28 febrero 2013

Mezquindad de mezquindades

"Todo tiene su momento, todo cuanto se hace bajo del sol tiene su tiempo. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para cosechar; …tiempo para callar y tiempo para hablar…". Libro del Eclesiastés.

Inicio esta entrada con una cita bíblica, del llamado “Libro del Predicador”; el mismo que también contiene una sentencia a la que, en forma indirecta, hago referencia con el título del presente artículo; aquella que advierte: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Esta expresión, que meditada y dicha al apuro solo quisiera expresar que “todo es efímero”, realmente es una frase atribuida al rey Salomón para relacionar el insignificante valor de lo mundano en comparación con lo divino. Es válida e importante la aclaración, pues hay asuntos “aquí abajo en la tierra” a los que sí es necesario darles valor y asignarles importancia.

Tengo que comentar como antecedente una anécdota personal: hace algo más de un año, encontrándome en Beijing, compartí en forma casual con el actual alcalde de Quito la transportación que habría de conducirnos a la Ciudad Prohibida. Ahí en medio de nuestro saludo inicial, él me consultó de mi opinión acerca del nuevo aeropuerto. Ante su inquietud respondí, sin merodeos, que no tenía todavía elementos de juicio que respalden mi opinión, pero que me daba la impresión que la discusión no se la había circunscrito a un plano técnico, sino que se la había politizado en forma innecesaria.

Más tarde, y mientras observábamos una de las principales arterias de la urbe, el alcalde me preguntó que a qué atribuía el sorprendente desarrollo urbanístico de esa república socialista. Le respondí que indudablemente a la presencia vigorosa de nuevos capitales; pero sobre todo a otros dos factores adicionales: planificación a largo plazo y ausencia de mezquindad de espacios en el diseño y construcción de las obras públicas. Por algún motivo, que hasta ahora no comprendo, me dio la secreta impresión que, a partir de ese momento, mi contertulio adquirió de pronto un talante un tanto mohíno; como si hubiese tomado mi comentario como poseedor de una doble intención. Lo cierto es que me quedó la sensación que pudo haberlo tomado con carácter algo personal…

Hasta que ayer nomás tuve, por fin, oportunidad de conocer y utilizar el nuevo aeropuerto capitalino. Mi primera impresión ha sido la de que el nuevo edificio es exactamente como yo lo había anticipado: una construcción con espacios reducidos, donde es justamente la mezquindad de espacios su característica principal. Me ha quedado la sensación que tanto el vestíbulo de ingreso como la sala de trámites migratorios no cuentan con espacios generosos y adecuados, que las pantallas de información no pueden ser de tamaño más pequeño y que en el espacio asignado a recepción no existen siquiera sillas suficientes para que los pasajeros puedan sentarse a esperar o a descansar.

Pude observar, también, que el espacio asignado a estacionamiento vehicular está alejado del edificio principal, sin que cuente con corredores protegidos para los usuarios; y que ya, sobre la marcha, se habría reducido dicho espacio -lo recién planificado- para construir, en una parte de esas mismas premisas, un probable centro comercial… Satisfecho el paso migratorio, pude también darme cuenta que se había asignado un espacio insuficiente al área de ventas sin impuestos (“duty free”), la misma que ahora parece pertenecer a la misma entidad encargada de la administración y usufructo del nuevo terminal.

La parte mejor lograda, sin embargo, es la que se constituye en aledaña a las salas de espera de los aviones; hay allí mejores y más amplios espacios, y la iniciativa privada le ha dado un carácter más acogedor y alegre a esta sección del edificio terminal. Me ha quedado la reflexión de si fue la decisión más acertada aquella de convertir al concesionario en constructor del nuevo aeropuerto; y si esta extraña simbiosis era la más adecuada para los intereses de la ciudad…

No quiero insinuar que es responsabilidad del municipio aquello que bien pudo estar mejor; lo que debe revisarse es ese espíritu mezquino, que no nos permite asignar espacios adecuados para las obras que tienen que ver con la comodidad y beneficio de la comunidad. En cuanto a lo que vendrá después… no puedo sino anticipar que se ha circunscribir al mismo criterio... Lo dice el mismo Eclesiastés: “Lo que ya se hizo, eso es lo que se hará; no hay nada nuevo bajo el sol"…

Miami, febrero 28 de 2013
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25 febrero 2013

Derrumbe de un puente aéreo

Hay quienes piensan -incluso en mi propia casa- que estoy en desacuerdo con que se haya inaugurado el nuevo aeropuerto capitalino. Es una lástima que así pueda haberse interpretado; pero he de insistir en que su apertura se produjo sin que ciertos factores necesarios para su operación se encuentren listos; y en que -a pesar de todas sus enormes bondades- lo que ya se hizo, pudo haberse hecho aún en mejor forma. Tengo la impresión que se insiste en declarar muchas cosas por carecer de conocimiento adecuado o, simplemente, por conveniencia.

Para empezar, estoy íntimamente persuadido que no pueden compararse papas con manzanas. Se insiste en que la pista del actual aeropuerto de Tababela es la más larga de Sudamérica, lo cual es solo una verdad a medias. En América del Sur existen solo tres aeropuertos internacionales ubicados a gran altura: Quito, Bogotá y La Paz; estos aeropuertos exigen, insisto en la expresión, exigen que sus pistas sean más largas de lo habitual, justamente porque de otra manera no satisfarían lo que en aviación se denomina “performance”. Dicho de otra manera, estas pistas están obligadas a ser más largas para tratar de conseguir los beneficios que, con pistas más cortas, obtienen las otras al nivel del mar!

