09 abril 2011

Cincuenta historias

Me ha escrito una breve nota Jorge Ortiz. Con ella me dedica su libro “Cincuenta historias” y me hace llegar su gesto de simpatía y amistad. Jorge sabe que vivo todavía lejos; aun así, él conoce de mi inclinación por la lectura, de mi identidad con muchas de sus inquietudes, ilusiones y temores; sabe que nos son comunes muchas aspiraciones con las que hemos soñado para propender al progreso de nuestro país y para satisfacer su siempre postergado bienestar y desarrollo. Con él nunca fuimos compañeros; pero, en cierto sentido, es como si alguna vez lo hubiéramos sido o como si todavía lo fuéramos. Hay entre nosotros una relación que trasciende la que es otorgada por el hecho de compartir una misma generación; así, la nuestra es una relación abrigada por el acicate de la identidad.

“Cincuenta historias” es una recopilación de sus valiosos artículos publicados en el pasado por la Revista Diners. Hay ahí una generosa variedad de temas caracterizados por estar escritos con un estilo ameno y didáctico; cuidando del idioma y entregándonos tópicos que son necesarios para superar el limite de la provincia, trascender al de la patria y acceder a la “aldea global”. Las suyas son investigaciones realizadas con pasión, meticulosidad y tratando de mantener la objetividad. Hay allí una conciencia del daño que hace al mundo la ignorancia, de lo que sucede cuando corroe esa otra forma de ignorancia que es el prejuicio, que tanto mal ha hecho a la humanidad. Son historias escritas con fina sensibilidad.

Tengo tareas pendientes, sin embargo. Y no me ha quedado más alternativa que leer su prólogo, recorrer los párrafos de su primer artículo y guardar el texto para saborearlo más tarde y con más tiempo, igual que cuando guardamos una secreta delicia que la escondemos para más tarde poderla disfrutar. El estilo de Jorge es muy ágil; da gusto el cuidado que el autor pone para entregarnos un texto adornado con un lenguaje bien tratado; texto que habla de sus inquietudes y de sus curiosidades, de su formación, de su aguda percepción de la realidad.

Somos amigos y pertenecemos a una misma generación; y esa sola circunstancia nos ha de marcar para siempre. Somos parte de una etapa de la vida de nuestra capital cuando las familias empezaron a dejar el centro histórico, el llamado casco colonial. Accedimos entonces a otras comodidades, a los beneficios de la educación en colegios más modernos, pasamos a vivir en casas con un ambiente donde se podía vivir más íntimamente las incidencias familiares, prescindiendo del “respeto ajeno” o del qué dirán. Luego, por diversas circunstancias, nos tocó en suerte la posibilidad de estudiar en países lejanos, de conocer otras culturas, otras actitudes ante la vida y ante la sociedad. Esto, a más de regalarnos con un conocimiento del mundo, nos ayudó a ver que hay mejores maneras de vivir, que hay otras formas de organización que pueden tener el estado y la sociedad.

Hoy Jorge esta alejado temporalmente de sus conocidas tareas periodísticas. Ese es el precio lamentable que a veces se paga por apasionarse por la verdad y por tratar de expresar las propias ideas. En este sentido, veo con pena como en nuestro país hemos involucionado y quizás se ha optado por senderos que nos han ido alejando de los ansiados destinos a los que debe propender la libertad. No puede haber progreso donde reina la intolerancia, donde no es fácil insinuar la existencia de otros métodos y otros caminos que nos puedan llevar a todos al tan buscado –y frecuentemente manoseado- bienestar. Quienes hemos tenido la oportunidad de conocer otras culturas y vivir afuera, sabemos que el progreso solo es posible cuando se consigue la concurrencia de todos los sectores de una sociedad. Así, el bienestar resulta de un esfuerzo permanente, estimulado por un vigoroso sentido de colectividad.

Se viven momentos de gran trascendencia en el Ecuador. Y este es un momento de la historia nacional cuando quienes orientan la opinión pública se enfrentan a un patriótico llamado que nos debe exhortar a meditar con ponderación, a hablar con sinceridad y sobre todo a actuar con coherencia en esta impredecible hora crucial. Esa es justamente la más delicada y responsable misión que pueda tener el periodismo. El desarrollo no consiste únicamente en la mejora de unos caminos; ni en el replanteo de nuevos planes de salud, alimentación y vivienda. Es ya tarea impostergable del periodismo, la de orientar e inspirar a la gente, para invitarle a retomar su valiente lucha por reconquistar uno de sus derechos más fundamentales: el irrenunciable derecho a vivir en libertad.

Me faltan tan solo cuarenta y nueve historias por revisar. Pero, como el tiempo no se detiene y la historia no es sino uno más de lo ejercicios que tiene la memoria, le agradezco a Jorge desde la distancia, convencido como estoy que pronto nos ha de entretener, informar y educar con otras nuevas historias que nos volverán a invitar a meditar en la las lecciones de la historia y en aquellos senderos que nos falta todavía por transitar.

Quizás pronto nos vayan llegando esos nuevos y enjundiosos episodios. Contar es también una forma de persuadir, es una manera de inspirar. Cuando leemos estas historias vamos advirtiendo que los avances en el mundo obedecen a un proceso constructivo. Es poco, muy poco lo que las sociedades y las naciones obtienen cuando los individuos solo quieren perseguir, destruir y obliterar…

Singapur, 4 de abril de 2011
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