01 abril 2011

Mareos e ironías

Esa mañana que suspendimos nuestra relación empresarial, mi hermano me dijo que muchas veces me dejaba ganar por la ironía y que no siempre caía en cuenta del daño que eso causaba en mis relaciones con los demás… Desde entonces he procurado no caer en el sarcasmo que es esa forma cáustica que suele tener la ironía -cuando llega a ser cruel y mordaz-, consciente de que cuando se convoca a la risa, dando a entender lo contrario de lo que se dice, lo importante es invitar a la reflexión ajena. En estricto sentido, la misión de la ironía es convocar a los otros a pensar. Una forma intermedia es la sátira, que es un tipo de censura que trata de poner en ridículo a algo o a alguien en particular.

Cuando era niño, había llegado a mis manos una colección infantil de literatura. Ahí estaban las aventuras de Julio Verne; Robinson Crusoe de Daniel Defoe; y un librito que describía unos periplos fabulosos: “Los viajes de Gulliver”, escrito por un autor irlandés llamado Jonathan Swift. Es probable que entonces haya leído esta última obra solo como una sabrosa narración de desconcertantes aventuras infantiles; mas, solo un poco más tarde habría de caer en cuenta que lo que Swift había escrito era realmente una sátira para criticar a la sociedad. La descripción de esos viajes: el de un gigante en un país de enanos; el de un enano en uno de gigantes; o de seres torpes e ignorantes en la tierra de animales sabios, no tenían otro objetivo que exagerar y caricaturizar con la lupa de la ironía e invitarnos a pensar en la condición humana y en los confusos valores de la sociedad!

Jonathan Swift vino así a prolongar una tradición literaria iniciada con las sátiras de Horacio y los discursos de Juvenal. Este clérigo, que a menudo es retratado en las enciclopedias vistiendo esas golillas que completaban el alzacuellos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, parece que vivía torturado desde muy joven por una dolencia, que se supone sufrimos la mitad de las personas por lo menos una vez en la vida: la crisis de equilibrio o “del laberinto”, situado en el oído interno; y que cuando se torna crónica produce lo que se ha dado en llamar como “mal de Ménière”. Son conocidos los casos de personajes famosos en la historia que habrían padecido del tortuoso vértigo: Darwin, Martín Lutero y Julio César; aun el mismo Vincent Van Gogh. Yo mismo padecí esa condición una tarde cuando era muchacho. Pocas condiciones existen más desconcertantes que la de sentir que se pierde la referencia de nuestros giróscopos interiores, cuando sin mediar aparente motivo, el horizonte pierde de golpe su nivel característico .

Quizás por esto Swift, que también sufrió en su vida largas etapas de depresión, habría dedicado el legado de su considerable fortuna a la edificación de un hospital psiquiátrico en Dublín: el hospicio de San Patricio. No escapa a la ironía que este lugar de reclusión, dedicado a los simples de cerebro y a los dementes, fuera llamado por mucho tiempo “Hospital para imbéciles”. Ahí se ha internado a seres con todo tipo de desórdenes, depresiones y ansiedades; con problemas de abuso de alcohol y otras tóxicas substancias; y aun con ciertos desarreglos del apetito, como la bulimia y la anorexia. Aunque, claro, no es por la construcción del manicomio en referencia como más se conoce al célebre escritor.

Hay algo en la sátira que se remonta a la filosofía de Epicuro (aquel filósofo que consideraba que el placer se obtenía prescindiendo del dolor y del miedo); y aun a otros importantes sabios de la antigüedad como Demócrito e Hipócrates (el del famoso juramento que ahora han olvidado algunos médicos). En días pasados tuve que asistir a una consulta médica en un hospital de Alaska; tratábase solo de una congestión nasal, o quizás de una afección gripal. Para mi sorpresa y fastidio, me habían proporcionado una referencia equivocada y cuando llegué a la casa asistencial, pude darme cuenta que se trataba de un psiquiátrico hospital… Una vez alineados los giróscopos, puse rumbo al hospital regional, en donde por esta breve consulta me facturaron la nunca despreciable suma de seiscientos dólares! Por ventaja no descuidaron hacerme un importante descuento que dejó la suma solo en doscientos cuarenta… No solo una ironía: una sátira ausente de lo que alguna vez se llamó el hipocrático juramento. Ironías que tiene nuestra sociedad!

Swift nos invitó a leer sus obras sin que abandonemos la sonrisa; ahí radica justamente el mérito de la ironía: en obligarnos a pensar una vez que hemos disfrutado inicialmente de la risa. Cuánto mejor sería el mundo si, de vez en cuando y aunque sea ocasionalmente, reflexionáramos en nuestras “pérdidas de equilibrio” y, una vez superado el mareo, pondríamos las cosas en su racional perspectiva y optáramos por ajustar el horizonte a su correspondiente nivel…

Claro que hay otras formas de mareo, como la obstinación, la vanidad, la intolerancia y el embrujo del poder, que no constituyen trastornos momentáneos como la ocasional crisis del oído interno. Estos no son vértigos transitorios como la crisis del laberinto; son dolencias más perversas y lamentables que las ocasionadas por el mal de Ménière. Y esto no trata de ser una ironía. Aunque… la vida misma jamás está exenta de ironía. La vida parecería ser una experiencia donde la sátira estaría siempre escondida debajo de nuestra propia piel…

Shanghai, 2 de abril de 2011
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