La pista más larga del aeropuerto de Ezeiza, por ejemplo, tiene tan solo 3.300 metros de longitud, pero aun así ofrece mejor performance que las que he señalado anteriormente. Si la intención era la de convertir al aeropuerto quiteño en verdaderamente intercontinental, debió procurarse que la pista tenga unos 16.000 pies de longitud (aproximadamente 4.900 metros) como es el caso de otro aeropuerto de altura que existe en América -Denver- que se encuentra a 1.650 metros de altitud (aproximadamente 5.400 pies). De modo que, si tanto se insiste en su longitud, esta perseverante prédica solo puede deberse a que existe el secreto convencimiento de que la pista construida no es tan larga como pudo haber sido. Efectivamente, para propósitos de performance para vuelos con carácter intercontinental, Tababela no es suficientemente larga. Dichos vuelos van a salir con importantes limitaciones. Ya lo he mencionado: un B747-400, solo puede sacar algo menos del cincuenta por ciento de su capacidad total.

Siempre se cuestionará la prematura apertura del nuevo aeropuerto sin que estuviesen todavía listas sus vías de comunicación. Yo añadiría que lo que se hizo fue un muy riesgoso error; primero porque no se lo hizo con un debido proceso -utilización simultánea y paulatina movilización-; y segundo porque, bien visto, el nuevo aeropuerto desintegra, en las actuales condiciones, a la capital de la república con la ciudad más populosa del país, donde se concentra el foco de desarrollo industrial y financiero más importante que existe en el Ecuador!

Esto me lleva a la insistente reflexión de porqué se cerró innecesariamente una pista que muy bien pudo seguirse usando para mantener un sistema de tránsito aéreo continuo, cómodo y permanente con Guayaquil, lo que en otros países se conoce como “puente aéreo”. Creo que con las debidas correcciones a su vetusto terminal (ubicación del mismo, zonas de estacionamiento, servicios, etcétera) el viejo aeropuerto muy bien pudo seguirse operando. No es determinante aquella muletilla de que el aeropuerto estaba metido en medio de la ciudad. Acaso no lo están otros aeropuertos importantes en el mundo? (Piénsese en aeródromos como los de Miami, Nueva York, México, como muestra de ejemplo). Además, la pista del viejo aeropuerto capitalino superaba los 3.000 metros de longitud; obsérvese que la de Cuenca no llega a los dos mil metros de longitud total…

Así que, no es que esté en desacuerdo. Lo que creo, y en ello insisto, es en que lo que se hizo se lo pudo haber hecho de mejor manera; y en que el cerrar el viejo aeropuerto no era, de ninguna manera, una real necesidad. El nuevo aeropuerto nos va a integrar mejor con el resto del mundo (sobre todo con América), pero es una lástima que se haya eliminado un instrumento expedito de transportación, como el que ya existía -y que ya lo teníamos- con nuestro puerto principal.

Quito, 25 de febrero de 2013
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23 febrero 2013

Qué son las "bubas”, papito? *

En mi anterior entrada se hace referencia a las "bubas" o mal francés. Transcribo, asimismo, información obtenida de la página web de la universidad hispalense:

“El Padre León nos describe inopinadamente los síntomas del entonces llamado "mal de bubas". Nos cuenta que "muchos andan llenos y atestados de bubas, y los hospitales atestados de llagados, porque los desventurados suelen estar hechos una pura lepra". Luego, refiriéndose a las prostitutas las define como "hediondas y llenas de llagas". ¿Qué son las bubas? ¿Las llagas descritas son síntomas de la sífilis? Estas son las preguntas que intentaré despejar. En cuanto al término "buba" veamos lo que nos dice uno de los diccionarios más antiguos, el de la Real Academia de 1726:

"Usado regularmente en plural. Enfermedad bien conocida y contagiosa, llamada también mal Francés, y Gálico, porque (según algunos) la contraxeron los franceses quando entraron en Italia con el Rey Carlos Octavo, por medio del comercio ilícito que tuvieron con las mugeres de aquel país; pero otros dicen haverla padecido los españoles en el descubrimiento de las Indias, también con el motivo del trato inhonesto, que frequentaron con las mugeres de aquellas nuevas regiones. Lo cierto es ser enfermedad sumamente antigua, cuyo conocimiento llegó a unas provincias más tarde que a otras, y que por indecente, ninguna quiere confesar haver sido la primera a sentirla, y comunicarla. Algunas veces tiene uso esta voz en singular, porque el grano con punta de materia, que sale a la cara, se suele llamar buba."

“Ya a finales del siglo XIX la definición era más precisa técnicamente: "Tumores de las glándulas linfáticas de la ingle, de la axila y del cuello, y pústulas, cuando estos males proceden de la infección general sifilítica" (Diccionario RAE U 1899). Según la ciencia médica actual, estas tumoraciones o bubas son típicas de la enfermedad, así como las llagas, particularmente en la primera fase del mal. Luego desaparecen los síntomas externos y empiezan las bacterias (la espiroqueta denominada Treponema pallidum) a atacar múltiples órganos como el cerebro, las venas, los ojos, el oido, etc.”

“Para obtener una descripción de la enfermedad veamos, por ejemplo, lo que dice el Departamento de Salud de Nueva York en su web: "El primero de los síntomas primarios de la sífilis suele ser una o más llagas, indoloras que aparecen en el sitio del contacto inicial. Este síntoma puede estar acompañado de inflamación de los ganglios, que se produce una semana después de la aparición de la primera llaga. La llaga puede permanecer entre una y cinco semanas y puede desaparecer sola si no se recibe tratamiento.”

“Aproximadamente seis semanas después de la aparición de la primera llaga, la persona pasará a la segunda etapa de la enfermedad. Durante esta etapa, el síntoma más común es un brote que puede aparecer en cualquier parte del cuerpo, incluyendo el tronco, los brazos, las piernas, las palmas de las manos, las plantas de los pies, etc. También pueden presentarse otros síntomas como cansancio, dolor de garganta, dolores de cabeza, ronquera, pérdida del apetito, pérdida parcial del cabello e inflamación de ganglios. Estos síntomas duran entre dos y seis semanas y generalmente, desaparecen aunque no se administre el tratamiento adecuado. La tercera etapa, llamada sífilis tardía (sífilis de más de cuatro años de duración), puede causar enfermedades cutáneas, óseas, cardiacas y del sistema nervioso central."

