la sazón solo once años-, me encontraba haciendo “cola” en la vieja clínica del Seguro Social, ubicada frente a la iglesita de Santa Bárbara (justo donde la García Moreno empieza su acenso al infinito) con el objeto de conseguir un turno médico. En eso, llegó con prisa a tomarme la posta mi tía Anita; ahí descubrí, en su gesto de pesadumbre, que el inusitado repiqueteo de campanas, que alborotaba la conventual y callada Quito, se debía a la inesperada noticia de que el papa Giuseppe Roncalli (Juan XXIII), que solo cuatro años atrás había reemplazado a Pío XII, también había fallecido.

Este es un momento crucial para la iglesia católica. Bergoglio talvez no tenga ni la inigualable sonrisa ni el inimitable carisma del papa polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Pero, los feligreses no pueden menos que esperar un sumo pontífice sabio, renovador y enérgico. Se me antoja que temas como el celibato eclesiástico; la ordenación de las mujeres (como ya sucedió en los primeros siglos); la misma postura de la iglesia frente a las -cada vez más expuestas- preferencias sexuales, son asuntos que deben ser revisados con urgencia. Estoy persuadido que si la iglesia busca abrirse al mundo y trata de propender al ecumenismo, debe revisar incluso el dogma de la infalibilidad. Al fin y al cabo, las revisiones empiezan por un humilde reconocimiento: aquél que admite la posibilidad de que podamos equivocarnos…

Bruselas, 14 de marzo de 2013
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