14 marzo 2017

Anatomía de una (débil) vocación

En mi entrada de 10 de marzo, y con el título de "Mujeres a los pedales", traduje un artículo publicado en la revista AeroTime. En él se procuraba explicar el motivo para que, en pleno siglo XXI, sean todavía muy pocas las mujeres que optan por aprender a volar y que se deciden por incorporarse a una carrera que se presenta -en teoría- como popular e inmensamente atractiva: la apasionante y diferente de piloto de avión.

Hacia el final del artículo, la publicación hacía una propuesta: invitaba a los lectores a comentar cuáles pueden ser las razones para que exista ese curioso ausentismo: ¿por qué es que sigue siendo todavía tan exiguo el número de mujeres piloto, sobre todo en las aerolíneas? ¿Por qué es que -como lo define la revista- la mujer es todavía "un ave rara” en los cielos del mundo? ¿Por qué es tan bajo su porcentaje de participación en la carrera de piloto aeronáutico (la cifra no supera el diez por ciento)? ¿Se trata de un asunto de vocación, o debemos más bien hablar de desigualdad de oportunidades? ¿O es que ya vamos hacia un cambio de paradigma?

Por ello, es mi intención hacer un pequeño análisis de por qué no entusiasma tanto a las mujeres eso de subirse a los aviones. Para empezar, es necesario reconocer que hay algo de atávico en aquello de que a las mujeres no les guste jugar con algo que represente riesgo o peligro (por lo menos, no tanto como a los varones); además, parece que a las féminas no les parece entretenido andar jugando con "fierros", sea porque no les gusta ensuciarse, o porque hacerlo constituiría una manera de exponerse a lastimarse o a desarreglar su cuidada imagen. Si no, ¿por qué no hay más mujeres en los oficios relacionados con los talleres mecánicos o conduciendo autos en las carreras de Fórmula Uno?

Lo que pudiera estar sucediendo es que: siendo la profesión de piloto una actividad que se encuentra expuesta al escrutinio público, la mujer se siente un poco más vulnerable a las miradas, insinuaciones y comentarios de la gente; simplemente porque no ha sido frecuente la imagen de una mujer piloto, aunque hoy se la acepte como algo "casi" normal. Esto del "casi" quizá tenga que ver con una concepción inicial que tuvo la aeronáutica, que implicaba una idea de alto riesgo, coraje (asociado con lo masculino) y, ante todo, temeridad.

Pero hay algo más: "hacerse piloto" no sólo implica erogar una suma importante para completar las primeras doscientas, o más, horas iniciales (por lo general los padres de familia no siempre están dispuestos a hacer esta costosa inversión en hijos que no sean varones); sino que es necesario -para estos flamantes pilotos- movilizarse a lugares recoletos y a menudo un tanto aislados para sólo así poder conseguir un trabajo temporal que les permita acumular más horas de vuelo.

Esos son ambientes en que las mujeres se sienten menos cómodas enfrentando las naturales carencias e incomodidades. Además, con frecuencia podrían verse expuestas al acoso, al abuso de probables "benefactores"; o, por lo menos, a un tratamiento no preferente, si no discriminatorio. Hay aún, por contrapartida, una actitud que intenta cierta "caballerosidad", por parte de algunos colegas varones, que distorsiona el sentido de asignación de roles y jerarquía que es inherente a la aviación. Es, tal vez, cuando no existe esa línea clara que delimita los roles y responsabilidades, que se difumina la gradiente de autoridad y que el ambiente de trabajo pudiera prestarse para una inadecuada e inconveniente indefinición.

Existe un prejuicio que aún subsiste en el mundo moderno, el de que las mujeres están menos favorecidas con dotes de liderazgo y de autoridad para ejercer funciones de decisión y comando. Pero esto no necesariamente tiene que ser verdad. El mundo de la industria aeronáutica va descubriendo que cualquier persona puede desarrollar y fortalecer su autoridad y liderazgo sobre la base de disciplina, pericia, adecuado desempeño y aplicación de conocimientos. Estos elementos constituyen la base del buen criterio que, a su vez, enriquece la capacidad de decisión, la misma que se expresa como liderazgo y sentido de autoridad.

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