“Para tratar la enfermedad había dos tratamientos en la época: los cocimientos del "Palo de Indias" o "palo santo" aplicados a las llagas, o el tratamiento con ungüentos mercuriales, que son sumamente venenosos. En la Sevilla del XVI se utilizaron ambas terapias, según el hospital donde fuera ingresado el paciente. Con el tiempo, la enfermedad perdió ese aura de maldición divina, ya que, como hemos visto, los síntomas externos de la enfermedad desaparecen con el tiempo aún sin tratamiento. Incluso hubo cierta literatura jocosa con el tema, en el que la enfermedad se describía como un orgullo del que la padecía, señal de varonía, de vida licenciosa, de disfrute de los placeres mundanos.”

Quito, 23 de febrero de 2013
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El “pueblo” de Guayaquil *

Lo que sigue son fragmentos del capítulo dedicado a Guayaquil por el cronista Fr. Reginaldo de Lizárraga. Sus comentarios nos ayudan a tener una imagen de la impresión que causaban las inclemencias del trópico a los europeos en la segunda mitad del Siglo XVI:

“… Este pueblo Santiago de Guayaquil es muy caluroso por estar apartado de la mar; tiene mal asiento, por ser edificado en terreno alto, con figura como de silla estradiota, por lo cual no es de cuadras, ni tiene plaza, sino muy pequeña, no cuadrada. Por la una parte y por la otra deste cerro tiene la ribera de un río grande y caudaloso, navegable, empero no se puede entrar en él si no es con creciente de la mar, ni salir sino es en menguante; tanta es la velocidad y violencia de el agua, cresciendo o menguando.”

“Críanse en las casas muchas sabandijas, cuales son culebras, y alguna víboras, sapos muy grandes, ratones en cantidad; están cenando, o en la cama, y vense las culebras correr por el techo tras el ratón que son como las ratas de España; al tiempo de las aguas, infinitos mosquitos, unos zancudos cantores, de noche infectísimos, no dejan dormir; otros pequeños, que de día solamente pican, llamados rodadores, porque en teniendo llena la barriga, como no puedan volar, déjanse caer rodando en el suelo, y otros, y los peores y más pequeños, llamados  los jejenes, o comijenes, importunísimos; métense en los ojos y donde pican dejan escociendo la carne por buen rato, con no pequeña comezón.”

“Es pueblo de contratación, por ser el puerto para la ciudad de Quito, y por se hacer en él muchos y muy buenos navíos, y por las sierras de agua que tiene en las montañas el río arriba, de donde se lleva a la ciudad de Los Reyes mucha y muy buena madera. Tiene dos o tres excelencias notables: la primera, la carne de puerco es aquí saludable, las aves bonísimas, y sobre todo el agua del río, particularmente la que se trae de Guayaquil el Viejo, que es donde se pobló este pueblo; van por ella en balsas grandes, en una marea, y vuelven en otra; dicen esta agua corre por cima de la zarzaparrilla, yerba o bejuco notísimo en todo el mundo por sus buenos efectos para el mal francés, o bubas por otro nombre…”

“… No se da trigo en este pueblo, mas dase maíz muy blanco, y el pan que dél se hace es mejor y más sabroso que el de nuestro trigo; danse muchas naranjas y limas, y frutas de la tierra en cantidad, buenas y sabrosas, y la mejor de todas ellas son las llamadas badeas por nosotros; son tan grandes como melones, la cáscara verde, la carne, digamos, blanca, no de mal sabor; por dentro tiene unos granillos poco menores que garbanzos, con un caldillo que lo uno y lo otro comido sabe a uvas moscateles las más finas; es regalada comida.”

“Por este río arriba se sube en balsas para ir a la ciudad de Quito, que dista deste pueblo sesenta leguas, en la sierra y tierra fría, las veinticinco por el río arriba, las demás por tierra. Al verano se sube en cuatro o cinco días; al invierno en ocho cuando en menos tiempo, porque se rodea mucho: déjase la madre del río y declinando sobre la mano derecha a las sabanas, que son unos llanos muy grandes llenos de carrizo, pero anegados del agua que sale de la madre del río, llévanse las balsas con botadores, porque el agua está embalsada y no corre; es cierto que si la tierra no fuera tan cálida y llena de mosquitos, causara mucha recreación navegar por estas sabanas.”

“Por este río de Guayaquil arriba (como habemos dicho) se sube en balsas grandes hasta el desembarcadero, veinticinco leguas; hasta el día de hoy hay requas de mulas y caballos que llevan las mercaderías a aquella ciudad y a otros pueblos que de Panamá vienen a Guayaquil. Viven en esta ciudad y su distrito dos naciones de indios, unos llamados guamcavillcas, gente bien dispuesta y blanca, limpios en sus vestidos y de buen parecer; los otros se llaman chonos, morenos, no tan políticos como los guamcavillcas; los unos y los otros son gente guerrera; sus armas, arco y flecha. Tienen los chonos mala fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alto y el cogote trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras; llámanlos perros chonos cocotados, como luego diremos.”

* Tomado de la biblioteca virtual Cervantes

Quito, febrero 22 de 2013
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Entre el silencio y la nostalgia

A pesar de mis lejanos recuerdos de lo que alguna vez conocí como “el campo de aviación”, no logro aprehender en mi memoria la imagen de lo que debió haber sido aquella pista original de hierba del aeropuerto quiteño. Y esto me parece coherente, pues no recuerdo haber tenido la oportunidad de volar ni el Junkers, ni ese versátil Norseman, bautizado como “Murialdo” que, antes de entrar en la era del inolvidable C-47, operó mi primera empresa: la TAO de mi tío Gonzalo.

Asocio, eso sí, mis recuerdos del aeropuerto de Chaupicruz (Pequeña Cruz, en quichua), con un largo camino empedrado que empezaba en lo que es hoy la avenida Orellana. El desvencijado transporte público hacía un lento recorrido, siguiendo una vía a cuya vera se situaban una panificadora, una llantera, una planicie ondulada -caracterizada por unos diminutos promontorios a los que se llamaba con el indígena nombre de “huacas”-, un hospital de carácter misional y un laboratorio farmacéutico avecinado a una pintoresca y modesta iglesia.

Hacia el final de su recorrido, el camino se bifurcaba; su curso principal seguía hacia Calderón por la vía de Carretas; mientras un sendero más modesto continuaba hacia la parroquia de Cotocollao y pasados unos pocos centenares de metros, y a través de frondosos árboles y una que otra casa recién terminada, permitía ahora observar un reducido número de aeronaves que se encontraban estacionadas. Si el viajero tenía suerte podía escuchar el ruido inconfundible de las hélices que anunciaban, con el giro de su furia tan particular, que sus pilotos estaban listos para salir y despegar; o que, en su defecto, estaban “probando motores”. Y debe haber sido, por esos mismos años, que habría despegado por primera vez en la pista ya pavimentada a bordo de un portentoso Douglas C-47.

Pero fue una mañana de agosto del 69, luego de que Gonzalo Ruales me había hecho una propuesta inexcusable -que marcaría mi vida y mi relación con los aviones para siempre-, que luego de retornar desde Pastaza fuera invitado, por un generoso y entusiasta piloto amigo, a volar “al eco de la estación” en una diminuta Cessna 172. Para entonces la pista ya se encontraba definitivamente asfaltada; y el terminal del aeropuerto era ya uno de los edificios más modernos que había en la urbe. Tenía en su interior una mezzanine que se elevaba del nivel del piso; la rodeada una sencilla balaustrada y estaba coronaba por una escalera semicircular que daba acceso al bar y a una terraza que permitía observar la operación de los aviones. Hacia el lado meridional del recinto, un mural de trazos modernos hacía homenaje al primer avión que había aterrizado en Quito: el Telégrafo I, que había sido piloteado por el capitán Elia Liut.

Han pasado desde entonces casi cuarenta y cuatro años: casi dos generaciones! En el Mariscal Sucre habría de realizar posteriormente cientos de despegues y de aterrizajes. Desde aquí haría mi primer vuelo, como copiloto del DC-3 (el mismo venerable C-47); aquí alguna vez hice alarde de vanidad, como bisoño y todavía adolescente comandante del Twin Otter –sólo tenía diecinueve años-; aquí recibí, años más tarde, mi bautizo con aceite quemado, ya como piloto al mando de mi primer jet, el irremplazable Boeing 707; aquí volé mis primeros Aerobuses; y desde aquí, años más tarde, habría de despedirme para volar, en tierras lejanas, el Airbus 300-600, el Airbus 340 y el magnánimo como bondadoso Jumbo, el Boeing 747-400!

Hoy el viejo aeropuerto de Quito ha cerrado sus acogedoras puertas. Ya no existe ese querido aeródromo que obedecía a las siglas SEQU -Sierra, Eco, Quebec, Uniform-. Hoy el anagrama obedece a las siglas SEQM –Sierra, Eco, Quebec, Mike-: las del nuevo aeropuerto ubicado en la planicie de Oyambaro, cerca del poblado de Tababela. Con ello, la ciudad se ha quedado ya sin ese ruido isócrono que anunciaba la llegada y la salida de los aviones. De pronto, también, ha sucedido algo mágico, inesperado e intangible: sin que nadie lo hubiese anticipado, y muy pocos lo hayan advertido, el nuevo terminal extendió los límites de la ciudad; y, cual si se tratase de un sortilegio mágico, de golpe le dio una distinta dimensión, un nuevo horizonte y la auspiciosa conciencia de un insospechado destino!

Quito, 22 de febrero de 2013
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22 febrero 2013

El Quito que vio Lizárraga *

Fray Reginaldo de Lizárraga fue un clérigo dominico que vino a América con sus padres cuando todavía era un niño. Es probable que haya nacido en Extremadura o en Cantabria, pero lo cierto es que este importante cronista de nuestra colonia, era descendiente de “honrados vizcaínos que pasaron de España al Perú, para fijar allí su residencia”, según el polígrafo José Toribio Medina. Su verdadero nombre era Baltazar de Ovando; en Quito habría estudiado gramática y recibido la tonsura. A sus quince años prosiguió a Lima donde recibió los hábitos. Me ha parecido que pudiera resultarles interesante, transcribir los comentarios de cómo vio el cronista la actual capital ecuatoriana hacia mediados del Siglo XVI:

“La ciudad de Quito es pueblo grande, cabeza de obispado, y donde reside una Audiencia Real; su comarca es fértil, así de trigo como de maíz y demás mantenimientos de la tierra... es abundantísima de todo género de ganados mayores y menores; dista de la línea equinoccial un tercio de grado, y con distar tan poco es  muy fría y destemplada, lluviosa, que casi todos los meses poco o mucho llueve, y a su tiempo, que es desde diciembre a abril, es de muchas aguas, muchos truenos y rayos… ahora parece se han moderado los tiempos.”

“Fundaron la ciudad entre cuatro cerros; los de la parte del Septentrión son altos, los otros pequeños; dentro del mismo pueblo se da maíz y legumbres, muchas y muy buenas, duraznos, membrillos y manzanas, que no se pensó tal se dieran en ella. Hase aumentado mucho esta ciudad; reside en ella la Audiencia Real; tiene muchos indios en su comarca, y las tierras muy abundantes, los campos llenos de ganados mayores y menores, de donde hasta la ciudad de Los Reyes, que son más de trescientas leguas, traen ganado vacuno y aun carneros. Lo que han multiplicado yeguas y caballos parece no creedero.”

“Hay fundados en esta ciudad conventos de todas órdenes y un monasterio de monjas. Nuestros religiosos tienen provincial por sí, y los del glorioso San Francisco, divididos de esta provincia del Perú; los padres de San Agustín y Teatinos, sujetos a los provinciales de Los Reyes. El convento del seráfico San Francisco fue el primero, y la ciudad se fundó el día de San Francisco, por lo cual se llama San Francisco de Quito. Esta sagrada religión, como más antigua, comenzó a doctrinar a los naturales con mucha religión y cristiandad, donde yo conocí a algunos religiosos tales, y entre ellos al padre fray Francisco de Morales, fray Jodoco y fray Pedro Pintor. El sitio del convento es muy grande, en una plaza de una cuadra delante de él, a donde incorporado con el convento tenían ahora cuarenta y cuatro años un colegio así lo llamaban, donde enseñaban la doctrina a muchos indios de diferentes repartimientos, porque a la sazón no había tantos sacerdotes que en ellos pudiesen residir como ahora; además de enseñarles la doctrina les enseñaban también a leer, escribir, cantar, y tañer flautas...”

“Combaten a esta ciudad, y toda su comarca, grandes y violentos temblores de tierra, a causa de que la ciudad a la parte del Septentrión tiene uno o dos volcanes y el uno de ellos que casi siempre humea; toda aquella provincia tiene muchos y tantos que en lo restante del Perú no se ven sino cual o cual allí a cada paso. Los años pasados… salió tanta ceniza de este volcán cercano a la ciudad, que por algunos días no se veía el sol, y el pueblo, campos y pastos llenos de ceniza, por lo cual todos los ganados se venían a la ciudad a buscar comida bramando. Hiciéronse procesiones y de sangre; fue Nuestro Señor servido de proveer de algunos aguaceros que limpiaron la ceniza, y se descubrió la yerba para el ganado.”

“En este tiempo la ciudad era combatida de frecuentes temblores y muy recios de tal manera que pensaban ser las señales últimas del día del juicio; reventó este volcán y declinó a la Mar del Sur; arruinó algunos pueblos de indios y se los llevó el agua que salió de él, y porque por esta parte del Septentrión no dista muchas leguas el volcán de la Mar del Sur, hacía el paraje de Puerto Viejo, bahía de Caráquez y de San Mateo, alcanzó parte de esta ceniza, que el viento la llevaba, y en alta mar en el mismo paraje los navíos que en aquella sazón navegaban viniendo de Panamá a estos reinos, veían la claridad de la lumbre del volcán.”

“El edificio de la iglesia mayor es de adobe; la cubierta de madera muy bien labrada; la labró un religioso nuestro, fraile lego, de los buenos oficiales que había en España. En medio de la plaza hay labrada una fuente muy buena y de muy buena agua, y en la plaza de San Francisco otra; las casas para sus huertas no tienen necesidad de acequias; el cielo les da abundantes lluvias y a veces no las querrían tantas.”

Nota: Lo transcrito es tomado de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

Quito, 20 de febrero de 2013
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19 febrero 2013

Navegaciones cibernéticas

Tiene la lectura, hoy en día, un efecto y un beneficio casi mágicos. Pienso que la ventaja extraordinaria que tiene como añadidura nuestro tiempo es justamente la inapreciable comodidad de hacer averiguaciones; la de explorar y confirmar nuestros previos conocimientos con un artilugio que no tuvieron antes quienes nos precedieron en nuestra curiosidad -nuestros antepasados-. Me refiero a la gracia formidable e incalculable de poder acceder a un conocimiento de nivel enciclopédico, sin siquiera dejar nuestros asientos de escritura, sin necesidad de escoger y hojear un texto; y sin siquiera tener una enciclopedia a la mano!

Hoy parece necesario sólo tener un poco de curiosidad, saber utilizar un sistema organizado de investigación, contar con un ordenador y el socorro del Internet; y, desde luego, tener un conocimiento cultural básico, lo que en nuestros establecimientos educacionales daban en llamar “cultura general”. Creo que es tal el auxilio que nos puede proporcionar estos días el Internet, que el aporte que puede proporcionar a nuestro conocimiento resulta infinito e inagotable.

Ayer, para muestra de ejemplo, quise explorar algo respecto al personaje con cuyo nombre se había bautizado al colegio laico al que tuve que hacer referencia, sólo para descubrir que aquélla institución había funcionado originalmente en un local religioso –El Beaterio, de los Hermanos Cristianos-, que primero había tenido las características de un normal o liceo mixto; y que ahora, nuevamente albergaba en sus aulas a estudiantes de ambos sexos. Me enteré que José Mejía Lequerica había sido cuñado de Eugenio Espejo; que antes de ejercer el derecho, había estudiado para médico, título que habría tenido dificultades en obtener por una circunstancia alejada de lo académico: era hijo natural y debía purgar una indiscreción ajena… Mejía sería elegido para representar a la Audiencia de Quito en las Cortes de Cádiz. Se dice que sabía “callar y hablar” y que era él mismo un espíritu enciclopédico, un orador que se destacaba por su valor y elocuencia.

Ya metido en esos meandros investigativos, quise afirmar el porqué del nombre de la vía con la que linda el edificio en referencia; me refiero a la calle Vargas. Así confirmé que ese bautizo se debió al Coronel Luis Vargas Torres, un ilustre esmeraldeño que desde Panamá habría comandado la revolución alfarista; él había llegado a La Tola al mando de doscientos reclutas y con tan solo doscientos rifles de contrabando. Al llegar a Manabí habría pasado a poner a la cabeza de su rebelión al General Eloy Alfaro, proclamándolo Jefe Supremo. Vargas sería más tarde deportado al Perú y regresaría al país para combatir a Caamaño. En ese esfuerzo, habría sido apresado en Loja y llevado a Cuenca para ser fusilado.

Estos días estoy leyendo la biografía escrita por Vincent Cronin de ese genio precoz que fuera Napoleón Bonaparte. De la misma manera -por medio de esos mis escarceos cibernéticos- he descubierto que Luis XVI de Francia, que luego de la revolución, pasó a ser llamado simplemente Luis Cateto, fue un joven monarca amigo de la lectura. Luis XVI había sido un hombre de carácter pusilánime, sin la requerida energía para implementar en su reinado las reformas necesarias. Este rey había sido un ávido lector de Horace Walpole, un noble inglés de orientación sexual un tanto discutida. Luis XVI gustaba también la lectura de “La declinación y caída del Imperio Romano” de Edward Gibbon, autor que había sufrido de una extraña afección conocida como “hidrocele testis”, enfermedad consistente en una exudación, en cantidades exageradas, de fluido en las partes pudendas…

El mismo Luis XV, padre de Luis Augusto, habría fallecido de una enfermedad que antes producía un índice de mortandad cercano al treinta por ciento: la terrible e infame, y casi incurable, viruela negra. De acuerdo a las exploraciones que comento, el monarca que estaba destinado a morir en la guillotina, padecía él mismo de una inaudita enfermedad que habría retrasado hasta por siete años la consumación de su matrimonio con María Antonieta: una “fimosis”, dolencia genital consistente en la incapacidad de que el glande pudiese descubrirse, debido a una absurda estrechez del prepucio… Pobre Luis de Francia! Como para darse contra las paredes de Versalles o del palacio llamado de las Tejerías, lugar que debe su nombre a que fuera edificado en un terreno donde fabricaban tejas…

Como notarán, yo también acudo a mi propio “rincón del vago”… Pero, claro, hay vagos y vagos! El mío quizá sea el caso de un haragán “un tanto aplicado”…

Quito, 19 de febrero de 2013
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Fiesta en las calzadas

Esa debe haber sido la primera de las tres únicas veces que subí las escalinatas del frontispicio del Instituto Nacional Mejía (hubo una segunda, cuando traté de entrar sin invitación a su estadio a presenciar un poco significativo partido de futbol barrial; y aun una tercera, cuando participé en una abortada reunión de estudiantes secundarios). Nunca dejó de llamarme la atención el hecho de que aquél colegio que habría sido fundado por una de las figuras más relevantes de la historia del Ecuador, que había educado en sus aulas a tantos hombres insignes de la patria, ese mismo al que sus estudiantes tildaban de “patrón”, no habría alcanzado de ese mismo estado -del que dependía- una mínima asignación presupuestaria para terminar el enlucido completo de su centenario edificio.

En aquella casi olvidada ocasión lo hice sólo para acompañar a que depositase su voto a la más recordada y querida de mis tías maternas. Fue esa una elección popular de la que siempre recordaré el estribillo del contagioso eslogan cantado que animaba con su música a uno de sus principales actores, un guayaquileño que representaba al liberalismo y que era considerado como uno de los candidatos con mejores opciones de triunfo (“Raúl Clemente Huerta, el hombre popular… Y hasta el ‘négrito’ Mendoza, por él irá a votar…”). Ese mismo año, otro binomio con ideas renovadoras, aunque todavía consideradas irreverentes y desafectas a la religión, se hacía conocer con la insistente muletilla de “Parra - Carrión, revolución!”; su proclama parecía representar todo un desafío!

Eran tiempos en que las promociones políticas no estaban proscritas hasta el día mismo de las elecciones; unos tiempos en que no era todavía obligatorio el voto de las mujeres. Entonces, no se había concedido tampoco ese derecho a los analfabetos; y la historia habría de demostrar más tarde, que parte de la futura inestabilidad política habría de obedecer a la participación indiscriminada de un segmento social que había aportado a los guarismos electorales, sin que esa incipiente participación estuviese acompañada de un ingrediente cualitativo…

Y es que, tan tarde como el día mismo de los comicios, los entusiastas activistas hacían sus postreros esfuerzos por animar a los indecisos. Afiches, banderines, hojas volantes y multicolores escarapelas eran entregadas a los sufragantes, quienes no tenían inconveniente en coleccionar calendarios, folletos y otras muestras de propaganda política, cual si se tratase de promocionales regalitos. La música no dejaba de acompañar a las cantinelas de aquél proselitismo, dando así un raro carácter de fiesta callejera a algo que solo debía representar una muestra de fervor cívico. Las calles ofrecían una desacostumbrada imagen; ahora se habían convertido en espacios peatonales, debido a la ausencia de vehículos.

Esa es, quizá, la impresión más duradera que guardo de los eventos eleccionarios de cuando era todavía un niño; esa aparente ausencia, ese día y en la gente, de propósitos distintos; esa como indolencia ante el paso del tiempo, mientras en la misma calzada se habían improvisado negocios ambulantes que aportaban con sus anuncios a la general algarabía que propiciaba el ardor del proselitismo. Un callado rumor, no exento de ansiedad y de arrebato recordaba -con este su ambiente peatonal improvisado- a las callejas avecinadas a los escenarios que, en otras concurridas oportunidades, servían de marco a importantes encuentros de carácter deportivo. Tal parecía que minúsculos grupos de tres o cuatro personas, estuviesen acudiendo, más bien, a apoyar a sus equipos preferidos…

Si algo sorprende hoy en día es la inusitada presencia de tanta y tanta gente en estas expresiones de participación con carácter cívico. Pocos caemos en cuenta que esa masiva presencia popular en las calles se debe a que las personas deben por obligación ausentarse de sus hogares o de los lugares donde en forma natural, y durante los fines de semana, dedican su tiempo a sus entretenimientos favoritos. Tratándose de un fin de semana, tampoco han debido acudir a sus oficinas y más lugares de trabajo para atender  a sus laborales compromisos… La calzada luce entonces invadida por el desprevenido peatón, que se adueña de todos los espacios, indiferente al ocasional deambular de unos escasos vehículos.

Quito, 19 de febrero de 2013
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15 febrero 2013

Casa tomada

Hay algo de sorprendente, y apasionante, en el mundo de los sueños. Se sugiere que ellos representan un conjunto de expresiones que explican, a su vez, los anhelos, los temores, las ansiedades, las frustraciones de la gente. En ellos habría mucha tela para cortar en ese variopinto almacén de venta de casimires, sedas y otros géneros que es el consultorio de diagnóstico de los psicólogos médicos…

Alguna vez me comentaron que todas las personas soñamos todos los días y que lo único que nos diferencia es que no siempre recordamos los de nuestra particular pertenencia. Recordar los sueños parece requerir de una inmediata reflexión y la recopilación de los episodios de lo que recién hemos soñado, antes de que nuestra propia memoria deseche “esos disparates” en el tacho de basura de las cosas superfluas o insignificantes, aquellas que es mejor dejarlas en el olvido.

En lo personal, tengo que confesar que muy pocas veces, realmente casi nunca, recuerdo lo que produce mi imaginación, durante las noches, en esa macilenta patria de lo onírico. Pero, una que otra vez, cuando despierto temprano y estoy a punto de someterme a una deliciosa y empecinada duermevela, recuerdo con relativa claridad el incoherente argumento de su desfigurado contenido. Me es fácil -en cierta manera- rememorar los personajes, los escenarios, los sucesos; y esto ha de ser lo que probablemente me lleve al convencimiento de que soñamos en colores naturales, ajenos a la técnica cinematográfica del blanco y negro.

Anoche soñé (o al menos así recuerdo) que compartía un momento de ocio con un buen amigo. Estábamos, los dos, sentados alrededor de una mesa, ocupados con nuestros individuales pasatiempos. Tratábase de un sencillo mueble de madera, que estaba ubicado en medio de una terraza cubierta por tablillas que dejaban traslucir las irregularidades producidas por su envejecimiento. La terraza, a modo de azotea, servía de patio de entrada a una residencia, de mi probable propiedad, que estaba separada de la calzada por un portón construido con alfajías de madera, ordenadas en tal forma que trazaban un semicírculo. Tomando por mano derecha, como quien entraba a la casa, existía un antepecho medianero que servía de pretil, o más bien de resguardo; si uno en él se apoyaba podía disfrutar de la bondad de un amplio como peregrino paisaje; a la vez que quedaba en condición de observar un círculo, destinado a menesteres taurinos, que quedaba contiguo a la casa y se ubicaba a un nivel inferior al de la azotea.

En medio de nuestras tranquilas ocupaciones, y en forma imprevista e inusitada, un grupo numeroso de gente empezó a tratar de forzar el portón de entrada, invadiendo en pocos minutos el, hasta hace poco, pacífico y sosegado aposento. Gente de diversa condición y acicalada con misceláneos atuendos se había apoderado del blancuzco antepecho y trataba de conquistar los mejores lugares para poder disfrutar de algún taurino acontecimiento… La plataforma había perdido de pronto su carácter bucólico, privado y encantador; una curiosa y abusiva algarabía se había apoderado ahora de los antes calmosos aposentos…

Es probable que sean nuestras preocupaciones las que, de algún modo, ejerzan un determinado influjo en nuestros nocturnales ensueños. Pienso que no debemos buscar necesariamente una interpretación o un significado a nuestros sueños. A veces me pregunto si eso de soñar es una forma de atributo, una suerte de habilidad que, alimentada por las fantasías de nuestra imaginación, convierte en más interesantes, sazonados, ricos o confusos a esos incongruentes sueños.

En “Descanso de Caminantes”, Bioy Casares hace alusión a sus experiencias, a sus memorias, a sus disquisiciones acerca del idioma, y también relata acerca de sus cotidianos sueños. A veces me pregunto si aquello que llamamos “memorias” o “diarios íntimos”, no es a su vez un recuerdo distorsionado, al que -al igual que nos pasa con los sueños- le añadimos otros elementos de nuestra imaginación para justificarnos o para convertir esos episodios en más atractivos y suculentos.

Un mundo misterioso es el de las quimeras, el de nuestros extravagantes sueños!

Quito, 15 de febrero de 2013
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06 febrero 2013

Regreso a Ítaca

Estoy todavía bajo la insidiosa influencia del “cambio de hora”. Imagino que no muchos habrán descubierto ese perverso efecto, sobre todo cuando el viaje se lo hace desde o hacia las antípodas y el organismo se demora -según dicen los que saben- tantos días como horas de diferencia, para volver a su estado normal. Pero hay algo más pernicioso aun que todos esos cambios fisiológicos que dejan como secuela estos apresurados periplos, me refiero a un estado parecido a la modorra, al soroche andino, a una indefinida duermevela. En situaciones así, pocas ganas quedan de sentarse frente al ordenador para intentar escribir un comentario.

Intuyo que esas ganas de sentarse a escribir (me resisto por modestia a llamarle con el nombre de “creatividad”) dependen también de los interrumpidos -o más bien trastornados- ciclos circadianos. Creo que es parte intrínseca de la psiquis del hombre el ir reanimando y entrelazando ideas durante el día, e ir haciendo planes y esbozos de lo que ha de hacer durante el día siguiente, antes de acudir a acostarse por la noche. De este modo, lo que pergeña y ejecuta cuando escribe se convierte en el resultado de esos bosquejos que obedecen a un ritmo que atiende a unos ciclos caprichosos, igual que sucede con los cambios fisiológicos.

Por ello es que he llamado a ese estado “soroche”, y lo he hecho con intención, ya que esa inexplicable sensación, destruye el antojo por garabatear en orden unas ideas y apuntes, para poner en el papel unas impresiones o reflexiones. Esta sensación experimento, luego de la relectura de una versión explicada del Ulises de Joyce, libro que siempre me pareció complejo y que cada vez que cedí a la nueva tentación de revisarlo me produjo una reacción inédita y diferente.

Es que Ulises es algo más que una historia que se quiere contar; es ante todo -pienso yo- una especie de juego travieso de palabras, una novela (?) que según el propio escritor irlandés la había escrito para “mantener ocupados a sus críticos por trescientos años”… Ulises es una historia que transcurre en un solo día, está escrita utilizando en cada capítulo formas diferentes de estilo literario. Ora es un drama, ora un mensaje publicitario, ora una homilía o un diálogo interior, y solo en forma ocasional utiliza los recursos tradicionales de la novela contemporánea.

La mitad de Ulises es un soliloquio, la otra es una curiosa como interminable letanía. Da la impresión -al leer la historia- que los personajes cavilan en todos esos inconfesables pensamientos que probablemente todos tenemos, pero que nos resistimos a que trasciendan a los demás porque nos dominan el prejuicio y la vergüenza. Esas meditaciones vergonzantes son las que sentimos todo el tiempo y que quizá nos sirvan de motivación para nuestras acciones conscientes durante el curso de nuestra vida que, más que una historia con sus variadas incidencias, se convierte en un conjunto de juicios de valor, en un modo continuo, personal y subjetivo por interpretar los acontecimientos. Casi como un juego de palabras que la mayoría de las veces nos tardamos en interpretar y resolver…

Nunca leí con detenimiento la Odisea de Homero; sin embargo –y de acuerdo a las confidenciales notas explicativas que Joyce dejó a unos pocos amigos-, el autor trató de parodiar los episodios del poema homérico. Hay algo de contradictorio en la historia del héroe Odiseo (Ulises, en latín) que se toma veinte años -diez en la guerra de Troya y diez en sus andanzas del regreso- para volver a su esposa, a su familia, y a su reino de Ítaca. Subsiste la controversial interpretación de si el verdadero mérito del héroe estuvo en sobreponerse a sus desafíos; o en el de haber “vuelto a casa”, a pesar del embrujo seductor de sus “entretenimientos”…

Quito, febrero 6 de 2013
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02 febrero 2013

El aeropuerto nonato

Cierto sábado por la mañana, en el ánimo de abreviar mi camino, tomé la vía Inter Valles, sólo para caer en cuenta que mi estrategia se había convertido en contraproducente. El camino se encontraba bloqueado en forma temporal, dando preferencia a un pequeño cortejo nupcial que salía de una modesta iglesita que allí existe, en uno de esos pintorescos pueblitos que se encuentran en el camino. Pero hubo una curiosa imagen que se me quedó grabada en la retina; el novio lucía un traje impecable, aunque algo en su traza y apariencia denunciaba algo de ridículo: calzaba unos botines deslustrados de cordón, en estado tan precario que el mozo daba la impresión que había optado por usar zapatos deportivos.

Esta misma imagen ha vuelto a mi memoria al meditar, luego de mi lectura de un artículo de opinión publicado en días pasados (Óscar Vela Descalzo, El Comercio, domingo 27 de enero), acerca del guirigay del que pronto vamos a ser testigos los quiteños, cuando se realicen las inesperadas gestiones de trasteo de los equipos y más enseres desde Cotocollao hacia el nuevo aeropuerto capitalino.

Y es sólo ahora que caigo en cuenta de la razón para la empecinada reticencia de la corporación que tiene a cargo la administración del aeropuerto, para realizar una transición que obedezca a un proceso de operación paulatino: se van a aprovechar la mayoría de las instalaciones ya usadas y viejas -si no obsoletas- para reutilizarlas en el “nuevo” terminal aéreo! No solo que esto es inaceptable e inconveniente, sino que explica uno de los principales motivos para que se haya “logrado” renegociar aquel contrato de construcción del aeropuerto quiteño.

Sin tomar en cuenta los insufribles inconvenientes que se van a producir como consecuencia de tan improcedente traslado, es inaudito pensar que en una obra que debía caracterizarse por su modernidad se vaya a utilizar muebles y equipos que ya debían ser reemplazados. Se le ocurre a usted, querido lector, acudir a un distribuidor de vehículos, con la intención de comprar un auto nuevo, sólo para que el vendedor le ofrezca una atractiva rebaja con la condición de que el carro que va a adquirir le sea entregado con los asientos y neumáticos del viejo…?

Por lo comentado, da grima y coraje tener que aceptar que este sea el aeropuerto que se nos quiere meter por los ojos como “el más moderno de Sudamérica”. Un aeródromo con una pista que no llegó siquiera a los cinco kilómetros de largo; que tampoco fue diseñado con las técnicas más modernas (no tiene siquiera zonas cubiertas de parqueo); que a duras penas igualó al anterior en el número de mangas de embarque; que -como conoce todo el mundo- no cuenta todavía con vías de acceso; y que además -como sólo ahora trasluce- va también a usar instalaciones que ya debieron haberse desechado por precarias y obsoletas, no merece el ambicioso calificativo de “más moderno”. No solo va a convertirse en un fiasco inevitable, sino también en una lamentable tomadura de pelo!

Ahora vemos en qué ha consistido una “renegociación” por medio de la cual no vamos a adquirir el producto que los quiteños esperábamos, que va a terminar costándonos más, no solo porque se retrasó en casi dos años su entrega; sino además porque lo que estamos a punto de recibir no es lo que estaba supuesto. Este va ser un aeropuerto nonato. No va a ser “el aeropuerto que queremos”!

Solo falta preguntar a los responsables de la administración corporativa: ¿de qué maniobras de “simulacro” nos estuvieron hablando cuando hacían las “pruebas” del nuevo terminal aéreo? ¿Cómo pudieron hacerse esas evaluaciones, ensayos y experimentos, si no se contaba todavía con los necesarios implementos? ¿Se realizaron efectiva y concienzudamente dichas maniobras? O es que talvez lo único que se cumplió fue con un “simulacro de simulacro”. Tan solo un camelo!

Sydney, 3 de febrero de 2013
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